De la novela al cine: el arduo oficio de las adaptaciones
Coetzee, Arriaga y Sacheri dieron su visión sobre un arte que siempre está en debate
La versión audiovisual de una creación literaria debe respetarla a rajatabla o puede ser modificada. Una de las pulsiones que atraviesa cada vez el mundo artístico también se hizo presente en la Feria del Libro. Las dos diferentes visiones tensaron el diálogo entre el sudafricano John Coetzee, premio Nobel de Literatura, y la guionista mexicana Paz Alicia Garciadiego.
Fue el domingo, durante el panel Del libro a la pantalla, con el que cerró el encuentro internacional sobre cine y literatura del sur promovido por la cátedra que Coetzee conduce en la Unsam y que había comenzado el miércoles en el Malba.
“Yo debo encontrar mi óptica como guionista, tener claro por qué quiero contar esa historia y simbólicamente asesinar al autor, apropiarme de la novela, destrozarla. Si hacer una mejor película requiere eliminar un personaje, lo hago. Y esto no es faltarle el respeto a la obra, se trata de lealtad a tu trabajo”, argumentó Garciadiego, que lleva adaptadas catorce novelas.
El Nobel la contradijo. “Hay un conflicto entre el deseo del autor y el del guionista. En los contratos de adaptación de una obra mía hago poner una cláusula que establece que debo aprobar el guión”, explicó el autor de Esperando a los bárbaros, responsable él mismo de la adaptación de dos de sus novelas y de guiones cinematográficos basados en obras de otros escritores.
En ese mismo panel, la guionista australiana Anna Maria Monticelli, quien adaptó para el cine Desgracia, otra de las novelas de Coetzee, dijo: “Es muy difícil adaptar un libro y que todos piensen que lo hemos hecho de manera fantástica. Si se quiere hacer muchos cambios se debe escribir otra historia. No se puede bastardear la obra porque querramos dejar nuestra huella”.
Garciadiego respondió con otra de sus experiencias: “Gabriel García Márquez me pidió que adaptara una novela suya, pero no quiso saber nada de lo que estábamos haciendo hasta no verla terminada”.
Para el cineasta argentino Tristán Bauer, coordinador de ese encuentro, las posturas de ambos Nobel (García Márquez y Coetzee) son válidas. “Algunos autores dan mayor libertad y otros solicitan ver el guión o hasta hacen firmar que ellos deben aprobarlo. En la historia del cine se encuentran ejemplos de ambas posiciones”, armonizó el director, que trabaja con Coetzee en la adaptación de las últimas obras del sudafricano. “Trabajar con él es extraordinario; me da libertad absoluta para trabajar con sus textos y también participa con aportes tanto de estructuras como de desarrollo de personajes”, agregó.
La tensión entre libro y cine también atravesó las entrevistas de las periodistas Dolores Graña y Natalia Blanc a los escritores Guillermo Arriaga y Eduardo Sacheri, respectivamente, en el stand de LA NACIÓN.
Sacheri contó que aceptó que la versión cinematográfica de La pregunta de sus ojos llevara un título y un final distintos del original y que ahora pidió participar del guión de la película que se hará de La noche de la usina (premio Alfaguara 2016) su última novela. “Para que no hagan algo que no me guste”, explicó. Sacheri también adaptó para una miniserie de TV Inés del alma mía, de Isabel Allende, con su visto bueno. “Mi manera de adaptar las novelas es tratar de no faltar a la verdad. Me pongo en el lugar de lector: veo qué le falta contar o qué se podría desarrollar en los personajes. Claro que es difícil y más en este caso: tuve que escribir guiones para series de TV y no para una película”, admitió.
La experiencia de Arriaga –que es autor de los libros cinematográficos de Amores perros, 21 gramos y Babel, todos films de Alejandro González Iñárritu–ejemplifica la importancia de una buena adaptación. El escritor mexicano quiso llevar al cine su novela El búfalo de la noche, contrató a un director venezolano y, según contó, “la película resultó tan mala que el libro pasó de vender 50.000 ejemplares a no vender ninguno”.