De Umberto Eco a Benito Lynch o de Marte a La Plata
Días atrás, en estas mismas páginas apareció un cuento de Umberto Eco, donde el medievalista y escritor italiano, haciendo gala de un humor entre simpático y malicioso, narra, en un futuro lejano y desde otro mundo, la desaparición del nuestro, interpretando no sólo esa destrucción sino los caracteres de los terráqueos, a través de las informaciones que han quedado en Internet. Internet se ha convertido en una especie de desecho espacial. Y así como Borges les tomó el pelo a sus lectores, acumulando informaciones falsas como verdaderas y al revés, creando ficciones equívocas que han servido a algunos profesores universitarios para escribir largas e inextricables tesis; Eco, que siempre vio en Borges el modelo, sigue sus pasos. Y se ríe de todo, en especial del arte moderno, incluyendo a Botero; confunde los géneros femeninos con los masculinos. Este reírse del lector es un deporte que practica Eco desde El nombre de la rosa , su novela más borgeana y famosa, cuando, por ejemplo, hizo discutir a los monjes del siglo XII en latín -un latín a veces correcto y otras macarrónico- las ideas expresadas por Bertrand Russell en su ensayo Principia Mathematica .
Ha habido muchos escritores de libros de anticipación, de Voltaire con su Micromégas a Verne con sus viajes a la luna o al centro de la Tierra; de ciencia ficción con Bradbury, Clarke y aquel libro que, cuando se publicó, pareció terrible, 1984 de George Orwell. Pero hay un cuento, poco conocido, de un escritor argentino que, dentro de su modestia (no intentamos compararlo con el de Umberto Eco), tiene mucha gracia porque anticipa, no ya la desaparición del mundo, sino la transformación de la ciudad de La Plata. El autor es Benito Lynch y el cuento se llama 1932 . Fue escrito en 1907. Lynch, que en esos años tenía veintiséis y trabajaba como periodista en El Día , lo firmó con un seudónimo que era un anagrama de su nombre: E. Thynón Lebíc. Quizá por trabajar en el diario donde se publicó el cuento el 19 de noviembre de 1907, quizá llevado por la reserva natural que lo acompañó toda su vida y lo convirtió en un solitario cada vez más encerrado en sí mismo, quiso mantenerse en el anonimato. El éxito literario que le llegó con sus novelas Los caranchos de la Florida , luego con El inglés de los güesos o con sus colecciones de cuentos, algunos perfectos, no lo sacaron de la enconada soledad y misantropía en que se ocultó durante los últimos años de su vida.
1932 es el relato de un viaje emprendido en ese año por un platense, Lucas F., que volvió a La Plata luego de una estadía de más de un cuarto de siglo en París. Regresó en una aeronave transatlántica que ponía horas en el trayecto: "estos monstruos de rapidez tienen un gran defecto y es que como todo lo sacrifican en pro de la velocidad, resulta luego que los camarotes son [...] estrechos e incómodos [...]". Lynch no podía imaginar, sin embargo, la estrechez de los asientos de los aviones actuales. Llegado al puerto de La Plata tomó un taxi aéreo, una especie de helicóptero, que la gente llamaba "langostas". Al principio eran muy caros, luego, cuando los particulares empezaron a tener el suyo propio, abarataron la tarifa enormemente. La "langosta" volaba con su pasajero a unos veinte metros del suelo. Lucas sabía -porque había visto las fotos de la Exposición de 1928- que la ciudad se había transformado mucho, pero no esperaba los cambios que encontró: la catedral estaba terminada con sus dos torres, las plazas y el bosque habían desaparecido y en su lugar se alzaban altos rascacielos. Había subterráneos eléctricos, extensos canales de navegación interna, La Plata era el puerto más grande e importante de América del Sur... En fin, que la imaginación de Benito Lynch superó con creces no el futuro que en 1907 imaginó presente en 1932 sino la realidad del año 2002.
Hay una notable distancia entre "la travesura" (así calificó Enrique Anderson Imbert al cuento de Benito Lynch) y el relato de Eco. Quizá la mayor es que en estas épocas de aniquilamiento Eco imaginó la Tierra destruida, y Lynch, en la suya, una ciudad espléndida y superlativa. La diferencia se halla en la comparación de los tiempos que se vivían con los que se viven.