Desconcierto barroco
Los textos de Alberto Laiseca (Rosario, 1941) están lejos de ser complacientes. Imposible pensar en tirarse plácidamente sobre la cama con la idea de navegar por la escritura con comodidad, o de entrar en algún mundo que ofrezca la seguridad del deslizamiento. Al lector menos entregado a los placeres de la holgazanería y el confort, al lector que se atreviera a curiosear en el mundo Laiseca, se lo vería sonreír, incluso reír, sostener los ojos bien abiertos o fruncir el ceño y la mirada en señal de desconcierto, transformar la risa en mueca o gesto de horror, permanecer atónito y con el juicio suspendido.
Es que los breves relatos de Gracias Chanchúbelo , nuevo libro del mítico autor de la ya mítica y extensísima Los Sorias (1998), piden ser leídos bajo el principio del "realismo delirante" que el autor dice practicar. Desmesurados, hiperbólicos, rabelaisianos, falsamente exóticos, en ellos fulguran sentidos que se resisten a la interpretación y que no pocos entenderán como fraudes.
Todos ellos configuran pequeños mundos autónomos que el autor se detiene en delimitar y describir ("Pesaba casi 1323 millones de toneladas. Medía 1080 metros de largo, 810 de ancho y 510 de alto..."). Pero la precisión matemática con que Laiseca circunscribe sus mundos ficcionales es engañosa: tiende siempre al exceso, el delirio o la irrisión y revela, más bien, la idea de un universo en expansión. Como otros escritos del autor, estos relatos condensan y despliegan una mezcla de saberes y preocupaciones que, como más de un crítico ha señalado, acercan la figura de Laiseca a la de Arlt: el ocultismo y el esoterismo, la técnica y la ciencia, la autoridad y el poder, la política entendida como conspiración El lector de Gracias Chanchúbelo encontrará una variedad de historias y personajes singulares: un tanque-buque que es una babélica ciudad y un país errante, un asesino serial cuyo crimen es perseguir a bellas y voluptuosas mujeres para ignorarlas, la vida y la muerte de un rey afectado de meteorismo y el arte de la pedomancia, un pozo que da dinero, discos que repiten mensajes inaudibles para operar subliminalmente sobre las personas, santos que emprenden tareas ciclópeas que jamás finalizan. Y escritores, muchos escritores: escritores mediocres, fracasados, hambrientos, escritores que sueñan con la gran obra, escritores que ruegan a los dioses por un poco de talento u originalidad, escritores en el mercado, vendiendo sus servicios en la plaza pública, presentando su obra ante un editor o en un concurso, entregando su alma al diablo, pagando el precio de pertenecer a una sociedad de pares y ser reconocido.
Basta leer "Indudablemente, horriblemente, ferozmente" (un relato que es la respuesta a una crítica que arremetió contra el gerundio de un título) para comprobar que la escritura de Laiseca, que se alimenta de la incomprensión y de las críticas, se regocija en su propia distorsión y se presenta dispuesta a dar guerra a quien presente batalla. En ella se escucha el latido de quien Kafka llamó, alguna vez, un artista del hambre: un incomprendido por sus tiempos, condenado a ejercer un arte por el que puede inmolarse en el desmesurado y tozudo intento de producir su obra.
Además de Los Sorias (Premio Boris Vian 1998), Laiseca es autor de varias novelas: Su turno para morir (1976), Aventuras de un novelista atonal (1982) y El gusano máximo de la vida misma (1999), entre otras. También publicó el libro de cuentos Matando enanos a garrotazos (1982), el volumen de poesía Poemas chinos ( 1987) y el ensayo Por favor, plágienme! (1991).
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