Mientras tanto. Dickens ya conocía a Bernard Madoff
LONDRES.- Gill Holcombe es una madre soltera desempleada. Claro signo de los tiempos, su libro de recetas elocuentemente titulado Cómo alimentar a su familia con una dieta balanceada, con muy poco dinero, casi nada de tiempo, aun si uno tiene una cocina muy pequeña y sólo tres cacerolas (una de las cuales con tapa que cierra mal) y ningún instrumento de cocina sofisticado salvo que se cuente la trituradora de ajo es el nuevo best seller en Gran Bretaña.
El libro Cocina frugal, de Delia (una especie de doña Petrona británica), se vende casi tanto, ayudado, sin duda, por el anuncio de que su precio fue rebajado hasta quedar asimismo bastante frugal.
¿Y qué hay -para utilizar el viejo cliché-del alimento para el espíritu? Nada menos que las novelas de Dickens, Thackeray y Trollope, que aumentaron sus ventas en más de un 15% en los últimos meses. Son clásicos que retratan un mundo de ambición inescrupulosa y sin garantías de seguridad económica. En varias de estas novelas victorianas ya hay algún antecesor de Bernard Madoff.
Por ejemplo, en The Way We Live Now , la obra maestra de Anthony Trollope, inspirada en la crisis de 1870, está Augustus Melmotte, un financista que enreda a viudas y hombres de negocios nuevos ricos en la venta de acciones de un ferrocarril que, al igual que las inversiones de Madoff, no existe.
Más famoso aún, está el señor Merdle, sobre quien gira La pequeña Dorritt, de Charles Dickens. Hasta que quiebra, Merdle es celebrado como un genio de las finanzas. Como, al igual que Madoff, Merdle era (en las palabras de Dickens) "el presidente de esto, miembro del patronato de aquello, del directorio de eso otro", no sólo todos quieren darle su dinero, sino que nadie pide pruebas fehacientes sobre qué hace con él.
En cuanto a ensayos, la novedad es que se está vendiendo particularmente bien El crack del ?29, de John Kenneth Galbraith. Para los políticos se ha vuelto de rigor dejar caer como al pasar que se encuentran releyéndolo, en lo que los medios ingleses califican de signo inequívoco de que nunca lo habían tenido en sus manos antes.
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