Diego Saikin, el argentino de la misión Beresheet
MADRID.– Salió temprano de su trabajo con una meta precisa. Sabía la dirección que debía tomar, aunque desconocía las coordenadas exactas. Se dirigió a un campo fuera de su órbita cotidiana. En la radio había escuchado que un equipo de científicos contaba con nuevas oficinas en la Universidad de Tel Aviv para trabajar en una misión espacial. Antes, les había mandado mails y todo tipo de señales que se quedaban en el éter, así que emprendió su propia expedición. Aterrizó primero en la facultad de Ingeniería, pero aquel no era el lugar que buscaba. Luego preguntó en la de Física, pero tampoco era el sitio. No lograba dar con ese lugar fascinante, hasta que una recepcionista se apiadó de él y le indicó que lo que buscaba estaba fuera de aquel sistema solar. Fuera del predio, a 400 metros, llegó al edificio correcto y su vida dio un gran salto. Subió hasta al último piso sin escaleras y allí unas personas atareadas, iluminadas por unos tubos fluorescentes, se sorprendieron con su presencia y lo miraron como si fuese un extraterrestre.
–Buenas tardes. Me llamo Diego Saikin, soy ingeniero en electrónica.
–¿Tiene cita con alguien?
–No. Vengo a ofrecerme como voluntario.
Nacido y criado en Avellaneda, a los 15 años su familia se mudó a Israel, donde reside en la actualidad. Además de su trabajo full time en una empresa, Saikin, de 38 años, ingeniero en software de simulación, le brindó durante años, noches y fines de semana su conocimiento a SpaceIL, una fundación sin fines de lucro que comandó la primera misión civil para llegar a la Luna, financiada con aportes, en su gran mayoría, privados. Esta organización nació una noche en un bar de Jolón, al sur de Tel Aviv, donde tres amigos brindaron con cervezas y con la convicción firme de cumplir un sueño. Beresheet, que en hebreo significa "el origen", costó 100 millones de dólares, una cifra ínfima en comparación a otras misiones. Una donación de US$40 millones del magnate sudafricano Morris Kahn, otros US$20 millones del estadounidense Sheldon Adelson, aportes de filántropos anónimos y un subsidio de US$2 millones del gobierno israelí permitieron esta misión.
La sonda –no se trató de una nave, ya que estas son comandadas por humanos– es la más pequeña y la más liviana, solo 160 kilos, de la historia espacial. En pos de hacerla lo más liviana posible, el equipo no tenía, como se dice en la jerga, redundancia, es decir, no contaba con un equipo de backup: si una tecnología fallaba, no iba a tener sustituta.
El 22 de febrero pasado se lanzó Beresheet desde Caño Cañaveral, Florida, y 45 días después, el 11 de abril, la sonda llegó a la Luna. Aquel día hubo un fallo técnico y Beresheet se estrelló contra la superficie del planeta. Llevaba dentro de ella una cápsula del tiempo con información, símbolos nacionales, una copia de la Biblia, el testimonio de un sobreviviente del Holocausto, fragmentos de poemas de autores israelíes y dibujos de niños de Israel.
–¿En qué consistió específicamente tu trabajo?
–Mi trabajo consiste en escribir software de simulación, que se comportan como se comportarían otros sensores, dada la orientación de la nave, su velocidad y su posición con respecto a otros cuerpos celestes. La parte más reconocida de mi trabajo en esta misión que tiene muchos bloques es la visualización en tres dimensiones. Básicamente, esta herramienta que se utiliza en el cuarto de control permite que se vea la sonda, la Tierra, la Luna, el Sol, se puede girar, hacer zoom in, zoom out, etcétera. Las simulaciones otorgan resultados que se traducen en números o gráficos, pero, si visualizás la sonda, te da mucho más entendimiento de lo que está pasando.
–Fuiste voluntario, pero aún así delegaron mucha responsabilidad en vos.
–Bueno, tengo un jefe, hay un director del bloque donde estaba, porque a veces ponen que soy el director, y no es así. Siempre fui voluntario. Estuve primero desde 2013 hasta 2015, cuando fui a estudiar a Praga un máster en Robótica. Sentía mucho cargo de conciencia de no ser parte de la misión cuando leía que avanzaba. Quería colaborar y entonces, como no estaba en Tel Aviv, les volví a escribir. Esta vez ya conocía gente en el centro y me dieron el teléfono de quien sería mi jefe. Me empezó a dar tareas encapsulables, con un principio y un fin. Empecé a escribir módulos. Ese fue mi trabajo desde 2017 hasta el lanzamiento de la sonda.
–¿Con qué materiales constaste para poder realizar este trabajo?
–Un teclado y el monitor. Bueno, la computadora y los dedos. Nada más.
–¿Qué descubriste de vos mismo en esta misión? Imagino que fue también fue una exploración personal.
–Sí, aprendí muchas cosas. Cuando me presenté como voluntario ese primer día, me atendió un tipo y le dije que tenía una idea. Yo había sido un poco autodidacto, pero él me escuchó y no dije una estupidez muy grande porque lo que se hizo no está muy lejos de lo que le comenté esa tarde. Además, me divertí un montón. Había épocas más intensas, otras menos.
–¿Qué diferencia sustancial hay en el hecho de que sea una empresa privada la que realice una misión de estas características?
–El hecho de que una empresa privada pueda hacer cosas así lo hace mucho más eficiente. Esto no le cuesta nada al contribuyente, al ciudadano común, cuando antes quizá generaba más polémica: ¿por qué este dinero no va a educación o a hospitales?
–Beresheet no pudo alunizar, ¿por qué?
–Llegó un poco más rápido de lo que pensábamos.
–¿Cómo viven este resultado?
–Fue un éxito en un 99 por ciento. A la misión se la considera un logro muy grande. Sabemos qué fue lo que falló. Consideramos que hicimos una proeza muy grande, incluso aunque nos hayamos estrellado.
–¿Piensan en una segunda misión?
–No lo sé. Hay muchas dudas porque no creemos que intentar lo mismo pueda generar el mismo impacto que generó la primera vez.
–¿Cómo sigue tu vida después de Beresheet?
–Sigo con mi trabajo en mi startup y doy presentaciones donde me convoca SpaceIL, porque yo era uno de los pocos voluntarios en ingeniería, no en educación [Saikin participó de un evento en el Google for Startup Campus Madrid, realizado por The Artian, una empresa consultora en innovación, en colaboración con la embajada Israelí en España].
–¿Cómo se vivió esta misión en Israel?
–En Israel tenemos una festividad que se llama Purim. La gente va disfrazada a la escuela, al trabajo, por la calle. Por lo general, los disfraces son de personas o cosas que están de moda. Muchos chicos se disfrazaron de Beresheet, no solo en Israel.
–Entonces, quedó algo muy notorio en sociedad, en especial en los más chicos.
–Sí, queríamos recrear el "efecto Apollo", que es el estímulo al estudio de las carreras de ciencia. Lo que se evidenció fue un aumento en la gente que se anotó en carreras STEM (por sus siglas en inglés que corresponden a Science, Technology, Engineering and Maths), entre el 20 y 30%. Lo llamamos el "efecto Beresheet".
Crónicas marcianas
Eran los años 80 y él miraba dibujos animados de ciencia ficción, en especial Mazinger Z, su favorito. Por entonces, una fantasía pueril; hoy, una realidad no muy alejada de su experiencia personal, ya que el animé contaba la historia de un grupo de científicos expertos en robótica. Saikin es, para muchos, un héroe; para otros, un gran aventurero. Una vez dentro de SpaceIL, la organización con la que colaboraba desde la distancia, para aprender más sobre la materia, tomó en la Universidad de Praga un curso de gráfica computacional. "Le conté a mi profesor que era voluntario y que quería ayudar con ideas para llegar a la Luna, pero no me creía. Presenté para el trabajo final algo muy parecido a Beresheet. Me puso una C [aprobado, pero con lo justo]".
En Crónicas marcianas (1950) –el libro de Ray Bradbury que tradujo Jorge Luis Borges al español y al que le rinde homenaje La librería, de Penélope Fitzgerald, luego convertido en película por Isabel Coixet– el autor estadounidense imaginaba cómo sería el contacto entre dos mundos. De modo cronológico, estos cuentos narraban el primer encuentro de las expediciones humanas con los marcianos, luego la interacción entre dos naturalezas, las herramientas y armas de los extraterrestres (en especial, el dominio de las emociones y recuerdos que ellos tenían sobre los humanos), la destrucción de la Tierra y la conquista de la Luna. Escritos antes de la llegada del hombre a la Luna, estos relatos planteaban enigmas que aún hoy se mantienen sin resolver.
Parafraseando a Pink Floyd, la Luna no tiene un lado oscuro. Saikin corrige que aquello que no podemos ver se trata en realidad de "el lado oculto". Hay tanto aún por descubrir y por analizar que el primer objetivo que se proponía Beresheet ni bien alunizara era acopiar toda la información que fuese posible sobre el planeta.
–¿De qué modo explicás la fascinación por llegar a la Luna?
–A mí desde muy chiquito me gustó el espacio. Otros lo querrán hacer por el honor, por orgullo nacional, por la ciencia… No creo que nadie de los que participó en esta misión lo haya hecho por dinero, porque los sueldos están considerados más bajos que la media. Creo que la idea es la de participar de algo más grande que uno.
–¿Te gustaría viajar a la Luna?
–Sí. Me gustaría. No sé si algo a largo plazo, no sé si viviría en una base. Quizás estaría un par de días, pero después me gustaría volver al planeta Tierra, con las montañas nevadas, el mar para bucear, el asadito con los amigos. No sé si soy el tipo de persona que se iría a vivir a una base.
–Bradbury se adelantaba a muchas voces y decía que el hombre querría conquistar la Luna porque estaba por destruir su propio planeta.
–Sí, pero eso es mentira. Marte nunca va a ser tan habitable y aunque tengamos éxito, nunca va a ser tan amigable para la raza humana. Por ejemplo, la temperatura oscila entre los -150° y los 150°.
–¿Existe la vida extraterrestre?
–Creo que sí, pero no necesariamente tiene que ser más inteligente que nosotros, o más desarrollada a nivel tecnológico, pero creo también que no está cerca, a lo que nosotros respecta estamos solos por los próximos cientos de años y por las próximas generaciones.
–Nosotros estamos desarrollando tecnología para ir, ¿y ellos? ¿vienen? ¿no vienen? ¿vienen y no nos damos cuenta?
–No lo sé. No creo que hayan llegado acá. Las distancias son muy grandes, es de verdad difícil. Hay una teoría que dice que las civilizaciones cuando llegan a cierto punto tecnológico, se terminan autodestruyendo, como nosotros ahora con todo el efecto del calentamiento global, las civilizaciones llegan a un punto de madurez tecnológica que se destruyen.
–¿Por qué un país debería invertir en estas misiones?
–Hay inventos o tecnologías que nacieron en estos estudios y que no se aplican específicamente al espacio, pero sí a nuestra vida. Decir que la exploración espacial nos deja conocimientos es cierto. Los proyectos lunares, como el Apolo 11, fueron extremadamente caros. Me encanta que haya dinero para esto, porque es lo que me gusta a mí, pero quizás es un poco egoísta porque hay gente a la que no le interesa.
–¿Qué significa llegar a la Luna hace 50 años y qué pensás que significa hoy?
–La exploración espacial hasta hace muy poco era dominio de gobiernos y ahora lo que estamos viendo una nueva era dorada de la exploración espacial, a partir de que exploradores privados pueden poner satélites en la Luna. Esta misión rompió muchos récords, pero creo que lo que hicimos fue demostrarle a la gente que también se puede soñar en grande, incluso en un país pequeño.