Dos cómplices para el vértigo y la tristeza
Los dúos de piano y trompeta arman una pequeña historia en el jazz. El origen fue, como en tantos otros avatares del género, Louis Armstrong, cuando en 1928 grabó "Weather Bird" con Earl Hines. Vinieron más tarde, en los setenta, los encuentros de Oscar Peterson con Dizzy Gillespie y con Clark Terry; después, en los ochenta, el desolador Diane de Paul Bley y Chet Baker. El disco The Third Man (ECM) del trompetista Enrico Rava y el pianista Stefano Bollani no es un episodio menor de esa genealogía lateral.
El sonido de Rava sería inconcebible sin la precedencia de Miles Davis, pero también sin el estilo angular de Don Cherry, más volcado al free. Lo fascinante es justamente la fricción, el modo en que en una improvisación eminentemente temática se preserva una apasionante sensación de inminencia. La colaboración entre Bollani, de 37 años, y Rava, de 69, no debería confundirse con el mero encuentro generacional de dos compatriotas. Hay entre ellos un genuino entendimiento musical que se insinuó ya en los discos Easy Leaving (2004), en quinteto, y Tati (2005), en trío con el baterista Paul Motian. Bollani es un pianista excepcional, de rara concentración, pero resulta más convincente en soledad (como en su Piano Solo, de 2006) o en poca compañía. En The Third Man, Bollani no arma un simple tejido para vestir elegantemente las líneas de Rava. Más bien, comenta lo que toca el trompetista, introduce polirritmias y propone ideas imprevistas. La conexión entre los dos músicos es asombrosa. Los doce temas (hay cinco de Rava, uno de Bollani, más otros de Jobim y Moacir Santos) fueron elegidos estratégicamente, hasta tal punto que cuesta imaginarlos en otra situación instrumental. Todo el disco está impregnado por un clima entre nocturno e impresionista, que declara rápidamente sus principios en la melodía de "The Third Man", punzante y lejana, a la que el trompetista vuelve casi dolorosa. Con todo, hay también momentos de vértigo. "In Search of Time", uno de los temas más logrados, presenta realmente una cacería en la que el piano simula perseguir a la trompeta hasta que se une con ella en un unísono veloz. Bollani exhibe aquí algunos toques de humor cuando coquetea con el estilo stride de la década del 30, un poco a la manera de ese virtuosismo deliberadamente arcaico que se escucha en Jaki Byard, aunque se trata en este caso de un stride corrido de lugar, italianizado en la agilidad aérea de una canzonetta napolitana, sin que, milagrosamente, estos desvíos amenacen la forma del tema ni del disco.