Dos hermanas ciegas, estudiosas, son las abanderadas de sus colegios
CORDOBA.- Tamara y Yamilén son hermanas. Por una enfermedad congénita, nacieron ciegas. Sin embargo, eso no ha representado un obstáculo para que sean las mejores alumnas de sus cursos y en tal condición se hayan convertido en las abanderadas de las escuelas a las que concurren: Tamara, de 16 años, en el IPEM 98 Luis de Tejeda, y Yamilén, de 10, en la Domingo Faustino Sarmiento, en la ciudad cordobesa de Río Tercero.
"Yo estaba contenta con aprobar las materias, no esperaba la bandera", confiesa la mayor de las dos hermanitas. Más aún, cuenta a LA NACION que "quería renunciar, es mucha responsabilidad y me daba un poco de vergüenza porque todos los chicos me cargan".
Salvo por la discapacidad, Tamara es una chica que se comporta como cualquier adolescente. Completamente desinhibida en el trato con su interlocutor, se enoja si alguien supone que es una "traga".
"La verdad -apunta- es que no lo soy, no me resulta difícil estudiar y si alguna materia se me complica, bueno, me pongo las pilas."
Yamilén es distinta de su hermana. Transmite enseguida timidez. Es calladita y espera las preguntas para hablar. Narra que al enterarse de que era la abanderada se puso "muy contenta, yo presentía algo, no sabía qué, pensaba que podía ser escolta". Las notas que había obtenido este año en el sexto grado le alentaban esa expectativa: todas entre "Excelente" y "Muy bueno". "Sati" (satisfactorio), ninguno", aclara.
Para la familia, las abanderadas son un orgullo que se ha repetido con las cuatro hijas del matrimonio integrado por Walter Otta (jubilado) y Marta Licera (enfermera). Lo que sorprende es que las dos chicas no videntes se desempeñan a la par de las hermanas que no padecen discapacidades -Ayelén, de 18 años, y Heliana, de 17-, como si no hubiera ninguna diferencia entre ellas.
Las dos menores nacieron afectadas por el mal de Leber. "Cuando nos enteramos de que Tamara lo tenía y sería ciega, el mundo se nos vino abajo", recuerda la mamá, Marta. Pero con el tiempo todos le hicieron frente al problema y, como siempre sucede en Córdoba, en el Instituto Hellen Keller encontraron la mejor ayuda para aprender a manejar la situación. Por supuesto, fue inesperado que Yamilén también sufriera el mal, pero estaban más preparados. Las tres chicas mayores fueron criadas "todas iguales", pero la más pequeña, seis años menor que la tercera, fue "un poco sobreprotegida", admiten.
Sin materias difíciles
Tamara tiene aprobadas sus materias con 8, 9 y 10. "No hay materias feas ni difíciles", señala esta joven que asegura deleitarse con biotecnología, biología o química. En las prácticas de laboratorio necesita una mano de los compañeros, quienes le van comentando cómo se producen los cambios en los experimentos. Ella enseguida los aprende.
El Instituto Provincial de Enseñanza Media (IPEM) 98 Luis de Tejeda es un establecimiento que ejercita una política de brazos abiertos hacia los chicos con capacidades especiales. Se trata de un bachillerato mixto con 400 alumnos entre los cuales, además de Tamara, se cuentan un adolescente con síndrome de Down, una nena sordomuda y un niño afectado por una microencefalia, informa la directora Sara Asiar.
"Tamara es una alumna brillante y una excelente persona", subraya la preceptora Susana Carrara. "Su discapacidad pasa inadvertida", agrega la secretaria de la escuela, Lilian Pasquali, ya que en el colegio se trata de que sean los demás quienes se adapten a la presencia de los cuatro estudiantes.
La flamante abanderada es una atleta entusiasta. Practicó lanzamiento de disco hasta que un problema de columna obligó a una intervención quirúrgica y a suspender el deporte. "Quiero volver", declara. Yamilén participa del mismo gusto por los deportes. Se ha entrenado para hacer salto en largo, pero en Río Tercero no hay muchos niños de su edad con los cuales pueda compartir esa preferencia deportiva.
Tamara va a fiestas y bailes. Se entusiasma con la música popular cordobesa, los cultores del rock nacional, los románticos -Luis Miguel o Ricardo Montaner, entre varios- y las expresiones del nuevo folklore, como Los Nocheros. Hasta juega al truco con sus compañeros varones -con cartas a las que han punteado los números en Braille-, aunque afirma que "no sé mentir bien". Cuenta que tiene muchos muchachos amigos, pero "no novios, todavía no se dio la oportunidad".
Yamilén "devora" revistas en Braille que llegan a la casa desde España. "Me encanta leer", dice, siempre con vocecita baja y suave. A ambas les gustaría poder navegar por la Web, pero la computadora que tienen en la casa es de poca capacidad y el presupuesto familiar no alcanza para comprar el programa que facilita a las personas no videntes poder utilizar la PC, aparte del costo de la conexión a Internet. La maquinita Braille es igualmente cara y por esa razón disponen de una sola en el hogar.
Como les sucede a muchos chicos privados de la visión, el campo de actividades en el verano se les achica. Quizá por eso, Tamara y Yamilén aseguran que prefieren la época de clases.
Tamara quisiera estudiar ingeniería química aunque desestima de entrada que lo pueda hacer por las exigencias de la especialidad, que precisa mucha observación visual. Por eso piensa que si la situación económica de la familia o una beca se lo permiten, optará por psicología, más apropiada a sus capacidades especiales: "En el transcurso del año, decidiré qué hacer", anticipa. Yamilén, en cambio, se ilusiona con llegar a ser "locutora de radio".
Por su manera de enfrentar la limitación que padecen y su rendimiento en la escuela, son una promesa de que alcanzarán esos y otros anhelos.
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