El budismo zen en la pintura
Las muestras de Leopoldo Torres Agüero y Blas Castagna.
Conoci de cerca a Leopoldo Torres Agüero (1924-1996), hasta su muerte en París, cuando nos representaba como embajador en la Unesco. La muestra de Van Eyck (Santa Fe 834) constituye una minirretrospectiva comparable con la que vimos, en fecha relativamente reciente, en el Museo Nacional de Bellas Artes. Las piezas han sido seleccionadas con el cuidado y el buen gusto que es propio del director, Mario Manuilo.
En la sala del subsuelo están las obras de las primeras etapas figurativas. Torres Agüero estudió con Spilimbergo y con Portinari pero, aun cuando conserva un acento personal y poético, mantiene parentesco con Leopoldo Presas, como puede apreciarse en los murales de las Galerías Santa Fe, un amplio espacio donde ambos artistas desarrollan su rica imaginería. Se diría que la obra de Torres es más lírica, más poética, más leve, más romántica; que recuerda al pensamiento zen respecto de lo que flota; que es más americana, más riojana. La obra de Presas, en cambio, más épica y gallega, resulta hasta cierto punto más clásica en comparación con la de Torres.
La estadía de Leo en Japón (1959-1961) resultó decisiva, ya que marcó su derrotero definitivo hacia la abstracción. Curiosamente, una abstracción (algunos de cuyos exponentes pueden verse en la sala principal) que lo sumerge cada vez más en sus propias raíces riojanas. Hay una serie en la que sobresale el empleo de la luz dentro de las composiciones lineales; en otras, nos parece estar frente a los telares de las viejas culturas diaguitas, famosas por sus cerámicas. Algunos títulos (como Niebla Kyoto ) hacen referencia a Japón, otros (como Samay Huasi ) nos hablan del mundo americano.
He visto pintar a Leo: las piernas abiertas dejando que el chorro de la pintura contenida en un tarrito se deslizara por la tela. Un gesto casi acrobático pero precedido por una honda convicción filosófica. En sus palabras: "Para avanzar en el ritmo es preciso no apurar... La meditación es el ejercicio que prepara el espíritu para la contemplación... Miramos la montaña y antes de hacer el primer trazo tratamos lentamente de acercarnos a ella, más y más, hasta desaparecer en ella... Ha desaparecido el Sujeto-observador y el Objeto-observado. Los dos son uno...".
Sumergirse en una tela de Leopoldo Torres Agüero es cumplir con un rito de profundas resonancias espirituales.
Blas Castagna y el clima de mar
En épocas con vocación de naufragio (al punto de revivir el hundimiento del Titanic), la obra de Blas Castagna, que expone en la galería Van Riel (Talcahuano 1257), nos recuerda que la belleza todavía existe, que la vida es un don que, con la debida lucha, puede convertirse en inmortalidad.
Mediante palitos, pequeñas tablas, algunos cartones y la inefable arpillera, Castagna, con paciencia y humildad franciscanas, nos devuelve un mundo para soñar, con Nocturnos de Etiopía o con Magos. Porque más allá de Tàpies, de Burri, de Torres García, Blas Castagna es un espíritu clásico que merecería figurar en el panteón que pintó Ingres.
Blas es clásico por la claridad de su mensaje, es clásico por la mesura, es clásico porque, sin ser esclavo de la razón, su imaginación es racional, humana en el sentido más puro de la palabra.
Su fraseo pictórico pasa de los grandes espacios a las áreas de diminutas construcciones sumergidas, a veces, en los Cuatro Mares de China, o en el azul de otros mares. Toda la atmósfera de su obra respira aire marino, testimonio probable de algún ancestro siciliano. Sus ocres delatan su destino rioplatense; un diminuto rojo, la rebeldía del ibérico que reta al toro.