El camino de Santiago
Una selección de obras de la madurez de García Sáenz se exhibe en Zavaleta Lab y en forma paralela en RedGalería, de Santiago Bengolea. De lo real a lo virtual, recuperar las pinturas inundadas de lirismo y pudor, y el entorno único del rancho urbano, taller del artista, es una gozosa experiencia
Volver a ver, a encontrarse con la obra de Santiago García Sáenz, suma al recuerdo del amigo la convicción de que el artista había encontrado una voz expresiva personal, ajena al tiempo, capaz de atravesar por el peso propio de su autenticidad los modos y las modas.
La religiosidad tiñe de unción mística la atmósfera de los más diversos ambientes, paisajes, santos, Inmaculadas, selvas y climas, con una hedonista visión evangélica, como ocurre en la Anunciación profana que ilustra este comentario.
En Santiago, la religiosidad, esa "espiritualidad íntima" de la que habla el crítico Arturo Carvajal en el texto del catálogo, era la manera de recuperar la inocencia de un paraíso perdido; también la coartada existencial que lo habilitaba para expresarse sin compromisos ni mandatos.
Basta pensar en los cielos incendiados, en el verde fresco y salvaje de sus selvas, en las palmeras omnipresentes y en la frontal planimetría de sus personajes, cercanos y oníricos como la gitana dormida del aduanero Rousseau. El camino de Santiago fue escuchar sus propias voces y convertirlas en imágenes inundadas de lirismo.
Esa manera ingenua de aproximarse al objeto se advierte en los paisajes urbanos, en la premonitoria selva de cemento de Nuestro Señor de la Paciencia Wall Street , que abre el recorrido de la retrospectiva curada por Hernán Zavaleta. La luz incandescente y el cielo transfiguran ese paisaje "aparecido" que no es otro que el vecindario de la Facultad de Medicina y la Plaza Houssay, itinerario cotidiano en las caminatas matinales del artista rumbo al taller de la calle Uriburu, devenido rancho urbano. Una versión propia y entrañable del galpón de campo, donde desplegaba sobre la tela los verdes selváticos de Cochorí, los cielos de estrellas fugaces, los caballos de jinetes apocalípticos.
La sinceridad de sus óleos y el candor con que reflejaba el paisaje, acompañando siempre sus estados de ánimo, fueron determinantes de un estilo que se hace identidad a partir de la serie de 1986 bautizada Te estoy buscando América .
De esa singular cruza del campo y la ciudad, dijo Clorindo Testa, su amigo y entrañable anfitrión de los domingos: "Esta selva de Santiago está representada con una inmovilidad tal que se adivina su lento movimiento y, se sabe, mirando con atención, que en 2096 la ciudad va a ser así". Vista desde el atalaya de la actualidad, habida cuenta de cuántos artistas contemporáneos han vuelto a los pinceles y a la figuración como un cauce natural y muelle, la obra de García Sáenz adquiere otra dimensión; el reconocimiento justo de quien nunca abjuró de sus valores estéticos.
En paralelo con la muestra de Zavaleta Lab, Santiago Bengolea ha colgado en su galería virtual (RedGalería, www.redgaleria.com ) fotos y textos de los amigos del artista, inspirados en el rancho urbano, que fue lugar de encuentro y fragua de miles de proyectos.
Santiago García Sáenz murió de un infarto masivo el 30 de marzo de 2006, exactamente en el umbral de su cumpleaños cincuenta y uno, cuando planeaba su próxima exposición y pintaba en su rancho del barrio de Once el primero de una serie de cuadros sobre las Invasiones Inglesas. Como si presintiera ese final inesperado, un año atrás, por esa misma fecha, había presentado su libro autobiográfico El ángel de la guarda, balance de una vida tras cincuenta años de dulce compañía.
© LA NACION
adnGARCÍA SÁENZ
(Buenos Aires, 1955-2006) Entre otros premios, ganó el primero de Pintura Joven de la Fundación Fortabat, en 1997. En 2002 obtuvo una beca del Fondo Nacional de las Artes. Expuso en muestras individuales y colectivas en importantes salas y galerías del país, y su obra quedó reflejada en los murales de la estación Medalla Milagrosa de la línea E del Subte
FICHA. Santiago García Sáenz