El campo, de primera mano
Historias y tradiciones de viejas estancias argentinas
Por Agustín Isaías de Elía
La literatura relacionada con la vida cotidiana y las costumbres del campo ha sido, desde los inicios de la Argentina, un ineludible reservorio que permite comprender los orígenes de una nación y de una cultura. Desde la curiosa y formidable "Apología del matambre", de Esteban Echeverría (1805-1951), hasta los artículos que el ingeniero francés Alfred Ebelot (1839-1920) publicó en La Revue des Deux Mondes (recopilados luego en La Pampa), desde las obras de Martiniano Leguizamón hasta las páginas de Guillermo Enrique Hudson, esa literatura combina riqueza y variedad.
Historias y tradiciones de viejas estancias argentinas reúne los apuntes que Agustín Isaías de Elía (1890-1960) tomó para dejar a los suyos. Los textos, de primera mano dado el conocimiento del autor sobre el tema que trata, fueron conservados, hasta esta edición, durante 45 años. "La historia se desarrolló -anota Carlos Moreno en el prólogo- en tierras donde algunas generaciones antes, Don Francisco Ramos Mejía, con su profundo y firme sentir humanista, trató de poner en práctica aquello de "no hay patria posible a favor de los cristianos sin los indios, ni de los indios sin el concurso de los cristianos"." Las experiencias que se relatan transcurren en lo que hoy es Maipú.
De Elía, en textos claros y concisos, va entretejiendo recuerdos, datos históricos, prácticas y técnicas del campo. Algunas de esas descripciones transmiten vívidamente los trabajos y los días del gauchaje y las costumbres de las estancias. Pueden encontrarse precisas explicaciones de diversas costumbres y descripciones camperas: el modo en que se cuidaba el ganado y el personal que se ocupaba de él, los trabajos con yeguarizos, el uso del lazo, las maneras de estribar o los diversos métodos para trasladar caballos. "Cadenear yeguas" era "la forma de apartar yeguas chúcaras, ya fuese para hacer tropas para la venta a los saladeros, para seleccionar manadas o para cualquier otra finalidad". "Atarles las orejas" era el método "que usaban los gauchos ladrones cuando decidían robar un potrillo".
El autor también se detiene en la indumentaria o las herramientas utilizadas por los hombres de campo y dedica párrafos reveladores a la construcción de la imagen del gaucho que se hacía en la ciudad: "Sostengo que los pintores, poetas y literatos que han hecho retratos del gaucho, que lo han hecho cantar e improvisar y que en las obras de teatro y en poesías lo han querido destacar siempre peleando contra la autoridad, no han conocido seudo-gauchos de arrabal, encargados de las coimas en las jugadas de tabas de las pulperías, gauchos malevos y desertores por cobardía que querían vivir sin trabajar".
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