Bibliografía. El escritor y la vida
EL GAUCHO INSUFRIBLE Por Roberto Bolaño-(Anagrama)-180 páginas-($18)
En otra oportunidad, ignorando la grave enfermedad que lo aquejaba, dije que Roberto Bolaño había sido particularmente prolífico para ser chileno, quizás porque tuvo la inteligencia de abandonar el barco de la cultura local para instalarse a escribir en un espacio más amplio, frente al Mediterráneo catalán, donde respirar oxigena de verdad neuronas e imaginación. Hoy, la lectura completa de su obra, de sus actos, hasta de sus exabruptos literarios adquiere un cariz nuevo que no habla sólo de inteligencia y Mediterráneo, sino también de pasión y de muerte, de vivir en la situación límite, con la lucidez que otorga lo inexorable, con la rabia que se anida, a veces, en el hueco que deja la impotencia.
En el marco de esa energía se inscribe El gaucho insufrible, último libro de Bolaño que reúne ocho textos: seis cuentos y dos series de notas o apuntes, escritos desde la urgencia de la despedida, bajo el imperativo de dejar una obra póstuma en la línea que siempre defendió: la literatura auténtica, no complaciente; la escritura que busca decir, aunque duela; la palabra que no se vende al mayoreo y se instala en la gravedad del acto narrativo. Habiendo sido Bolaño quien fue, existe la tentación --y aquí habrá fuego cruzado para rato-- de canonizarlo o condenarlo al infierno eterno; intuyo que lo primero habría sido objeto de alguno de sus mordaces comentarios y que lo segundo le habría merecido una sonrisa de medio costado. Lo que corresponde, en justicia, es evitar los extremos, mirar de frente al escritor y quedarnos con sus libros. Hoy, particularmente, con El gaucho insufrible, porque lo que cabe es desentrañar el significado de estos textos, cuya lectura deja la sensación de que hay un mensaje transversal, una suma de códigos que, como llaves maestras, ha entregado para entender obra y persona, escritura y situación existencial.
Ninguno de los relatos y reflexiones que contiene este libro resulta gratuito. Ya uno de los títulos --"Literatura + Enfermedad = Enfermedad"-- da una pauta ineludible para entender la escritura de Bolaño, su apuro, su intolerancia violenta ante la superficialidad, el desagrado que le generaba la aparente facilidad de las vidas ajenas. Imposible enjuiciar éticamente la rabia que subyace en la obra de este escritor. Baste leer la críptica fábula que articula en "El policía de las ratas" para entender por qué llegamos a devorar, en uno u otro sentido, a los de nuestra especie, incluido el escritor a sus congéneres. Habitar el miedo da libertad y conocimiento, enfrenta al sujeto con la visión descarnada de lo falso, con la pobreza de esa fiesta del éxito que montamos en un escenario de cartón piedra.
Roberto Bolaño no fue un escritor blando; no quiso ser simpático; le devolvió la mano al destino blandiendo una espada excesiva contra todo lo que le pareció superfluo; en el medio del dolor o la dificultad, con las que no buscó compasión, se equivocó una y otra vez, pero, así y todo, y El gaucho insufrible es un ejemplo testamentario, ejerció la literatura con pasión, siempre con honestidad. Antítesis de la fría metafísica que inspiró al gran Borges --que no se hagan comparaciones absurdas--, hijo de Pitol, hermano de Piglia, nieto del temperamento furioso de Pablo de Rokha, Bolaño termina siendo Bolaño, por ahora uno de los más decididamente antipáticos, más innegablemente talentosos escritores chilenos de los últimos tiempos. A quien todavía le quede alguna duda: vaya directo a "El viaje de Alvaro Rousselot", cuento en el que habitan la ironía y la ternura frente al acto literario (Dr. Jekyll, Mr. Hyde) o déle vueltas al significado profundo de "Dos cuentos católicos". Roberto Bolaño no ha pedido perdón, ello no estaba en su talante nietzscheano; pero sí ha querido explicar, con distintos recursos, lo que también dice en la parte final de "Enfermedad y libertad": "Escribir mal, hablar mal, disertar sobre fenómenos tectónicos en mitad de una cena de reptiles, qué liberador que es y qué merecido me lo tengo, proponerme a la compasión ajena y luego insultar a diestra y siniestra, escupir mientras hablo, desvanecerme indiscriminadamente, convertirme en la pesadilla de mis amigos gratuitos, ordeñar una vaca y luego tirarle la leche por la cabeza, como dice Nicanor Parra en un verso magnífico y también misterioso". Y es que no es fácil morirse todos los días, sin uno quererlo.
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