El espejo de la amistad
A los veintisiete años, siendo aún estudiante de medicina en Harvard, Ethan Canin (Michigan, 1960) dio a conocer su libro de cuentos El emperador del aire (Emecé). La crítica y las ventas le fueron favorables y esa respuesta se mantuvo ante sus sucesivas obras: la novela Río Azul (Emecé), la colección de relatos largos El ladrón de palacio (Anagrama) y la novela que motiva esta reseña. Tras ejercer brevemente la medicina, Canin la abandonó para dedicarse por completo a la escritura, en su casa de California, y a enseñar en el célebre taller literario de la Universidad de Iowa.
De reyes y planetas amenaza , al comienzo, con ser un cuento largo: pocos personajes, línea de acción única. No obstante, sin apartarse nunca del todo de esos rasgos, a medida que avanzan las páginas la complejidad va ascendiendo lenta e imperceptiblemente como la marea hasta envolver al lector. Todo comienza con la llegada de Orno, un joven provinciano tímido y poco locuaz, hijo de un vendedor de seguros y un ama de casa, a la neoyorquina y prestigiosa Universidad de Columbia, donde va a comenzar sus estudios. Inmediatamente, Orno conoce a su colega Marshall, un desenvuelto, brillante, carismático hijo de la Gran Manzana y de padres relativamente ilustres, que lo adopta como amigo y le abre el mundo.
Como en buena parte de la obra narrativa previa de Canin, los vaivenes en la relación entre dos personajes masculinos (por lo demás, los mejor delineados) marcan el ritmo y la estructura del relato. "Las mujeres van y vienen", como dice Marshall citando a T. S. Eliot. En ese ir y venir, ellas los apartan y los juntan, pero sin quebrantar jamás la unión profunda e indisoluble que parece haber quedado sellada para siempre entre ellos desde el primer momento, para bien y para mal. Incluso cuando la mujer que se instala en el medio, después de los tiempos de Columbia, es el amor de Orno y nada menos que la hermana de Marshall.
La narración en tercera persona está siempre focalizada en Orno. Pero la insondable sombra de su amigo jamás está ausente, como una suerte de antagonista. El joven provinciano que "descubre" el mundo se avergüenza de la simplicidad de sus padres, pero no deja de valorar su rectitud y su esfuerzo, que lo ayudan a persistir en el estudio y el trabajo. Por su parte, el joven deslumbrante va revelando su faz oscura: su autodestructividad afecta a quienes más lo quieren, y su brillantez mitómana nunca llega a cuajar en grandeza.
Entre otros méritos que pueden apuntársele a este libro, no es el menor el hecho de que los avatares de la historia sean tan intrincados que imposibiliten el resumen. La prosa es elegante, pero sin lujos. La construcción, aunque lineal y acotada, no apela a espejitos de colores (hechos rimbombantes o informaciones poco difundidas).
La obra ficcional de Canin ha sido relacionada con la de otros escritores estadounidenses que, si bien tan disímiles entre sí como James, Hemingway o Cheever (por citar a algunos de los más conocidos), forman parte hace tiempo de una gran tradición. Y hacia allí sin dudas apunta. Aunque lo suyo no deja de resultar convencional, son muy pocos los que logran hacer un uso tan sutil y elaborado de las convenciones.