El exilio como aprendizaje
El periodista Carlos Ulanovsky habla de Seamos felices mientras estamos aquí , libro en el que recuerda sus años de forzado retiro en México y con el que intenta cerrar un círculo dibujado por la nostalgia propia y la ajena
Fuera de su país, algunos argentinos suelen no perdonar al mundo que se parezca tan poco a la Argentina. Otros, igualmente drásticos, condenan a este país por ser tan diferente del resto del mundo. Lejos de ambas formas de provincianismo, Carlos Ulanovsky (Buenos Aires, 1943) fue aprendiendo a fuerza de exilio a ver las cosas en su propio contexto, a relativizar los juicios y a disfrutar de las diferencias. No fue fácil: este argentino muy emblemático se fue, como tantos, a la fuerza. Y México era un lugar demasiado disímil como para que su infinita hospitalidad, que Ulanovsky nunca dejó de agradecer y retribuir con creces, alcanzara a paliar su inevitable falta de argentinidad.
De esa experiencia dolorosa pero enriquecedora, este periodista que con los años fue trocando su lucidez juvenilmente cruel por una notable capacidad de comprensión de los otros sacó varios frutos. Uno de ellos se plasmó a los pocos meses de su regreso al país, en 1983, en forma de libro: Seamos felices mientras estamos aquí . Esa mirada personal sobre el exilio forzoso agotó velozmente los 3.000 ejemplares de una primera edición y, desde entonces, se convirtió en una módica leyenda dentro de la trayectoria de su autor. Una leyenda sobre la cual Ulanovsky iba apilando nuevos títulos exitosos, como la serie en tres volúmenes de Los argentinos por la boca mueren o sus rescates de la historia de la radio, la televisión y el periodismo gráfico en la Argentina.
No por capricho sino para terminar de cerrar un círculo dibujado por la nostalgia propia y la ajena -"siempre me encuentro a a alguien que me pregunta si me queda un ejemplar de ese libro o incluso si existió realmente", aclara-, Ulanovsky decidió reeditarlo. Serenamente instalado ante una mesa de café, evoca las circunstancias que dieron origen al libro hace casi veinte años y las que ahora le permiten el privilegio de revisar ese pasado y actualizarlo.
"Volví a la Argentina con un trabajo: Guillermo Schavelzon me había encargado abrir aquí una sucursal de su editorial, Nueva Imagen, cosa que hice con bastante buena fortuna. En esas circunstancias, a partir de una propuesta de Hugo Levín, dueño de la editorial Galerna, creamos un sello con Sergio Sinay, Carlos Marcucci, la mujer de Hugo Levín en nombre de éste y yo: Ediciones de la Pluma. Lo hicimos con entusiasmo pero sin suficiente dedicación ni, salvo Hugo, conocimiento del oficio. Yo, por ejemplo, que había regresado de México con la idea de no trabajar en periodismo, a la primera oferta que tuve de Clarín , dije que sí. Cada uno de nosotros publicó allí un libro propio: Sinay, una novela; Marcucci, un libro de cuentos y yo, este libro, que tuvo una aceptación fulminante. Luego, como era previsible, la editorial empezó a tener dificultades y cerró, antes de cumplir un año y después del décimo libro publicado. Mi libro nunca se reeditó".
Ulanovsky confiesa un cariño particular por Seamos felices mientras estamos aquí . "Quizá porque es el que más se aproxima a la ficción, a una narración, que es una gran deuda que tengo conmigo mismo. Escribí dos novelas que no publiqué porque tuvieron sendos rechazos editoriales y eso me desanimó mucho y me hizo pensar, de un modo realista, que la ficción no era lo mío. Y de pronto me apareció la idea de responder a una pregunta que la primera edición de Seamos felices mientras estamos aquí dejaba pendiente: ¿cuál de todas las vueltas posibles me iba a tocar vivir? Ahora que ya sé cómo fue esa vuelta, lo puedo contar. También aproveché para hacer una relectura, unas apostillas al material del libro original, a la luz de los casi veinte años que pasaron. Reescribí lo que no me gustaba, agregué dos capítulos nuevos al final, un glosario de términos y un cuadernillo de fotos".
Ulanovsky dice que empezó a escribir Seamos felices mientras estamos aquí -libro que toma su título de una artesanía mexicana que lleva esa leyenda y que, aún hoy, le recuerda la sabia sentencia desde su escritorio- en el estado de consternación e incredulidad en que lo dejó la noticia de la guerra de Malvinas: "Estábamos de vacaciones en Acapulco y alguien nos avisó. Me pareció inconcebible, era un poco como lo del ántrax hoy, tuve la necesidad de preguntarme: "Bueno, y ahora, ¿qué más nos puede pasar?". Así empecé a escribir este libro a borbotones, como una necesidad imperiosa".
La posibilidad de volver a esos años con la visión actual permitió al periodista reconsiderar algunas cosas con la ironía de la distancia: "En muchos sentidos, fue un poco loco lo que nos pasó. Nos costó mucho desprendernos de México porque nos trataron maravillosamente y porque, en la Argentina de comienzos del 83, el futuro era muy incierto. Pero volvimos con la certeza de que México tenía poco que ver con nosotros y éste, en cambio, era nuestro lugar. En muchos aspectos, teníamos una visión muy crítica de México. Había muchas cosas que no nos gustaban y sólo nos vinculamos seriamente con otros argentinos. Pero luego, viviendo otra vez acá, me empezó a pasar con México algo similar a lo que me pasaba con la Argentina mientras estaba allá: empecé a extrañar desde lugares y comidas hasta la manera de trabajar y la tranquilidad que tenía. Me dije: "Estoy rematadamente loco, soy un neurótico insoportable". Al mismo tiempo, cuando estaba por terminar esta reescritura del libro, me reuní con tres amigos con quienes compartimos la experiencia del exilio y nos planteamos qué haríamos si en la Argentina las cosas volvieran a ponerse muy difíciles. Curiosamente, los cuatro coincidimos en que, si no hubiera más remedio que emigrar, volveríamos sin dudar a México. Pero, mientras fuese posible, no nos iríamos. Como si tuviéramos una suerte de lucidez fatal y fuéramos capaces de aceptar que esto es lo que nos tocó, para bien y también para mal. Me da sí mucha angustia en relación a mis hijas. No me gusta la vida que intuyo les va a tocar de acá en adelante en este país".
Cuando Ulanovsky se puso a recapitular lo que añoraba entonces de la Argentina y el modo en que se dio el reencuentro con esas cosas, también tuvo sorpresas: "Una sensación concreta fue la de los lugares. Me había cansado de decirles a los mexicanos, en tono de típico chiste argentino: "No tienen idea de lo que es la calle Lavalle", por ejemplo. Desde que volví, no pude caminar por Lavalle ni volver a lugares en los que pasé horas y horas de mi vida, como el bar La Paz o el Florida Garden. Recorrer esos lugares hoy es una experiencia lastimera, porque uno se conecta con rasgos penosos de la Argentina actual: la indigencia, la inseguridad, la violencia".
¿Alguna expectativa en relación a esta resurrección del libro? El hombre que hoy peina canas pero parece más joven y vital que nunca dice, con verdadera humildad, su última respuesta: "No sé si vas a creerlo, pero es cierto: a fuerza de golpes, me acostumbré a no tener expectativas con mis libros porque cuando más las tuve peor me fue, y cuando no las tuve, tal vez me fue mejor. Pero, si tengo que confesar alguna, es que, ojalá mucha gente que está viviendo afuera del país o está pensando en irse lo lea y le resulte útil. Porque es un libro escrito desde la experiencia pero con el corazón".
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