El fulgor lírico del deseo
DESIDERATUM: OBRA POETICA (1952-2001) Por Juan José Hernández-(Adriana Hidalgo)-224 páginas-($ 18)
En la imaginación poética de Juan José Hernández la naturaleza es material, es luminosa, es sexual. El verano es el momento de su máxima expansión: el mundo se puebla de vibraciones, de sones de élitros, de pululaciones, de hinchazón de frutos y jugos vertidos y alertas animales; el mundo se enardece en la luz diurna; el mundo se vuelve el escenario manifiesto de un eros descendido. Así, ese espacio propicio suele transformarse en el campo del deseo y de algún modo los cuerpos de los hombres se vuelven, también, la dimensión absoluta de una naturaleza en acto: "Estigmas del sol/ en un fruto maduro/ tu manchado desnudo/ tu sabroso desnudo", escribe Hernández. El poema corresponde al año 2001, pero desde su primer libro, de 1952, en el gran arco que abarca Desiderátum , ya era poetizada la inminencia deldeseo que siempre aspira a ser cumplido: "Con el pecho desnudo y el júbilo despierto/ animal saludable en frondas de deseo/ mi piel adolescente en su llameante apremio/ te buscaba y negaba./ Era otro tiempo cuando el verano/ me embriagaba".
Esa luz diurna que descubre la potencia natural es -como la del gran poema de Carlos Mastronardi cuya poesía resuena en la de Hernández- otra "luz de provincia", concreta y cenital: la luz del verano tucumano. Esa luz define las imágenes de muchos poemas, su cromatismo, su temblor, los espacios terrestres y también los temporales. La luz tucumana corresponde al resplandor de la nostalgia, a la siesta provinciana donde transcurre la infancia. Un fulgor que evoca el perdido paraíso: "Como el jardín edénico, oloroso a resina,/ estambre perfumado donde la luz germina". Y esa luz transfiguradora es también la luz del sentido en el poema, como si en la palabra misma pudiese reverberar todo el pasado: "No quiero que me digan/ la palabra naranja./ Me llega el sol,/ mi casa/ y la perdida infancia". Esa luz también es, en consecuencia, "claridad vencida": la sombría pérdida, la melancolía de lo que termina apagándose, anocheciendo. De tal modo, en la poesía de Hernández, el deseo erótico es también un deseo de perduración y posesión en el seno del lenguaje, para que al menos retenga en el poema la belleza luminosa que se pierde. Las palabras son cuerpos, son naturaleza deseada, son el posible edén. A esa búsqueda contribuye una poesía rítmica y muy eufónica, donde la música verbal de los clásicos metros de la poesía castellana resuena con elegancia y ductilidad, nunca con anacronismo. Se adivinan allí la sombra de Darío y también la de Lugones, que Hernández conoce a la perfección, tanto cuando cita en sordina algunos de sus versos, como cuando ironiza sobre su destino.
Hay otra pulsión en la poesía de Hernández, la misma que lo sostiene en la literatura argentina como un gran narrador: la pulsión del relato. No sólo porque el ambiente o el tema de algunos textos evocan sus propios cuentos. Hay, además, muchas historias y retratos en estos poemas, especialmente en su libro de 1999, Cantar y contar . Historias provincianas y familiares , pero también finísimos apuntes, verdaderas crónicas líricas, donde la piedad o el sarcasmo aparecen como un relámpago. Por ejemplo, en el poema sobre Gabriel Iturri, el misterioso secretario tucumano del amigo de Proust, el conde Robert de Montesquiou; el ácido poema sobre un renombrado académico francés de origen argentino, cuya identidad el lector adivinará; el poema sobre el encuentro de Verlaine y Rimbaud en Stuttgart, entre otros.
Especialmente en los poemas de 2001, de Mas allá de los Sármatas o Ráfagas , se agrega otro rasgo notable: el humor y la ironía unidos a la dimensión homoerótica, que los transforman en eficaces epigramas de sátira social desde la cultura gay, como si el poeta fuese un moderno Catulo del trópico. Esa dimensión aparece de otro modo en los poemas del amor lésbico de Las amigas , la serie de Verlaine que Hernández traduce. A esas versiones, suma otras de René Guy Cadou, de Tennessee Williams y de Jean Cassou.
La obra poética de Juan José Hernández es un libro hospitalario con su lector. Produce una sensación rara en estos días despiadados: la inmediata felicidad que dan el goce verbal, la inteligencia y el encanto.