Norberto Bobbio. El guardián de la condición humana
La historia de la Italia de este siglo aparece dramática y cálidamente evocada en la Autobiografía del pensador, de próxima aparición. Bobbio habla aquí de su juventud bajo el fascismo, de su paso por la Resistencia y de la lucha que mantuvo durante toda su vida en defensa de los ideales humanistas, que lo convirtieron en uno de los intelectuales más respetados de Europa y más escuchados por los jóvenes.
EL jueves 9 de septiembre de 1943, las fuerzas aliadas se lanzaron al asalto de Italia. En las primeras horas del día, el V Ejército norteamericano, a las órdenes del general Mark Clark, desembarcó en la extensa playa del Golfo de Salerno, al sur de Nápoles. La Operación Avalancha, que llevaría la guerra a la casa misma de los italianos, había comenzado.
A partir de ese jueves, y por veinte meses, "nos vimos envueltos en acontecimientos que nos superaban con creces", dice Norberto Bobbio, entonces catedrático de Filosofía del Derecho en la Universidad de Padua, que unas semanas más tarde cumpliría 34 años. Así empieza su Autobiografía , editada y anotada por Alberto Papuzzi, que Taurus, de Madrid, acaba de publicar en castellano y pondrá en venta en la Argentina en estos días.
Más aún: Bobbio, uno de los más grandes pensadores del siglo, señala que los veinte meses corridos entre el desembarco en el Golfo de Salerno y la rendición de las tropas nazis (2 de mayo de 1945), dividieron la vida de los italianos en un antes y en un después. A lo largo de esa temporada en el infierno, "nací a una nueva existencia, totalmente distinta de la anterior, a la que tengo por una pura y simple anticipación de la vida auténtica, iniciada con la Resistencia".
Sin embargo, Bobbio se había asomado a esa nueva existencia en 1939, cuando adhirió al Movimiento Liberalsocialista, opositor al fascismo, cuyo programa político ayudaría a redactar en el verano de 1941, para contarse luego, en 1942, entre los fundadores del Partido de Acción (PdA). Allí se integraron los liberalsocialistas y algunos miembros del grupo Justicia y Libertad, raleado por la persecución y la cárcel, con el cual Bobbio tuvo estrechas relaciones en la primera mitad de la década del 30.
Pero es cierto que las ordalías de 1943-45 modificarían para siempre la vida del eximio jurista y politólogo.
El profesor de Camerino
Norberto Bobbio, piamontés de Turín, había nacido el 18 de octubre de 1909, segundo hijo del médico Luigi Bobbio y de Rosa Caviglia. Familia acomodada fue la suya:una buena casa en la via Sacchi 66 -que él ocupa hoy-, dos domésticas, un chofer, dos automóviles, largas vacaciones en el campo y en la playa.
Aun así, Luigi y Rosa enseñaron a sus hijos a "considerar iguales a todos los hombres, y a pensar que no hay ninguna diferencia entre quien es culto y quien no lo es, quien es rico y quien no lo es", una moraleja que habría de calar hondo en Norberto Bobbio.
De niño padeció una enfermedad cuyo diagnóstico nunca supo -anduvo durante un año con el brazo izquierdo en cabestrillo- y que, según afirmó, lo "marcó para toda la vida", abriendo una "veta melancólica" en su espíritu: es la que embarga sus versos de adolescente.
Desde 1919 hasta 1927, estudió en el Gimnasio-Liceo Massimo d´Azeglio, donde conoció, entre otros, a Cesare Pavese, el estupendo novelista. En esas aulas empezó Bobbio a recibir su "educación política", que lo distanciaría del fascismo con el cual simpatizaba su familia, como "gran parte de la burguesía" italiana.
Todos aplaudieron la Marcha sobre Roma (27-30 de octubre de 1922) y la entrega del poder a Benito Mussolini por el rey Víctor Manuel III: el fascismo opondría un dique de orden a la subversión bolchevique de socialistas y comunistas, y desaparecería enseguida, ya encarrilado el país.
Iba a durar, sin embargo, más de veinte años, y su dique de orden ahogaría a la Italia entera. No obstante, en aquellos tiempos inaugurales, la confianza en la panacea fascista era grande: el padre de Bobbio se afilió al Partido de Mussolini en 1923; Norberto lo hizo cinco años más tarde, en 1928, mientras asistía al segundo curso en la Facultad de Derecho de la Universidad de Turín.
Diplomado en leyes en 1931, siguió estudios de Filosofía. Se graduó en 1933. Por último obtuvo, en 1934, la venia docendi en Filosofía del Derecho, y en noviembre de 1935 inició su larga carrera docente en la Universidad de Camerino.
La tormenta
Pero Bobbio era un sospechoso para las autoridades policiales de la tiranía mussoliniana, que interceptaban su correspondencia, vigilaban sus pasos y los de sus amistades, y terminaron por arrestarlo durante una semana, en la primavera de 1935, y aplicarle una "admonición" (veda de salir de su casa entre las nueve de la noche y las seis de la mañana).
No se equivocaban, sólo exageraban: el antifascismo de Bobbio carecía de militancia. Aun así, se lo llegó a considerar "peligroso para los ordenamientos jurídicos del Estado". Escribió entonces al mismísimo Duce, para quejarse de esa nueva acusación, que "ofende íntimamente mi conciencia de fascista", y acogerse al "elevado sentido de la justicia" de Mussolini.
Levantada la "admonición", no por eso la policía dejó de seguirlo y de incriminarlo, hasta el punto de que Bobbio se vio apartado, en 1938, del concurso de oposición a cátedra, obstáculo que salvó a través de la intervención ante el Duce del cuadrunviro Emilio de Bono, amigo de uno de sus tíos. Ganado el concurso, se sumó, a fines de 1938, al cuerpo de profesores de la Universidad de Siena y, dos años más tarde, al de la Universidad de Padua.
Cuando asumió en Padua, en los días iniciales de 1941, Italia estaba en guerra (desde el 10 de junio anterior) contra Francia y contra Gran Bretaña, "una guerra deshonrosa que nos conduciría a la catástrofe", declaró Bobbio, ya adherido al liberalsocialismo. El "aspirante a conjurado" se transformó en opositor declarado, lo que habría de costarle el pase a la Universidad de Cagliari, hacia la primavera de 1943, una disposición que nunca se cumplió.
Entre tanto había caído Mussolini (25 de julio), derrocado por el Gran Consejo Fascista y despedido por el rey. El ministerio encabezado por el mariscal Pietro Badoglio rindió Italia a los aliados el 3 de septiembre, el mismo día en que el VIII Ejército británico, al mando del general Bernard Montgomery, invadió el país por el sur, en Reggio Calabria, para unirse desde allí a las fuerzas del general Clark.
Las tropas nazis desarmaron a las italianas y ocuparon Roma, desertada por el rey y por el Gobierno (que se instalaron en Brindisi). Hitler hizo rescatar de su prisión a Mussolini, que creó, el 23 de septiembre, la República Social Italiana, verdadero protectorado nazi con capital en Salò, a orillas del lago de Garda, y dominio teórico sobre el Norte. Pero Italia declaró la guerra a su antigua aliada, Alemania, el 13 de octubre.
Temporada en el infierno
La lucha armada entre los aliados y los nazis (a quienes se unieron las tropas de Salò) sería larga, crudelísima, asoladora. Pero los aliados contaban con la ayuda invalorable de la Resistencia italiana, formada por decenas de miles de partigiani y guiada por el Comité de Liberación Nacional, en el que estaban representados los seis partidos antifascistas. Uno de ellos era el de Norberto Bobbio, que vivía, por hallarse en Padua, en territorio de la República mussoliniana, fantasmal y, sin embargo, proterva.
La policía de Salò detuvo a Bobbio el 6 de diciembre de 1943, y lo encarceló en Verona durante dos meses y medio:allí sufrió "interrogatorios, algunos duros, pero ningún proceso". Ya en libertad, a comienzos de marzo de 1944, se instaló en Turín con su mujer -se había casado el 28 de abril de 1943-; poco después, nació el primero de sus tres hijos. En Turín, Bobbio dictó Filosofía del Derecho en la Universidad, mientras se ocupaba de las actividades del CLN. No tomó las armas sino la pluma, y editó el periódico L´Ora dell´Azione , de circulación clandestina.
Tras la conquista de Roma -dos días antes del desembarco en Normandía-, el 4 de junio de 1944, la ofensiva aliada hacia el Norte progresó más allá de Florencia, pero el otoño y el invierno la detuvieron. Reanudada a comienzos de la primavera de 1945, se definiría en un solo mes, hasta la capitulación alemana del 2 de mayo, que se anticipó en menos de una semana a la del Tercer Reich.
Mussolini fue fusilado en Dongo, el 28 de abril; Hitler se suicidó el 30, en Berlín. El 21, al terminar el curso universitario, Bobbio anunció a sus alumnos: "¡La prepotencia está a punto de ser clamorosamente derrotada!" Y lo estaba: la insurrección popular del 26-27 de abril puso a Turín en manos de Italia, a través del CLN.
El referendo de 1946 determinó la fundación de la República. Los candidatos del PdA a la Asamblea Constituyente -entre quienes figuraba Bobbio- fueron vencidos de manera ignominiosa. El PdA, una organización de "intelectuales", desapareció. "Basta, se acabó mi vida política", dijo Bobbio.
Vida y obra inseparables
No se acabaría del todo: él había condenado, durante la guerra, tanto la "politiquería" (compromiso político con finalidades particulares) como el "apoliticismo" (indiferencia hacia la política), por parte de los intelectuales.
Lo cierto es que, si bien desistió de ser dirigente político y candidato, Bobbio adhirió en 1966 al Partido Socialista Unificado (que se disolvió en 1968) y, en 1976, al Partido Socialista, a cuyo Comité Central pertenecería hasta su renuncia de 1980. Senador vitalicio desde 1984, se integró al bloque socialista como independiente, y sigue hasta hoy en relación con el PSI.
Por lo demás, la política es el nervio de los centenares de artículos que escribió durante dos decenios, desde 1976, para La Stampa . Libre de las ataduras académicas -que no oscurecieron jamás sus ensayos de teoría y doctrina-, Bobbio exhibió en el diario de Turín su aguda lucidez para el abordaje de las cuestiones sociales y su serena prudencia para la confrontación de ideas y opiniones.
El origen y el destino de la vida -de esa "nueva existencia" a la que Bobbio nació entre septiembre del 43 y abril del 45- es la condición humana, a la cual, el magnífico pensador italiano consagró su obra. Esa condición humana, él la ve realizada en la democracia de medios y de fines, garante de los derechos humanos y de la paz entre naciones. Precisamente fue ése el sentido de la Resistencia y su legado: de ahí que considerase "la transición del país a la democracia", una vez abatido el fascismo, como "un hecho revolucionario".
Por las mismas razones, cuando salió a la luz su carta a Mussolini, en 1992, no sólo no se justificó: se autoinculpó. "Para salvarse, en un Estado dictatorial, se necesitan almas fuertes, generosas y valientes, y yo reconozco que entonces, con esa carta, no lo fui", dijo. De igual modo, admitiría la gravedad de su acto de 1938: haber obtenido la participación en el concurso universitario por gestiones de su tío y De Bono ante el Duce.
Enseñar y escribir
Su enseñanza y sus ensayos académicos impulsaron también, por cierto, la dignificación social y moral del hombre, pero del hombre de carne y hueso, no de ese abstracto personaje o fetiche que suele aparecer, en reemplazo de aquél, en los estrados profesorales.
Bobbio retornó a la Universidad de Padua, en 1945, y se incorporó definitivamente, en 1948, a la de Turín, donde dictó Filosofía del Derecho, Ciencia de la Política y Filosofía de la Política. Dejaría la cátedra, en 1984, al cabo de medio siglo, cumplidos ya los setenta y cinco años de edad. "Mi principal actividad [ha sido] la enseñanza universitaria", y en ella "no sucedió nada particularmente interesante que contar".
Sus alumnos y colegas no piensan como él: Bobbio ha enriquecido el derecho y la politología con aportes excepcionales, que trascienden los dominios de la filosofía y de la ciencia, de la historia y de la doctrina, para alcanzar los de la formación de una cultura de voluntad universalista. Pero el austero Bobbio confiesa que "siempre me persiguió la duda de no estar a la altura de estos dos arduos empeños", de educar y de escribir.
La Autobiografía ahonda por ello el conocimiento del hombre, al que tal vez quepa la lírica definición de Antonio Machado: "Soy, en el buen sentido de la palabra, bueno". Dentro de un mes y medio ha de llegar a los ochenta y nueve años. "Cada día que pasa me siento más despegado, lejano, extrañado, desarraigado", dice ahora.
Sin embargo, aun cuando sabe que está ante "la cita con la muerte", aun cuando es consciente de que a su edad "se debilita el interés por el futuro" en virtud de que "el porvenir ya no te pertenece" (reflexiones que desarrolla en su De Senectute y otros escritos biográficos ), le sobra ánimo para alertarnos acerca de nuestro "analfabetismo moral". Y para ponernos en guardia ante los peligros que acechan a la democracia, la desigualdad, el dilema que encierran los avances tecnológicos, recordándonos que "ni siquiera sabemos si somos nosotros los dueños de nuestro destino".