El infierno y otras visiones
El irónico cuestionamiento a los poderes de León Ferrari y las estrategias de signo diverso de Osvaldo Monzo, Oscar Suárez y Ana López.
EN estos días, el Centro Cultural de España (ICI) alberga la exposición individual de León Ferrari, artista de reconocido prestigio y figura principal del arte político. En ella se muestra un infierno "al revés", en el que los santos se cuecen en el fuego eterno. Mientras tanto, en otros espacios, artistas de varias generaciones presentan exhibiciones individuales de mérito: Osvaldo Monzo, con sus inquietantes abstracciones en la galería Del Infinito; Oscar Suárez con obras producidas digitalmente en Diana Lowenstein; Ana López con una instalación narrativa en Gara.
León Ferrari cumplirá los ochenta este año. Alcanzará esa edad sin reducir un ápice su intención de hacer un arte radicalmente transgresor y político. La saga de sus obras fuertemente críticas comenzó hace más de tres décadas, cuando Jorge Romero Brest retiró uno de sus trabajos, en una exposición del Di Tella, por considerarla lesiva para los sentimientos religiosos del personal del instituto.
Desde esos años, Ferrari recurre al ready-made , al montaje, la apropiación, las escrituras y las citas, para fundar una obra que apunta, preferentemente, contra las instituciones políticas y religiosas. La violencia y la discriminación son temas constantes en sus trabajos que, en distintas oportunidades, provocaron la reacción de diversas instituciones que solicitaron la censura de las obras expuestas.
Desde mediados de los años ochenta, sus objetos e instalaciones incluyeron aves enjauladas que dejaban caer sus excrementos sobre reproducciones de obras maestras. Estas piezas estaban deliberadamente seleccionadas por su iconografía religiosa: Miguel Angel, Giotto, Fra Angelico, Van Eyck y Bruegel.
Esas propuestas, con un desarrollo mucho más sutil, menos frontalmente irreverente, pero más poético, tienen su continuidad en la exhibición individual de Ferrari, presentada por el ICI. La muestra, titulada Infiernos e idolatrías , no sin humor, comienza solicitando a Juan Pablo II "la anulación de la inmortalidad y la vuelta a la justicia del Pentateuco: que con la muerte terminen los sufrimientos que el Evangelio quiere eternizar". Para el artista, el infierno es el mayor campo de concentración de la historia de la humanidad.
Sobre esta base, Ferrari desarrolla una iconografía apóstata de santos de yeso, de cristos baratos de santería, de juguetes en miniatura, y loros de decoración made in China .
Una de estas obras muestra un complejo revuelo de aves, posadas en un árbol de fino alambre que dejan caer sus heces sobre una reproducción del Dios de El Juicio Final , pintado por Miguel Angel en el muro del altar, en la Capilla Sixtina.
En otros trabajos, varios cristos crucificados se queman en una tostadora eléctrica; la Ultima Cena de yeso, en la prisión de una jaula para aves, está amenazada por el estiércol de una multitud de pájaros amontonados en el techo. En otra obra, la Cena está intimidada por horrendas ratas y por un gorila negro, ubicado en el centro de la mesa, frente a Jesús, todas miniaturas de juguete. En ocasiones, los santos pintados de negro adquieren una presencia siniestra y maligna.
Los condenados, los que se cuecen en el calor del averno, son los supuestamente "buenos": santos, vírgenes y cristos de utilería. Ferrari, en esta muestra, crea un infierno en el que los condenados son los "ídolos". Además, según afirma, inventa nuevas ideas y sufrimientos, para agregar a los creados por Giotto, Signorelli, el Bosco, Dante Alighieri y Fra Angelico. Claro que los suplicios ferrarianos mueven a risa con sus ingeniosas propuestas paródicas.
El espectador que ingresa en la muestra es recibido por reproducciones láser de pinturas famosas que muestran suplicios del infierno. Entre ellos está un infierno pintado por Fra Angelico, con los condenados hervidos en un caldero. Esta imagen tiene su versión "al revés" con los santitos que Ferrari condenó a ser quemados en una sartén doméstica, colocada sobre una humilde cocina de garrafa.
Sería oportuno que algún museo organizara una muestra retrospectiva de la obra de Ferrari.
( Hasta el 2 de junio, en el Centro Cultural de España, Florida 943. )
Pinturas e instalaciones
Osvaldo Monzo (Buenos Aires, 1950) expone un conjunto de pinturas planteadas desde una lógica puramente visual. Sus cuadros, con grandes planos, algunas veces texturados, con colores simples, parecen citar algunos paradigmas de la modernidad. También pueden recordar las estrategias del neo-geo o del neodecorativismo. Sin embargo, apuntan preferentemente a otra estrategia: no enunciar ningún contenido, excepto la ausencia de contenido; no expresar nada, salvo la carencia de expresión.
Las obras de Oscar Suárez (Mendoza, 1962) están realizadas con complejas mixturas de pinturas sobre tela y reproducciones digitales de fotografías pintadas a mano. Cada cuadro es una amalgama de imágenes y de agresiones a las imágenes. Todo se yuxtapone creando una construcción -en realidad, una deconstrucción- que problematiza la legibilidad. En cierta forma, la superficie de las obras recuerda la percepción sobresaturada del sujeto contemporáneo, sometido a la invasión de imágenes mediáticas.
En la blanca sala de Gara, las pequeñas imágenes de cerámica de Ana López (Buenos Aires, 1955) narran una historia: Un sueño del siglo pasado . Adheridas al muro, como las escenas de un comic, las figuras modeladas con falso tono naïf, se suceden: un Sagrado Corazón y, luego, la fábula del sueño, hasta el despertar. Un folleto ayuda al espectador a seguir la historia. Texto, escultura (imaginería) y escenificación, se suman, con coherencia, en el conjunto de la excelente instalación.
( Monzo, hasta el 7 de junio, en Del Infinito, Quintana 325; Suárez, hasta el 3 de junio, en Diana Lowenstein, Alvear 1595 y Ana López, hasta el 3 de junio, en la galería Gara, Honduras 4952. )
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