El mundo de Jutta Bauer
Para la ilustradora y escritora alemana, no hay que pensar que los adultos son superiores a los niños. Los chicos europeos están estresados porque los sobreexigen, dice
En su juventud, la alemana Jutta Bauer dibujaba los panfletos y carteles políticos con los que salía a la calle a protestar por la situación política en Hamburgo; años después, otros dibujos suyos, no muy distintos de aquellos que pregonaban la revolución, aparecen en hermosas historias de amistad, soledad y tristeza que niños y adultos de todo el mundo leen y disfrutan con idéntico asombro. Célebre por los libros La reina de los colores, Selma y El ángel del abuelo, entre muchos otros, Bauer es considerada hoy la principal referente en la literatura progresista infantil, y en cada trazo personal parece cultivar la libertad que antes reclamaba en pancartas y banderas. "Siento que un dibujo me sale bien cuando une el sentido de la historia con todo lo que pienso", dice, con el tipo de sonrisa que en realidad podría esperarse de su público. Luminosa, alegre y muy humilde, la creadora de la reina Malwida cree que no hay tema vedado para la literatura infantil y defiende una perspectiva no pedagógica a la hora de contarle una historia a un chico de 6 a 8 años. La última edición de la Feria Internacional de Literatura (FIL) de Guadalajara la recibió como una de sus invitadas especialísimas, y ella no defraudó: ofreció talleres para niños y adultos, dictó una conferencia magistral y recordó, como en esta entrevista, que la razón profunda de su trabajo es romper la actitud individualista que comienza a invadir a la niñez de todo el mundo.
"Yo no le daría una novela de Peter Stamm a un niño, pero él mismo ha escrito cosas para chicos que no están muy distantes de sus novelas. Y cuando me toca ilustrar esas historias de Peter, lo que hago es buscar la mejor manera de expresar el espíritu de ese texto para mi, digamos, ‘niño interior’. Creo que ésa es la mejor forma de darles una buena historia", explica ante el público mexicano, cuando le preguntan qué no se le puede contar a un chico. La cuestión de los límites morales es un tema sobre el que ha edificado buena parte de su carrera. Historias de nazis, relatos de muerte y personajes desesperados pueblan sus obras, distinguidas con el prestigioso premio Hans Christian Andersen. Bauer no se pregunta qué contarles a los chicos, sino cómo hacer para no ocultarle nada a su público. Ella no lo dice, pero ahí podría radicar el secreto de su impactante aporte al mundo de la literatura infantil.
–¿Qué clase de niña eras?
–De las malas estudiantes. Nunca aprendí matemática ni nada relacionado con el cálculo. Apenas si podía dibujar y aprender idiomas. Por eso ya he perdido la esperanza de que mi hijo vuelva a casa con buenas calificaciones.
–¿Cómo se hace para trabajar con y para niños sin subestimar su inteligencia?
–Bueno, no hay ninguna razón que me lleve a creer que de alguna manera soy superior a un niño. Además, en el arte los niños son mucho más interesantes que los adultos. Ya lo dijo Picasso:?"Todos los niños nacen artistas; el problema es cómo seguir siendo artistas al crecer". Estoy totalmente de acuerdo con eso.
–¿Cómo hiciste para crecer y, al mismo tiempo, "seguir siendo artista", según la idea de Picasso?
–Es difícil saber si lo logré. Pero más importante que mi condición me parece conservar y plasmar la mirada y las ideas infantiles en mi trabajo. Es fundamental no perder ese equilibrio entre el asombro, el juego y el desprejuicio que representa el día a día de un niño.
–¿Ése es tu principal objetivo cuando te sientas a trabajar?
–Si entendemos por "mirada infantil" la combinación entre juego y curiosidad, sí. Intento que ésa sea mi principal pauta de trabajo.
–¿Cuál es el límite en la literatura infantil? ¿Hay algo que no se les deba contar a los niños?
–No estoy segura de que haya temas que no se puedan tocar; creo que, en todo caso, algunos en particular se deben tratar con cierto cuidado. Pienso en cuestiones de violencia, por ejemplo. Pero ¿de qué sirve evitar ese tema en un libro infantil, si luego esos mismos niños van a ver violencia en la calle, en Internet, en la televisión o en las historias que cuentan sus familiares? No se trata de no tocar un tema, sino de encontrar la mejor manera de abordarlo. Es importante no excluir el asunto. Ahí es cuando se debe ser más creativo y responsable.
–¿Qué aprendiste de los niños?
–¡Mucho! Y debo confesar que a veces su libertad me da cierta envidia. Una buena lección que me han dado es la de dibujar sin miedo. Eso es muy importante para cualquier ilustrador. Otra enseñanza es la sencillez, la humildad. Porque cuando dominas la técnica y te conviertes en un virtuoso, puedes caer en el error de creer que ya lo sabes todo. Pero un virtuoso verdadero no es quien puede hacer lo más difícil, sino el que es capaz de ser cada día más sencillo. Y me refiero a todos los aspectos, a los estéticos pero también a los personales. A mí me gustaría pintar como lo hace un niño.
–¿Todo lo que has aprendido durante tu carrera te sirve sólo si consigues dibujar como un niño?
–Ajá. Dibujar un animal con trazos sencillos y claros es complicadísimo, y a los niños les sale bastante fácilmente. A nosotros, los profesionales del dibujo, nos cuesta mucho más. Podemos hacerlo de una manera compleja, que hasta puede asombrarnos por los detalles que somos capaces de aportar. Pero lo que de veras vale la pena es intentar la sencillez. Ése sí es un reto.
–Justo eso quería preguntarte: el trazo de tus dibujos siempre parece muy simple, casi podría decirse que es minimalista. ¿Crees que por eso los niños se identifican con las historias de tus libros?
–Es difícil contestar por los niños, y la verdad es que nunca les he preguntado algo semejante. Pienso en trabajar con sencillez por varias razones: porque me parece que es lo más cercano a los niños, porque me gusta, y también porque supone un auténtico desafío. Recuerdo otra frase de Picasso: "En aprender a pintar como los artistas del Renacimiento tardé unos años; en pintar como los niños, toda la vida". Es así realmente, el arte siempre radica en la sencillez, creo.
–Ilustraste textos de Brecht, Calvino y Tolstoi, entre otros. ¿Qué te resultó más difícil? ¿Trabajar con esas obras o con las infantiles?
–Suelo trabajar con textos que me gustan, así que no mido mi relación con ellos según la dificultad que generan. Todos pueden ser difíciles y fáciles a la vez, eso depende de muchísimas circunstancias que no siempre tienen que ver con el texto en sí mismo.
–¿Por ejemplo?
–No sé, cosas personales... Yo dudo mucho de que sea genial trabajar únicamente con libros. Si uno se rodea sólo de libros, pierde el contacto con el mundo real. Yo no creo en la idea del artista en la torre de marfil, al menos a mí no me sirve, siento que en ese caso me quedaría sin historias para contar. Por más genial que sea el texto con el que trabajo, no deja de ser letra escrita. Y a veces hay que buscar las historias en otros lugares.
–¿Por esa sensación comenzaste a ilustrar tus propias historias?
–Es posible. Es cierto que últimamente me resulta más fácil trabajar con lo que escribo yo. De hecho, ahora creo que antes ilustraba textos de otros porque no me consideraba capaz de contar una historia mía. Es una etapa de ciertas dudas que creo haber superado. Lo que busco en un texto para ilustrar, mío o de otro, es que tenga distintos niveles de lectura. De esa manera, yo puedo ver cuál de esos niveles quiero ilustrar y no me veo condenada a trabajar sólo en la superficie.
–¿Cuándo descubriste que los niños iban a ser tu público?
–[Piensa.] No estoy muy segura de haberlo descubierto alguna vez. No es una decisión, porque los libros para adultos no llevan ilustraciones, y si quieres trabajar en esto, debes orientar tus dibujos al público infantil. Pero en el fondo creo que la respuesta a esa pregunta es que yo siempre dibujé lo que quería, en mi trazo digo lo que pienso, son opiniones muy libres. Y no sé por qué me parece que los niños son quienes mejor comprenden esa libertad. Son el público más abierto que hay. De todas maneras, mis libros no son sólo para niños...
–Así es. Tienen muchos niveles de lectura.
–Eso espero.
–Es así, claro. Y uno se pregunta cuál es el secreto para hablarles a los adultos y a los niños en un mismo libro y captar la atención de ambos.
–Es un secreto para todos, especialmente para mí. No conozco la respuesta a esa pregunta. Tengo claro que no hay una receta ni un manual. No existen las fórmulas. Me encantaría conocerla, eso sí. Uno está a merced de ese secreto.
–Los niños soprenden todo el tiempo, dicen cosas que nadie esperaría que dijeran porque los adultos no pensamos como ellos. Y en tus libros también hay elementos completamente inesperados, como que se haga referencia al nazismo en una historia infantil. ¿No será ese atrevimiento parte del secreto que te permite entretener a adultos y niños por igual?
–¡Ah! No pensar de manera recta y lineal, que el pensamiento tome curvas... Sí, eso es algo muy importante para mí. Pensar en curvas, como dentro de un laberinto. No sé si será el secreto del que hablas, pero es algo que me interesa mucho.
–¿Qué piensas del impacto de la cultura digital en los niños? ¿Crees que dejan de leer libros como los tuyos para estar conectados a la computadora?
–No, no creo que dejen de leer. Las estadísticas también dicen que nunca se han vendido tantos libros infantiles como en estos años. Una cosa refuerza la otra. No hay que tener miedo de las nuevas tecnologías. La plataforma electrónica es un medio como cualquier otro, y nosotros tenemos la responsabilidad de dotarlo de un contenido que sea interesante para todos. El problema no es el medio, sino lo que hacemos con él. Y si los buenos artistas se niegan a participar en Internet, les dejas el terreno a los que no son tan buenos.
–¿Cuánto de pedagogía hay en tus libros? ¿Tienen la intención de enseñar?
–Sólo un poquito. Escribo e ilustro mis libros como si los hiciera para mí. Mi principal intención es contar una historia, no enseñar. Lo que explico a través de un personaje o una situación me lo explico a mí. ¡Y me sorprende que a otros también les interese! Nunca diría "Ahora voy a hacer un libro sobre un niño que tiene problemas por el divorcio de sus papás". No, yo no trabajo así. Me cuento una historia que me gustaría leer, y siempre acerca de un asunto que conozco. Mis historias no surgen de la nada. Y cuando un editor me pide ilustrar un libro acerca de algo que no conozco, tengo que rechazar la propuesta.
–¿En la literatura para niños hay que ofrecer más preguntas que respuestas?
–Me parece que en cualquier aspecto de la vida, y en la literatura también, aquellos que creen poder dar grandes respuestas están equivocados. Lo más interesante es provocar preguntas interesantes.
–¿Cuál es la característica más personal que aparece en tus dibujos?
–[Piensa, duda.] Yo diría que el movimiento. Todos mis dibujos tienen esas rayitas en los costados que indican movimiento. Me encanta moverme, viajar, estar en actividad, y en mi trazo todo se mueve. Por eso a veces me surge cierta desconfianza con los libros. Al menos en este momento, los libros son demasiado papel para mí, papeles por todos lados, eso me agota. Lo que yo necesito es trabajar con algo que esté vivo, como los niños que participan de mis talleres de dibujo. Cuando todo lo que hago es rodearme de libros o papeles, siento que me falta algo muy importante.
–¿Te impresiona lo que los niños comentan de tus libros? ¿Qué opinión recuerdas especialmente?
–Trabajo con niños, doy talleres para ellos en distintos lugares del mundo, pero ahí muy raramente hablo de mis libros. Por eso, no conozco lo que opinan. Pero sí me ha ocurrido, en varias ocasiones, una cosa muy interesante. Yo los hago jugar con un libro mío de ejercicios, para que los chicos coloreen y dibujen las figuras que están allí. Y en una página, al lado de una imagen, dice: "A mi reina la asusta el color rojo. ¿A tu reina qué la asusta?". Los chicos pueden poner allí lo que quieran, cualquier cosa, y nunca faltan aquellos que dibujan al papá o a la mamá.
–¿Qué es lo que eliges incentivar y estimular en los talleres que dictas para los niños?
–Algo que me gusta hacer con ellos es ponerlos a dibujar sobre superficies grandes, porque muchas veces, en la escuela o en la casa, los obligan a dibujar sobre hojas o cuadernos pequeños. Creo que eso es importante, para que identifiquen que el dibujo tiene que ver con el espacio, y por lo tanto, con el movimiento y la libertad. Otra cosa en la que pongo el acento es en que se den cuenta de que no hay error, que todo lo que hacen tiene su justificación y, en consecuencia, es legítimo. Los maestros ocupan todo su día en explicarles lo bueno y lo malo, y yo como artista hago justo lo contrario: me siento con los chicos y les digo que todo lo que a ellos les parece bien está bien. Porque lo que hacen, lo hacen por algo, y hay que escuchar lo que dice esa razón.
–Más que un taller para niños, parece una escuela para artistas.
–Es la idea. Para fomentar nuestra creatividad, los artistas debemos pensar que todo está permitido, no debe haber algo correcto y algo incorrecto. Eso existe, por supuesto, pero es terreno de la moral, no de la creación artística.
–¿Y cómo reaccionan los niños cuando les explicas que mientras dibujan todo está permitido?
–Bueno, ahí es cuando los envidio. Reaccionan de una manera increíble, porque no tienen miedo y sacan todo de adentro como se les ocurre. Su creatividad es espontánea y natural. No tienen ni un plan ni un programa, y por eso mismo llegan adonde nadie más puede llegar.
–¿Qué conclusiones sacas de ese trabajo en conjunto? ¿Cómo están los niños ahora, con respecto a unos años atrás?
–Lo más notable es que hay una gran diferencia entre los niños latinoamericanos y los europeos. En Alemania, los chicos de 7 u 8 años no tienen tiempo para nada. Los padres los ponen a hacer cursos de música, de dibujo, de gimnasia, de todo; están ocupadísimos y con un gran nivel de estrés. Ambos, los hijos y los padres, están sobreexigidos y ni siquiera tienen mucho tiempo para compartir. En este sentido, lo peor lo he visto en Japón, donde por cierto hay un nivel muy alto de suicidio infantil.
–¿Y en Latinoamérica?
–No, no, aquí están bastante más relajados. Por ejemplo, yo dicto el mismo taller en Lima, en una zona pobre de la ciudad, y en Hamburgo. La idea es que los chicos trabajen juntos sobre grandes superficies, y que compartan lo que hacen sobre el papel. Bueno, pues en Lima no tienen ningún problema y se divierten mucho, mientras que en Hamburgo es muy complicado que se animen a dibujar un círculo entre varios. "¿Qué haces? ¡Éste es mi dibujo!", dicen, una y otra vez. Entre los niños europeos, el individualismo se ha convertido en egoísmo.
–Entonces, ¿dónde queda todo lo que decías antes? Me refiero a cuando afirmabas que los niños son más libres, que juegan y son curiosos, que no tienen miedo...
–Bueno, miedo no tienen. No es eso. En Europa, los niños aprenden desde muy temprano lo que significa la propiedad privada, y se educan en un individualismo muy fuerte. Diría que adoptan rasgos de los adultos desde una edad muy temprana, dejan de ser niños antes de que nos demos cuenta. Me ha ocurrido al decirles "tal vez sea una buena idea que ahora dibujes algo así y asá", que ellos me contesten: "Mira, ¡no me gusta que te metas en mi dibujo!". Por eso mismo es que escribo e ilustro mis libros y dicto los talleres, para romper esa actitud.
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