El mundo de las ideas
BREVE HISTORIA DE LA FILOSOFIA OCCIDENTAL Por Anthony Kenny-(Paidós)-Trad.: Miguel Candel-493 páginas-($ 59)
lanacionarEl británico Anthony Kenny, uno de los expertos en filosofía más importantes de la actualidad, es bien conocido en nuestro medio por sus trabajos sobre Ludwig Wittgenstein. Igualmente sólidas, aunque menos difundidas aquí, son sus indagaciones en filosofía medieval. Casi desconocido, en cambio, es el hecho de que en su juventud haya sido ordenado sacerdote católico.
Estos tres sesgos de origen dejan su huella en la Breve historia de la filosofía occidental, obra que este profesor de Oxford, ex presidente de la Academia Británica y ex presidente de la junta directiva de la British Library, encaró en plena madurez de su carrera. Así, al dominio enciclopédico de la temática tratada se une una confianza en sí mismo que permite a Kenny hacer un recorte de autores bien definido, exponer sus ideas de manera clara y asertiva y emitir fuertes juicios de valor que organizan la exposición. Características que hacen del libro una excelente introducción a la filosofía, si se asume como obvio el hecho de que toda antología es siempre, en algún punto, personal y hasta arbitraria.
De los 22 capítulos centrales, cinco están dedicados a la filosofía griega y cuatro a la medieval, proporciones en las que Kenny sigue bastante a su admirado Bertrand Russell, autor de una Historia de la filosofía occidental que hizo escuela en el ámbito anglosajón. En estas casi doscientas cincuenta páginas (el libro tiene quinientas), sorprende agradablemente encontrar a Averroes y Maimónides -aunque sean tratados brevemente- y resulta previsible un capítulo entero dedicado a "los filósofos de Oxford": Duns Escoto, Guillermo de Ockham y Juan Wyclif.
Por cierto, la filiación de Kenny, próxima a la filosofía analítica, excede el tratamiento del período medieval y queda de manifiesto a lo largo de toda la obra, en particular por el lugar privilegiado que otorga a la reflexión sobre el lenguaje. No en vano cuando, en el epílogo, menciona las áreas que a su parecer siempre pertenecerán a la filosofía, incluye, además de la ética y la metafísica, "la teoría del significado, la epistemología, la filosofía de la mente". Más flagrante aún es el hecho de que considere la creación de la lógica matemática a cargo de Gottlob Frege como "el acontecimiento más importante en la historia de la filosofía del siglo XIX", minimizando tantos grandes nombres de ese siglo.
Al tratar el Renacimiento, cierta heterodoxia asumida le permite a Kenny incluir a autores que no siempre son considerados filósofos, como Maquiavelo, Giordano Bruno o Galileo, usualmente listados en otras categorías, desde "pensadores" a "científicos". Este criterio se repetirá en el tratamiento del siglo XIX y XX, donde se destacan los nombres de Sigmund Freud y Charles Darwin.
A Descartes, Kenny le dedica un capítulo entero. De manera clásica, El Discurso del método y las Meditaciones metafísicas ocupan en él un lugar central, si bien se reconoce el aporte del francés a la matemática y la geometría. Por otra parte, lectores maliciosos encontrarán significativo el hecho de que, en el cierre del capítulo, Kenny insista en la discusión del "error" del francés al sostener la dualidad mente-cuerpo, mientras deja de lado aspectos de su pensamiento hoy rescatados. Es el caso, por ejemplo, de la noción de "ideas innatas", que resulta central en la teoría del lenguaje que domina en la actualidad, la del norteamericano Noam Chomsky.
Con cierto espíritu de fair play, se les dedica casi el mismo espacio a las escuelas francesa y británica de los siglos XVII y XVIII: Hobbes y Locke tendrán su capítulo, seguido por el de Pascal, Spinoza y Malebranche; las páginas de Berkeley y Hume serán equilibradas por las de los philosophes de la Ilustración.
Kenny se atiene al canon en su tratamiento de Kant, considerado un autor pivote en la filosofía occidental, en particular por su fundamentación del conocimiento científico. Se ocupa muy brevemente de su ética, y no incluye la consideración de la Crítica del juicio, revalorizada recientemente.
Fichte, Hegel y Marx se aprietan en un capítulo; los utilitaristas británicos y Schopenhauer, Kierkegaard y Nietzsche en los dos siguientes. El hecho de que esta historia concluya con la Segunda Guerra Mundial exime a Kenny de seguir el impacto del marxismo en Francia y Gran Bretaña, aunque es sorprendente que ni siquiera mencione a Sartre, Althusser, Foucault o Raymond Williams. Su ya comentada filiación analítica lo lleva a dedicar un capítulo conjunto a Frege y Russell, y otro a Wittgenstein. Ambos se disfrutan.
Más curiosa resulta en una antología tan ajustada la inclusión del Cardenal Newman en el capítulo dedicado a "tres maestros modernos", junto a Darwin y Freud. El sesgo local aporta un indicio: Newman se formó en Oxford, donde fundó un movimiento en favor de incorporar la interpretación católica en la Iglesia de Inglaterra. Pero parece haber aquí algo más. Una de las preocupaciones de Newman fue justificar que las creencias religiosas no son irracionales. Este punto lleva a leer retrospectivamente un tema al que se dedica un espacio significativo en el recorrido por diversos autores, desde los medievales hasta Descartes o Kierkegaard, pasando por Stuart Mill: la pregunta por la existencia de Dios. En tiempos en que la filosofía parecía definitivamente secularizada, Kenny otorga vigencia a una pregunta nunca olvidada, en un gesto que representa quizás su más fuerte marca personal.
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