El tono justo para el amor
"Para quien nos juzgara según nuestras literaturas, el adulterio parecería una de las ocupaciones más importantes a que se entregan los occidentales", afirmaba Denis de Rougemont en su célebre ensayo sobre la pasión amorosa, El amor y Occidente . Sobre ese mismo tema, que ha interesado una y otra vez a las letras occidentales, la guionista y autora de la miniserie televisiva Okupas, Esther Feldman, construye una primera novela en la que la reconocible tensión del triángulo amoroso promueve a la vez planteos frescos y novedosos.
La historia es parecida a otras: la vida conyugal de Ricardo y Susana es una rutina que solamente interrumpen las mutuas agresiones y los encuentros sociales; sin embargo, tampoco el apasionado romance que Ricardo vive con la divorciada Carla, su nueva empleada, lo ayuda a tomar alguna decisión respecto de su matrimonio. La riqueza de Amores en tránsito no reside tanto en la invención de una historia como en la manera en que trata el mentado asunto del adulterio a la luz de una época en que la antigua concepción del amor sublime o pasional se combina con costumbres desapasionadas y normativas relativamente nuevas en cuanto a las relaciones amorosas.
Por eso, tanto la elección de las anécdotas relatadas como la voz narrativa construida por Feldman cumplen un papel fundamental al situar la experiencia del adulterio en un contexto porteño y contemporáneo. Con humor levemente irónico, Amores en tránsito nos presenta a una anorgásmica Susana en ácidos diálogos con su psicoanalista, y a la inquieta Carla esperando que suene su teléfono celular o confrontando sus perplejidades amorosas con la eterna mejor amiga de la que puede prever todos las réplicas. Ricardo, en tanto, enfrenta sus confusiones en la soledad de un absurdo tour por el Caribe.
La narración apunta como al pasar pero con incisivo sentido crítico las banalidades del exotismo programado, las rutinarias distracciones a que se disponen los siempre ávidos turistas que rodean a un Ricardo entretanto absorto, que trata de encontrar en el paraíso caribeño una verdad que oriente su vida amorosa. Aunque alejados en cuanto a sus objetos de interés, el turista y el adúltero sin embargo se asemejan cuando la narración propone: "En un sentido psicológico, los turistas son seres desorientados, fantasmagóricos".
Es tal vez ese contrapunto entre la atemporal pasión de los amantes y cierta compleja pero insulsa mecanicidad de los placeres y displaceres contemporáneos lo que da al cuadro del ménage à trois la posibilidad de formular nuevas reflexiones. En ese sentido, el tono ligeramente divertido y un poco distante que elige Feldman es adecuado, preciso: no es tan cínico como para destruir o emitir juicio sobre el fervor de la experiencia pasional, ni tan romántico como para que la novela resulte ingenua. Es más bien el tono necesario para dejar paso al relato de la pasión y abrir interrogantes sobre su lugar en la época de las siliconas, el HIV y los omnipresentes teléfonos celulares.