El viaje como tema
Kiarostami seduce con la imagen de un camino que no va a ninguna parte; José Luis Anzizar, en pleno vuelo
El viaje es una invitación a lo desconocido; es la promesa de una nueva experiencia o de una emoción más intensa. En esto se parece tanto al amor que muchos artistas los han relacionado íntimamente. El viaje es un tema recurrente en todas las artes, en todos los tiempos y en todas las culturas. Desde los mitos de los indios americanos hasta las gestas medievales, pasando por la tragedia griega o el teatro japonés, el viaje es un núcleo vital que desencadena la representación y la narración. Borges sugirió que los temas esenciales del arte (y tal vez de la imaginación humana) son muy pocos y que la enorme variedad de obras que existen surge de ese repertorio muy limitado de metáforas.
Mostrar el camino pero ignorar el movimiento es la forma en que Abbas Kiarostami da cuenta del viaje. El artista iraní (de quien además de la muestra de fotografías se está ofreciendo una retrospectiva completa de toda su obra fílmica) es un poeta del instante eterno. Sus fotografías, más que mostrar paisajes, parecen retratar lugares que prometen la posibilidad del viaje y renuncian a ella.
Estáticos, los caminos que muestra Kiarostami no conducen a ninguna parte. Parajes desolados en los que un árbol solitario señala la ausencia de los otros; la nostalgia por el bosque que no existe. Cubiertos de nieve o bajo el sol abrasador del verano, los caminos que fotografía Kiarostami no pueden ser recorridos.
En dos o tres fotografías hay pequeñas figuras humanas, casi sin rasgos reconocibles. Pareciera que la desaparición del movimiento es tan absoluta que en el momento en que el hombre está en marcha se esfuma su individualidad y deviene mera silueta, elemento genérico.
Nadie mora en las fotografías del iraní. Nada se mueve. Pero el camino está. Permanece; es la marca que señala la ausencia de lo humano. Hay ausencia, porque hay camino: los hombres que los hicieron (los caminos son obra de la cultura, no producto de la naturaleza) no viajan por ellos.
Hombres y parajes parecen incompatibles; como si mostrar la marcha humana por el agreste camino condenara al que lo hiciera a contar una historia; y Kiarostami detesta narrar. Toda su obra es un esfuerzo desesperado y quizás imposible por lograr que el cúmulo de imágenes no termine contando nada.
Las fotografías de Kiarostami registran el instante en que la narración está en potencia. Dibujan el momento en que toda palabra es evitada.
(Malba, Av. Figueroa Alcorta 3415, hasta el 12 de junio)
Un vuelo personal
El viaje que propone la obra de José Luis Anzizar es muy diferente. Es una historia de amor por el viaje. Y es una celebración de la transición entre estados diferentes del ser que el viaje metaforiza, pero también realiza.
La muestra presenta obra sobre papel (dibujos, objetos, bordados y cosidos) y también excluye la figura humana para inscribirla con más fuerza. Los aviones semejan insectos fastuosos y rechonchos. Esas imágenes glamorosas y cansinas recuerdan que la crisálida señala también un pasaje: él que va de larva a mariposa.
Como el insecto de alas tornasoladas, Anzizar se mueve en el aire. El avión es el medio en el que viaja: 630 vuelos reales son los jalones de la experiencia personal del artista (para la mente son 630 tránsitos entre estar aquí e ir allá, ser este y transformarse en otro). Sus planos de aeropuertos señalan un espacio inestable: el lugar en el que la vida está en transito.
Bolsas realizadas con mapas, menús bordados sobre servilletas que sobraron de un vuelo, avioncitos regordetes y gotas que difuminan los bordes: signos que ayudan a pensar lo que se fue elaborando en los viajes. Diario personal (muy íntimo), la obra de Anzizar es una celebración de lo que está en suspenso. Y de lo cual no se tiene otra memoria que los monumentos inestables que el papel y los colores permiten dibujar sobre el deseo de ser otro. Una especie de tatuaje de lo que no se puede pero se quiere ser.
(Elsi del Río, Arévalo 1748, hasta el 10 de junio).