Arte / Muestras. En busca del sentido
Escaleras que no llevan a ninguna parte y se enredan entre sí son el eje de las fotografías de Jorge Miño reunidas en la exposición Sin fin, en la galería Foster Catena
"No es que seas despistado, es que las escaleras mecánicas de los shoppings están diseñadas para que el cliente tenga que caminar largos trechos y así tentarlos con las vidrieras", explicaba Fabián, un especialista en marketing, para mitigar mi angustiosa desorientación en los templos del consumo. Es probable que algunas de estas escaleras hayan sido motivo para la cámara de Jorge Miño, quien está exhibiendo una serie de fotos de estas construcciones tan antiguas como la arquitectura misma.
Ahora bien, ¿qué escaleras le interesan a este joven correntino nacido en 1973, y con cursus honorum que incluye educación formal y no formal, premios, becas y exposiciones en galerías de prestigio? ¿La de la biblioteca laurenciana diseñada por Miguel Ángel? No. ¿La doble hélice del Castillo Real de Chambord (probable creación de Leonardo)? Tampoco. Más bien un repertorio de escaleras contemporáneas de diseño neutro y de origen poco reconocible.
Las fotos son de gran formato, algunas en color, otras con paleta reducida al blanco y negro. Cero presencia humana, ni animales, ni plantas; no a la manera de la seca grilla conceptual del matrimonio Becher, sino todo lo contrario. Cada foto es un despliegue de recursos formales: uso del monocromo en una ardiente escena roja; una perspectiva acelerada que envidiaría el tortuoso Escher; una tenue, desdibujada y fantasmal helicoide; rigurosas composiciones geométricas por un lado, y temblorosas, casi tartamudas, estructuras por el otro. No es nuevo el interés de Miño por las escaleras, ya habían aparecido como monstruos metálicos en su serie Cada vez que decimos adiós (2009) y también en Sostener la mirada (2010). Ya en 2004, cuando presentó su conjunto de viejas máquinas ( Mecanismos ), como balanzas, ravioleras, cafeteras de bar o planchas de tintorería, despuntaba su inclinación por los mecanismos que acompañan la vida del hombre, sin importar que tuvieran el tamaño de una montaña rusa, un avión o un tren. Una máquina, la cámara, le sirve a Miño para fotografiar otras máquinas. No es el chip ni la electrónica lo que le atrae al fotógrafo sino una perspectiva más mecánica, esa que estuvo junto a las grandes transformaciones de la humanidad, como el arado en la Edad Media o la omnipotente Revolución Industrial en Gran Bretaña.
¿Qué tienen de particular las escaleras de Miño? Que perdieron su sentido ascencional. Hay que recordar al bíblico Jacob, que recostó su cabeza sobre una piedra y "soñó con una escalera apoyada en la tierra y cuya cima tocaba los cielos y he aquí que los ángeles de Dios subían y bajaban por ella". Éste es el sentido más profundo y universal de la escalera, un dispositivo que se apoya en el piso y que asciende a las alturas del conocimiento y del espíritu, lo mismo que un árbol, una torre, una montaña o una pirámide, entre otros símbolos de este tipo. Una miríada de pintores la han destacado, como la memorable escena de Jacob dormido de William Blake, y qué decir de las acuarelas del mismísimo Xul Solar con esas construcciones intrincadas de subidas y bajadas.
Sin embargo, las escaleras (mecánicas o no) de Miño no suben a ninguna parte, más bien vuelven una y otra vez a la misma posición (no por nada la serie se llama Sin fin ). En la muestra hay también un pequeño video, en el que una cámara fija registra la llegada al punto final de una escalera mecánica, que reinicia su descenso en un círculo infinito. Entonces nos encontramos frente a una escalera que no bien nos sube, comienza a bajar. Como si la ascensión fuera insuficiente o parcial. En este contexto, la escalera mecánica es un símbolo engañoso de ascenso, y un verdadero ouroboros, aquella serpiente que se come la cola y representa la naturaleza cíclica del universo, el eterno retorno y el renacimiento de las cosas que nunca perecen. Es también como Sísifo, que fue condenado a empujar una piedra cuesta arriba, que al llegar a la cima caía; el héroe, condenado, tenía que volver a subir una y otra vez. Miño parte de la realidad para diseñar sus propias escaleras, y todas ellas parecen haber quebrado aquella unión entre el cielo y la tierra. Sin fin no deja de ser una nueva versión de Sísifo, una sed no saciada, una aspiración de elevación impedida.
Ficha. Sin fin, fotografías de Jorge Miño, en Foster Catena (Honduras 4882, 1er piso), hasta el 28 de octubre
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