En el futuro todos tendremos 15 minutos de anonimato
Facebook es el tercer país del mundo en cuanto a población, sólo superado por China y la India. Twitter está entre los 10 más poblados. Son mundos virtuales, es cierto, pero lo virtual es tan real como el mundo de los átomos; y para mucha gente, hoy el mundo virtual es, incluso, más real, más intenso, más interesante, más motivador, más práctico, más amigable que el viejo mundo de los átomos.
Gran parte de la humanidad hoy es anfibia: vivimos entre dos órdenes. Realizamos acciones en el mundo de los átomos, pero no sólo en él. Incluso muchas de nuestras acciones más importantes comienzan, se registran o terminan en el mundo virtual. Aunque no nos guste reconocerlo, interactuamos más con pantallas que con personas.
El proceso de digitalización y virtualización de la experiencia humana no para de acelerarse. Sucede así porque nos gusta. Porque nos estimula. Porque nos ofrece tantas ventajas que sería tonto renunciar a ellas. Pero vivir cada vez más inmersos en el mundo virtual nos hace echar por la borda casi todas las tradiciones y experiencias que tuvimos en la época en la que sólo conocíamos el mundo de los átomos. Por ejemplo, la intimidad, que surgió con la correspondencia burguesa, en el siglo XVI.
Las cartas y los diarios íntimos de la época en la que nació la burguesía aportaron a la construcción del sujeto moderno: aquel cuya identidad descansaba en su interior, en su intimidad y en lo que desde entonces se conoció como el mundo privado: el lugar de los afectos, del deseo y de las pasiones.
A partir de la irrupción masiva de los medios en la vida cotidiana esa intimidad comenzó a resquebrajarse: las estrellas de cine, primero, y las figuras públicas, luego, perdieron su privacidad. Quizás el hito que marca el cambio cultural sea la transmisión televisiva del 2 de junio de 1953, cuando Isabel II fue coronada reina de Inglaterra. Se perdió el aura que sacralizaba a la nobleza. De golpe, hasta los reyes eran humanos.
Ese proceso se aceleró con la aparición de Internet. Las redes sociales nos permiten a todos alcanzar el estatuto de "figura pública". Ahora todos podemos ser personajes, pero para eso debemos vivir exhibiéndonos. Para los que nacimos antes del mundo digital exhibirnos es todo un problema, pero no lo es para los más jóvenes. Es más: ellos consideran "natural" vivir exhibiéndose. ¿Cómo puede ser que la intimidad haya cedido tan masiva y rápidamente? ¿Quizá sucedió así porque nunca tuvimos un interior que atesorar? ¿Quizá siempre fuimos pura superficie?
Antes no tuvimos una vida interior que caracterizaba nuestra intimidad así como ahora no somos puro exterior. Las categorías y las formas de vernos y pensarnos están determinadas por los procesos culturales en los que vivimos.
En los 70, cuando la fama era lo máximo deseable, Warhol nos prometió un futuro en el que todos podríamos ser famosos por 15 minutos. Ahora lo hemos logrado. Y el deseo es lograr un futuro en el que podamos pasar desapercibidos y anónimos por al menos 15 minutos. Deseamos siempre lo que no tenemos.