Entre la realidad y la ficción
AL menos porque la imaginación no brota de la nada y la lengua proviene de la experiencia (de oír, hablar, leer, escribir), toda literatura es autobiográfica. Suponer por ello que transmutar experiencia en arte consiste en una clave Morse (decir "lo mismo" en código) es un malentendido tan habitual como antiguo. Por no ir muy atrás, en algún tomo de En busca del tiempo perdido , Proust (o el narrador) lamenta que se identifique a sus personajes con seres de carne y hueso, cuando -alega- los construyó apelando ocasionalmente a la nariz de tal, la risa de cual, el humor de quien. Puede suponerse que, tras la aparición de los primeros tomos de su novela, Proust habrá vivido hechos del tipo de los que constituyen el disparador y la sustancia de Negra espalda del tiempo . En efecto, Javier Marías (Madrid, 1951) había publicado en 1989 otra novela, Todas las almas , cuyo narrador era un español que, al igual que el autor, ejerció como profesor en Oxford. No tardaron las identificaciones de narrador con autor y de los personajes con personas que ocupan puestos en la universidad. En este nuevo libro, Marías niega que esas identificaciones vayan más allá de algún detalle (la nariz de tal, la risa de cual).
Negra espalda... empieza con un planteo general sobre las relaciones entre realidad y ficción, que cumple bien en abrir el juego, aunque cobrará mayor eficacia al reaparecer luego en pinceladas: "para relatar lo ocurrido hay que haberlo imaginado además". A partir de ese planteo general y sin ningún plan -según confiesa el autor-narrador real-ficticio que dice llamarse Javier Marías- se hilvana una serie de vicisitudes ligadas a la escritura y publicación de aquella novela anterior ( Todas las almas ), más algún cuento y una antología (no conocer esas obras, en todo o en parte, no obstruirá la lectura).
En respuesta a las identificaciones, los personajes de este nuevo libro son "seres reales", algunos bastante notorios (como los hispanistas Ian Michael y Francisco Rico), otros a los que se sigue llamando por su nombre "de ficción". Los enredos resultan a veces hilarantes y siempre atractivos, llevados por un dúctil oficio de narrar y una prosa brillante, con frases largas en parataxis y una peculiar puntuación de tinte coloquial.
Hay algo de Proust en el modo casi imperceptible como se pasa de un episodio a otro, por asociación de algún elemento afín. Pasado el primer tercio, el libro deriva en nuevos avatares, producto de una indagación más o menos anárquica en torno a ciertos escritores británicos poco conocidos hasta en su propia tierra, pero ligados al tema de una forma u otra.
De allí en adelante, el interés va declinando un poco, si bien de tanto en tanto hay pasajes que se elevan sobre el resto, como el recordatorio lírico de un hermano muerto antes del nacimiento del autor. Del lado contrario, el ajuste de cuentas con un editor produce más simpatía gremial que goce estético. De cualquier modo, vale la pena ver lo que puede hacer un escritor con materiales semejantes.