Escenas de la vida polaca
Elogiado y premiado, Krzysztof Krauze examina en sus films las debilidades y conflictos de la sociedad polaca después de la caída del régimen comunista
El ejemplar del matutino Gazeta Wyborcza está sobre la mesa de un pequeño local donde venden buenos libros y sirven café, en Varsovia. El hombre que lo hojea con los anteojos a media nariz es Krzysztof Krauze. Director de cine, 57 años, polémico, amante de las historias mínimas y pausado al hablar, Krauze es, para muchos, el cineasta más importante de la actualidad en Polonia, su país natal.
“Es uno de nuestros observadores profundos de los fenómenos sociales, pero, sobre todo, del alma humana. Un perfeccionista, escrupuloso en la preparación de cada realización, siempre fiel a sí mismo, a su filosofía y a su credo artístico”, dice la crítica de arte polaca Magda Sendecka.
No tiene Krauze el tono épico del genial Andrzej Wajda, ni el lirismo de Jerzy Antczak (Días y noches), ni la reconstrucción histórica de Jerzy Kawalerowicz (Juana de los Ángeles). Mucho menos, el carácter internacional de Roman Polanski, o el del director de El año del sol quieto, Krzysztof Zanussi. Más joven que todos ellos, lo suyo empezó por los documentales y terminó en largometrajes que no trascendieron demasiado las fronteras de su país, pero que constituyen una lectura personal y aguda de la sociedad de nuestros días, con sus grandes temas: la violencia, la incertidumbre, el consumismo, el amor y la soledad. Todo esto en una Polonia sumergida en la gran transformación que sufrieron los países del Este después de la caída del Muro de Berlín.
Con Krauze se puede hablar de Borges, de Cortázar y de Sabato. “Me interesa la Argentina, pensada a través de Gombrowicz. Con él, aprendimos a mirarla de una manera interesante”, dice.
Krauze ha indagado con seriedad la realidad polaca. Uno de sus films más comentados, Plaza del Salvador (cuyo guión escribió junto con su mujer, Joanna Kos-Krauze), cuenta la historia de una familia varsoviana que se ve embarcada en un drama a causa de la pérdida del empleo del marido, que trabaja en una empresa constructora. El futuro incierto para los jóvenes y los grandes conflictos familares son centrales en el guión del film, que fue premiado en el Festival de Cine de Valladolid.
-Me sorprendió que fuera mejor recibida que otras películas -reflexiona Krauze-. Posiblemente, esto ha tenido que ver con el modo en que se desarrollan las relaciones humanas y familiares en España. Son tan estrechas como en Polonia.
-¿Qué balance hace del cine en Polonia que siguió a la caída del Muro?
-En Polonia, en todos los órdenes, hubo un momento de pérdida de identidad. Los polacos no nos aceptábamos a nosotros mismos y despreciábamos nuestra propia historia. Fue un momento de locura consumista: la gente empezó a comprarse casas, autos. Nadie quería ponerse pantalones polacos, y los carteles publicitarios en la calle se hacían en inglés. De todos modos, esto ha ocurrido siempre, en distintos países y épocas. Hollywood también tuvo su época de pérdida de identidad. Ahora, en Polonia, se está filmando bastante. Las leyes son algo más propicias que en años anteriores: hay inquietud y producción.
La locura consumista es uno de los grandes temas reflejados por Krauze en la miniserie televisiva Cosas grandes, escrita por Jaroslaw Sokól. Con inteligencia y humor, el director se propuso mostrar en ellas el difícil camino de la transición. Cosas grandes habla, paradójicamente, de pequeñas historias humanas en un pueblo polaco, seres atravesados por temas que irrumpieron con fuerza en la vida cotidiana, como la tecnología, la globalización, el éxito, la exposición en los medios de comunicación, la desesperación por tener un auto nuevo.
-¿El cine polaco actual es revisionista?
-Siempre existe esa tendencia, y hay algo de interés, tanto en la televisión como en el cine, en contar lo que pasó en las últimas décadas. Pero creo que estos cambios recientes han provocado tanta tensión emocional que esa misma tensión impidió, por ahora, que haya surgido una gran película de revisión política.
-Usted estudió en la prestigiosa Escuela de Cine Lodz. ¿Cómo ha evolucionado este centro de formación de cineastas?
-Yo veo que a veces la Escuela tiene más importancia en el extranjero que en Polonia, o que es más reconocida afuera que aquí. Muchas generaciones se han formado allí, pero no todo lo que ha ocurrido con los profesores ha sido bueno. Desde 1968, la academia comenzó a ser fuertemente golpeada por las purgas. Fueron expulsados grandes maestros. Las olas de emigración siempre fueron un problema para mi país, y la Escuela no estuvo exenta de ellas. En 1945, en 1968, en 1980... Ahora mismo, se han ido jóvenes muy bien formados a trabajar en el exterior.
-¿Por qué ahora, en democracia?
-Yo creo que el pensamiento de derecha provoca la emigración. De esto tuvimos bastante en los últimos años y gobiernos. Los jóvenes no quieren que se los limite, que se les hable con un lenguaje conservador. Se van porque no somos tolerantes. En otras áreas, como la medicina, también padecemos la fuga de cerebros. Nos faltan 300 mil obreros calificados, pero no dejamos entrar a nadie de afuera. Hay como un fenómeno de antisemitismo sin judíos, de racismo sin negros. En pleno siglo XXI, es casi impensable que un judío pueda ser presidente de Polonia. Todavía, y después de todo lo que pasó, hay gente que utiliza la palabra “judío” como insulto. La Iglesia católica polaca no enseña hoy la tolerancia. Prefiere crear siempre un ambiente de inseguridad, de amenaza, para ser considerada necesaria.
Krzysztof Krauze no se calla nada. Los límites y las fronteras no le gustan a este hombre que, con su agudeza y su pensamiento, hace honor al nombre del bar en el que dialoga brevemente con adn: El Bárbaro Sensible.
SIETE PELICULAS EN APENAS CINCO DIAS
Hijo de una actriz, Krystyna Karkowska, Krauze se graduó en la Escuela de Cine de Lodz. Primero centró sus estudios en la fotografía. Después lo entusiasmaron las películas animadas y los documentales.
Polémico desde el comienzo, Krauze no fue bien recibido por sus colegas más célebres. Kieslowski no mostró ningún interés por el primer largo de Krauze, Nueva York, cuatro de la mañana (1988), en el que reflejaba la resignación y la tristeza general en los tiempos finales del comunismo. La percepción sobre su obra cambió con el estreno de Juegos callejeros (1996), una historia sobre investigaciones periodísticas, política y traiciones y, sobre todo, con La deuda (1999), un drama psicológico sobre hombres de negocios que son chantajeados. La deuda plantea, en cada escena, el dilema por los límites que cada uno se traza ante las presiones, la violencia y el perdón. Fue uno de los films más vistos en Polonia en el año 2000.
Su obra, que ahora viaja por el mundo, se verá en Buenos Aires, en la Sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martin (Av. Corrientes 1530), del 27 de este mes al 1° de diciembre. Organizado por el Complejo Teatral de Buenos Aires, la Embajada de Polonia y la Fundación Cinemateca Argentina, con el auspicio y la colaboración del Instituto Polaco de Cine y de la distribuidora polaca Mañana, el ciclo “Krzysztof Krauze, revelación del cine polaco” presentará siete películas inéditas del director. Se anunció que Krauze, que está luchando contra un cáncer de próstata, intentará cruzar el océano para dialogar con el público del Río de la Plata. Si no lo hace, sus películas hablarán por él.