Teatro. Espectros y cuerpos mutilados
El dramaturgo argentino Bernardo Cappa pone de relieve en sus obras La Funeraria y La presa, actualmente en cartel, la violencia física que padecen los seres humanos y la presencia acosadora del mundo de los muertos sobre el de los vivos
"Somos cuerpos, somos sobre todo, principal y casi únicamente, cuerpos, y el estado de nuestros cuerpos es la verdadera explicación de la mayoría de nuestras concepciones intelectuales y morales."
La reflexión proviene de La posibilidad de una isla , la novela del escritor francés Michel Houellebecq, pero la podría haber firmado Spinoza, el filósofo judío que sostenía que el alma no es otra cosa que el registro de las afecciones del cuerpo. Ambos, claro, se refieren a cuerpos vivos, a cuerpos en movimiento. ¿Pero qué ocurre con los cuerpos muertos que afectan directamente a los vivos? El caso emblemático es el de Antígona, la heroína de la tragedia de Sófocles. Ella marcha a la muerte porque desea sepultar a su hermano Polinices, algo que Creonte ha prohibido. Un cuerpo muerto es también el que desencadena una de las escenas más bellas de la historia del teatro: la de Lady Ana y Ricardo III, que en la pluma de Shakespeare se convierte en un juego de seducción brutal y perversa. Los cuerpos muertos en el arte suelen ser cuerpos vivos.
Uno de los espectáculos más logrados de la cartelera teatral porteña, La Funeraria , de Bernardo Cappa y Martín Otero, que se ofrece en el Sportivo Teatral, parte también de un cuerpo. Se trata de una comedia negra y sangrienta en la que se pone en cuestión el destino de un difunto. El mismo que es trasladado por su familia a un pueblo de mala muerte en el que la única funeraria que existe no tiene un ataúd adecuado para las dimensiones físicas del finado. Los responsables de este negocio precario y en decadencia deciden entonces mutilar el cuerpo para que entre en el cajón.
En la Argentina, la mirada atenta sobre La Funeraria convoca diversos fantasmas. Basta con detenerse en las ilustraciones del artista plástico Carlos Alonso sobre El matadero , de Esteban Echeverría, para comprender que la violencia que se ejerce sobre los cuerpos es parte de una historia sangrienta que, por uno u otro motivo, no ha dejado de arrojar cadáveres a destinos inciertos. Disciplinar los cuerpos es siempre disciplinar las ideas. Pero para lograrlo hace falta una red de complicidades. En La Funeraria no solo los integrantes de la empresa son capaces de todo con tal de cumplir con los ritos de la muerte. Es también la familia la que se presta a una secuencia de actos ilegales. La ilegalidad, en cualquiera de sus formas, genera una cadena de hechos impredecibles. En nuestro sistema de ideas nadie puede llevar adelante un duelo sin la constatación del cuerpo muerto y su posterior sepultura. De ahí que la obra de Bernardo Cappa y Martín Otero parezca un sainete negro, una reflexión sobre los abusos que en la historia argentina se han cometido con aquellos cuerpos, anónimos o emblemáticos, que por razones siempre oscuras alguien ordenaba que debían desaparecer o mutilarse.
En La presa , otra obra escrita y dirigida por Bernardo Cappa, que se presenta en el Teatro del Abasto, los personajes son como espectros que vienen de otra época. La anécdota parte de un viejo polaco que, ya cerca de la muerte, decide recrear una foto de cuando era niño, junto a sus tres hijas y sus respectivos esposos, y contrata para ello a un pintor mediocre, un español que recorre América haciendo retratos. Aquí las criaturas de Cappa tienen comportamientos extraños. Se disfrazan para ser lo que no son, o en el mejor de lo casos para mimetizarse con una infancia perdida o un tiempo lejano. El resultado es patético. Mientras el pintor intenta apresar la imagen en un cuadro se sucede el balbuceo entre los personajes, cierta media lengua hablada como un susurro y emparentada con el desconcierto, la banalidad y algunas veces el dolor.
La presa es una obra menor de un dramaturgo que ya ocupa un merecido lugar en el teatro argentino. Su producción incluye textos como Herida , El reloj o Cómo matar una gallina sin mancharse con sangre. Pero aun cuando en La presa Cappa desaproveche líneas de acción, difícil será negar sus méritos a la hora de construir un universo teatral inquietante y perturbador. Las dos obras en cartel son prueba de esa singular manera de mirar el mundo y hablar sobre él, y de convertir esas observaciones en potentes imágenes teatrales."Somos cuerpos, somos sobre todo, principal y casi únicamente, cuerpos, y el estado de nuestros cuerpos es la verdadera explicación de la mayoría de nuestras concepciones intelectuales y morales."
La reflexión proviene de La posibilidad de una isla, la novela del escritor francés Michel Houellebecq, pero la podría haber firmado Spinoza, el filósofo judío que sostenía que el alma no es otra cosa que el registro de las afecciones del cuerpo. Ambos, claro, se refieren a cuerpos vivos, a cuerpos en movimiento. ¿Pero qué ocurre con los cuerpos muertos que afectan directamente a los vivos? El caso emblemático es el de Antígona, la heroína de la tragedia de Sófocles. Ella marcha a la muerte porque desea sepultar a su hermano Polinices, algo que Creonte ha prohibido. Un cuerpo muerto es también el que desencadena una de las escenas más bellas de la historia del teatro: la de Lady Ana y Ricardo III, que en la pluma de Shakespeare se convierte en un juego de seducción brutal y perversa. Los cuerpos muertos en el arte suelen ser cuerpos vivos.
Uno de los espectáculos más logrados de la cartelera teatral porteña, La Funeraria, de Bernardo Cappa y Martín Otero, que se ofrece en el Sportivo Teatral, parte también de un cuerpo. Se trata de una comedia negra y sangrienta en la que se pone en cuestión el destino de un difunto. El mismo que es trasladado por su familia a un pueblo de mala muerte en el que la única funeraria que existe no tiene un ataúd adecuado para las dimensiones físicas del finado. Los responsables de este negocio precario y en decadencia deciden entonces mutilar el cuerpo para que entre en el cajón.
En la Argentina, la mirada atenta sobre La Funeraria convoca diversos fantasmas. Basta con detenerse en las ilustraciones del artista plástico Carlos Alonso sobre El matadero, de Esteban Echeverría, para comprender que la violencia que se ejerce sobre los cuerpos es parte de una historia sangrienta que, por uno u otro motivo, no ha dejado de arrojar cadáveres a destinos inciertos. Disciplinar los cuerpos es siempre disciplinar las ideas. Pero para lograrlo hace falta una red de complicidades. En La Funeraria no solo los integrantes de la empresa son capaces de todo con tal de cumplir con los ritos de la muerte. Es también la familia la que se presta a una secuencia de actos ilegales. La ilegalidad, en cualquiera de sus formas, genera una cadena de hechos impredecibles. En nuestro sistema de ideas nadie puede llevar adelante un duelo sin la constatación del cuerpo muerto y su posterior sepultura. De ahí que la obra de Bernardo Cappa y Martín Otero parezca un sainete negro, una reflexión sobre los abusos que en la historia argentina se han cometido con aquellos cuerpos, anónimos o emblemáticos, que por razones siempre oscuras alguien ordenaba que debían desaparecer o mutilarse.
En La presa, otra obra escrita y dirigida por Bernardo Cappa, que se presenta en el Teatro del Abasto, los personajes son como espectros que vienen de otra época. La anécdota parte de un viejo polaco que, ya cerca de la muerte, decide recrear una foto de cuando era niño, junto a sus tres hijas y sus respectivos esposos, y contrata para ello a un pintor mediocre, un español que recorre América haciendo retratos. Aquí las criaturas de Cappa tienen comportamientos extraños. Se disfrazan para ser lo que no son, o en el mejor de lo casos para mimetizarse con una infancia perdida o un tiempo lejano. El resultado es patético. Mientras el pintor intenta apresar la imagen en un cuadro se sucede el balbuceo entre los personajes, cierta media lengua hablada como un susurro y emparentada con el desconcierto, la banalidad y algunas veces el dolor.
La presa es una obra menor de un dramaturgo que ya ocupa un merecido lugar en el teatro argentino. Su producción incluye textos como Herida, El reloj o Cómo matar una gallina sin mancharse con sangre. Pero aun cuando en La presa Cappa desaproveche líneas de acción, difícil será negar sus méritos a la hora de construir un universo teatral inquietante y perturbador. Las dos obras en cartel son prueba de esa singular manera de mirar el mundo y hablar sobre él, y de convertir esas observaciones en potentes imágenes teatrales.