Feldman en CD. Espera y consumación
En una vieja entrevista, David Harrington, violinista del Kronos Quartet, contó que cuando el grupo de cámara preparaba el estreno del Segundo cuarteto para cuerdas de Morton Feldman el compositor les pedía con insistencia: "Quiero que suene como Schubert". Además de confirmar su predilección por cierta melancolía romántica, la indicación revela que Feldman era extremadamente sensible a los aspectos tímbricos, de un modo que no se parece por entero al de Anton Webern, pero que sería impensable sin su precedencia. The Viola in My Life, obra de la que el sello ECM acaba de lanzar una nueva grabación interpretada por el violista Marek Konstantynowicz es, en ese sentido, ejemplar. Perteneciente al período tardío de Feldman, The Viola in My Life es un ciclo de cuatro piezas compuestas entre agosto de 1970 y marzo de 1971 con la viola como instrumento solista (en el origen estuvo sin duda el interés por el timbre) y que, a diferencia de algunas de sus obras precedentes, exhibe una determinación total de los parámetros. En la I y II, el instrumento, casi invariablemente con sordina, está acompañado por un pequeño ensamble, y la III presenta un dúo con piano. La IV, por su parte, es un concierto para viola y orquesta (dirigido aquí por Christian Eggen) que recupera orquestalmente los materiales de las anteriores.
"Los crescendos de la viola implican el regreso a una preocupación por una perspectiva musical que no esté definida por una interacción de ideas musicales; como un pájaro que intenta levantar vuelo en un paisaje limitado", explicó Feldman en un artículo acerca de la obra incluido en la colección de sus escritos Give My Regards to Eighth Street. Ese paisaje muestra una superficie ilusoria -un lienzo, se diría- sobre la que se monta lo real, el sonido, que en ocasiones, como hacia el final de la sección I, se organiza en torno a la repetición de un escaso motivo melódico de rara expresividad. Las piezas sucesivas se extienden entonces en un tiempo liso, inalterado por cualquier vitalismo rítmico, y sostenido por las gradaciones en las dinámicas, que Konstantynowicz administra en esta versión con una sensibilidad pasmosa. El tiempo no es utilizado como principio constructivo sino más bien abandonado a su pura materialidad. Se trata de una quietud que, en palabras del propio Feldman, se despliega entre la expectativa y la consumación. O, dicho de otro modo, de una música que parece anterior y ulterior a toda música.
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