Narrativa argentina. Estrategias de la digresión
La expectativa Por Damián Tabarovsky
Mondadori/142 páginas/$ 28
En el actual panorama de la narrativa argentina, donde la mayoría de los escritores jóvenes está buscando infiltrarse entre las duras rendijas del mercado, Damián Tabarovsky parece encarnar la leyenda del jinete de Sleepy Hollow , no solo porque gusta de cortar cabezas al galope (como lo hizo, en su ensayo, Literatura de izquierda , con Ricardo Piglia, Osvaldo Soriano, Guillermo Martínez y Leopoldo Brizuela, entre otros), sino porque es uno de los últimos practicantes de la literatura concebida como un arte de vanguardia, o como un oficio de la paradoja y la transgresión.
No importa contra qué, pero hay que arremeter contra algo, parece que dijera Tabarovsky. Da lo mismo que sea contra la academia, contra el peronismo, contra el mercado o contra la novela en tanto una vieja institución burguesa. Como buen devoto de las vanguardias, Tabarovsky es un negador profesional, un escéptico de vocación y -también- un diestro publicista. Desde Coney Island , pasando por Bingo y Las hernias , todas sus novelas reniegan de las convenciones narrativas (trama, personajes, argumento, etc.), y se presentan como puros experimentos del lenguaje. De igual forma, sus postulados teóricos flirtean con la vanguardia, se regodean en el dislate crítico o en el esnobismo sociológico de gauche .
La digresión -también llamada circunloquio- es una de las muchas maneras indirectas de contar una historia. Puede interrumpir o desviar la atención del lector hacia alguna zona "accidental" del relato. No obstante, en ningún caso puede romper con la jerarquía de lo lineal. Es una cuestión lógica: para que haya digresión tiene que haber un centro de gravedad. De lo contrario, el efecto se perdería. Algunas novelas de Beckett llevan esta técnica a niveles insospechados. Pero incluso ya Lucio V. Mansilla utilizaba con plena conciencia el procedimiento: "Hoy estoy fatal para las digresiones", dice en una página de Una excursión a los indios ranqueles . Cabalgando a rienda suelta sobre estos paréntesis que, en apariencia, rompen con la temporalidad de la historia, La expectativa cuenta la vida de Jonathan, un joven argentino de clase media que sobrelleva los reveses de las crisis económicas del país con la esperanza -siempre postergada- de salir a flote alguna vez. En dicho intervalo, que se extiende a lo largo de toda la novela, el personaje deambula por las calles de Villa Crespo; mira televisión en los bares, hojea los diarios, se enamora de una chica que promociona viajes al sur disfrazada de pingüino, se va a vivir con ella y luego, de un momento a otro, decide hacer un viaje a Berlín, en donde solo se detiene durante "45 minutos". A partir de esta simple anécdota, Tabarovsky repasa, a vuelo de pájaro, la historia argentina desde el menemismo hasta nuestros días; divaga sobre el cambio de siglo; hace un estudio semiológico sobre el atentado a las Torres Gemelas; transcribe estadísticas, libros de psiquiatría, fragmentos literarios Y hasta se da el gusto de meter unos chistes de Verdaguer y Tom Hanks.
"La literatura es lo opuesto al peronismo: para ella mejor que realizar es prometer", sostiene Tabarovsky en el polémico manifiesto mencionado al principio de esta nota. Lo más apropiado que se puede decir de La expectativa es que cumple al pie de la letra con esta afirmación. El argumento (pese a todo, tiene uno) combina la realidad con el absurdo, la crítica social con ciertos toques de grotesco surrealista. En los pasajes más entretenidos, parece que estuviéramos leyendo la nouvelle mensual de Aira con subtitulados de Fogwill. En otros, la mayoría, da la sensación de que el autor solo escribe para ilustrar sus propias hipótesis acerca de lo que debería ser una novela.
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