Bibliografía. Explicar al ser humano
LA TABLA RASA Por Steven Pinker-(Paidós)-Trad.: Roc F. Escolá-704 páginas-($ 113)
Aunque un poco retrasada, la llegada a las librerías argentinas de La tabla rasa. La negación moderna de la naturaleza humana no pasará inadvertida. Es que la última obra de Steven Pinker, psicólogo cognitivo del Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT), es un auténtico grito de guerra, que busca reencender el debate sobre qué significa ser humanos. Estamos ante una nueva batalla de la controversia sobre la influencia de la naturaleza o de la educación en la formación de la personalidad y la organización de las sociedades: el recurrente nature versus nurture .
Pinker, aguerrido representante del "naturalismo", apela en esta obra a una estrategia en dos tiempos. En primer lugar, sostiene que la opinión de sus adversarios -que inclina la balanza hacia la responsabilidad de la crianza y la cultura- es hoy la visión dominante. Y luego se coloca retóricamente en el centro, de manera que aquellos queden en un extremo: "Mi postura en este libro no es defender que los genes lo son todo y que la cultura no es nada -nadie cree tal cosa-, sino analizar por qué la postura extrema (la de que la cultura lo es todo) se entiende tan a menudo como moderada, y la postura moderada se ve como extrema".
El gesto es ingenioso, pero no original. De hecho, hasta el título "negativo" del libro de Pinker parece el eco de un clásico de sus adversarios. Nos referimos a la obra No está en los genes , de Richard Lewontin, Steven Rose y Leon J. Kamin, publicada originalmente en 1984. Allí, los autores denunciaban el "determinismo biológico" y sostenían que "la función social de la mayor parte de la ciencia actual" es evitar el alcanzar una sociedad socialista -que caracterizaban como "justa"- "mediante la preservación de los intereses dominantes, tanto en clase como en género y raza".
¿Pinker está respondiendo con veinte años de retraso? Sí y no. En el ínterin, la polémica ha conocido otros momentos álgidos, entre los cuales el más encendido fue el provocado por la publicación en 1994 de La curva campana , deRichard Herrnstein y Richard Murria, que justificaba las inequidades sociales a partir de las diferencias raciales. Obra exitosa y discutida (respondida oportunamente por el mismo Lewontin, además del experto en evolución Stephen Jay Gould) que Pinker, diez años después, no reivindica pero tampoco ataca.
La genealogía deja en claro que la polémica toca ciencia y política. Porque la discusión académica impacta en las políticas públicas de apoyo social, cupos preferenciales, discriminación positiva y demás medidas que buscan paliar las desigualdades.
Pinker es consciente de esto y, sin embargo, cree que puede atrapar al genio y volver a ponerlo en la botella, reinstalando la discusión en el terreno científico. Por eso, su libro -un tour de force de más de setecientas páginas- se apoya en una detallada revisión de la bibliografía, una puesta al día sobre diversos asuntos de la vida social que pueden verse afectados por la herencia de la especie. Las referencias ocupan unas cincuenta páginas e incluyen obras de genética, de diversas ramas de la psicología, de teoría de la evolución, neurobiología, antropología, sociología, filosofía, además de estadísticas y casos descriptos por el periodismo.
Entre otros aspectos, el norteamericano revisa la noción de raza y de pertenencia étnica y defiende los estereotipos, al sostener que los humanos inevitablemente tendemos a clasificar a nuestros congéneres y que no siempre lo hacemos mal, más allá de los excesos del racismo, que condena.
También discute la cuestión del género, los talentos y las oportunidades laborales. Sugiere, por ejemplo, que las preferencias femeninas por los campos de la educación y el asistencialismo no son consecuencia de la cultura. Y sobre la influencia de los padres en la educación de sus hijos, parece concluir que es casi nula, relevando a los progenitores de las culpas psicoanalíticas.
Su acabado conocimiento de la teoría chomskyana del lenguaje (que ya describió en su brillante El instinto del lenguaje ) además de su especialización en psicología cognitiva son responsables de las páginas mejor fundamentadas y más disfrutables del libro.
Sin embargo, Pinker nunca abandona el tono agonístico. Se lo ha acusado de caricaturizar a sus adversarios y por cierto, lo hace con el feminismo, del que toma como ejemplo las expresiones más extremas. En otros momentos, más que irritante suena peligroso: cuando habla de criminalidad, incurre en caracterizaciones que tienden a instalar la idea de los "irrecuperables". Y lo hace en un país que tiene pena de muerte.
A pesar de esos extremos, en The New York Times , el filósofo e historiador de la ciencia Robert J. Richards describió la posición de Pinker como un "conservadurismo compasivo". La tensión entre esos dos términos parece poner en escena las dificultades del profesor del MIT para elaborar una propuesta acabada y dejar a un lado la actitud beligerante. En síntesis, una obra discutida y discutible, pero insoslayable en la tradición de los trabajos que buscan, desde las ciencias naturales, explicar a la menos natural de las criaturas.