Fantasmas de lo ambiguo
Un día de 2001 Alejandro Balbi, un sociólogo argentino de cuarenta y siete años, ingresa en la Colonia. En el lugar -situado en la ciudad uruguaya del mismo nombre y también conocido como el Servicio, la Casa o el Instituto- conviven quince internos (seis hombres y nueve mujeres) bajo la dirección del doctor Alvaro Luque, asistido por el celador Amadeo Cantón y una enfermera.
El Instituto tiene sus peculiaridades. Aunque se menciona un reglamento, nunca se explica en qué consiste o qué condiciones deben cumplirse para que alguien sea admitido en la Casa y las autoridades no demuestran preocupación por el cumplimiento de normas disciplinarias. Los internos disfrutan de un moderado laissez-faire que incluye cierta promiscuidad sexual y el mismo director se hace bañar por una paciente. En realidad, tampoco resulta seguro aplicar esta categoría a los huéspedes de la Colonia, ya que nunca se la define como una institución psiquiátrica. ¿Por qué, entonces, se encuentran allí esas personas?
Los datos sobre cada una son escasos: la interna Juana García fue violada por su padrastro y llegó a la Institución cinco años atrás; el interno Suárez dice que cursó la escuela primaria en el colegio El Salvador, de Buenos Aires; al interno Galván (alias el Rechazado) lo descubrieron en el monte chaqueño viviendo en estado salvaje. La biografía de Balbi ofrece más detalles: está casado con la neurobióloga Julia Conte, que tiene un amante, y su primera mujer se llama Catalina Dillon. El perfil de Balbi se completa con los pensamientos que escribe en unos cuadernos. "La vida es el recuerdo de la vida", apunta. Luego, citando a Pessoa, afirma que "la razón no es más que una especie de sueño". Y más adelante anota: "La verdad es una conjetura". También dedica un capítulo a recrear la memoria de su padre, una figura casi ausente de su vida.
Al igual que en novelas como Los asesinos las prefieren rubias o La construcción del héroe y los relatos de La brigada celeste, Juan Martini despliega su conocida pericia narrativa. El problema en Colonia reside en lo que el autor se ha propuesto contar. La ambigüedad de la exposición, que al principio atrapa, con el correr de las páginas va dejando demasiados puntos oscuros. Las vaguedades deliberadas se estancan en un aura de misterio sin resolver, se pierde interés en el destino de los personajes y sus historias se diluyen sin definirse. Esto ocurre especialmente con Balbi, cuando en determinado momento la información recibida sobre él se pone en duda y no se aclara cuánto hay de cierto o de falso en ambas versiones. Este procedimiento parece responder a la filosofía condensada en las tres frases de los cuadernos y que sugieren la imposibilidad de una aprehensión lógica u objetiva de la realidad.
Ante ese panorama, el lector no debe esperar un nudo y un desenlace en la trama, sino conformarse con el austero dinamismo de la prosa de Martini, que combina reflexiones precisas con una adecuada ambientación del Instituto en que transcurre la novela.
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