Fernando Allievi, de Retiro a Nueva York
Tres murales cerámicos inspirados en sus obras reciben a los transeúntes en la estación Retiro del subte porteño.
HASTA hace muy pocos meses, para ver en Buenos Aires las imágenes de Fernando Allievi era necesario recurrir a alguna galería que trabajase su obra o a una muestra colectiva (como por ejemplo, la del último Salón Manuel Belgrano, donde participó dignamente). Ahora, en cambio, esas imágenes pueden verse a diario en la estación Retiro de la línea "C" de subterráneos. Allí, Metrovías emplazó tres murales inspirados en los dibujos de este artista: Las máscaras , Las primeras luces e Historia del sábado , cada uno de los cuales cubre una superficie de 2.20 x 3.45 metros.
El Instituto Nacional Superior de Cerámica tuvo a su cargo la ampliación de los originales y la reproducción -mediante cerámicas de 20 x 20 centímetros- de las imágenes ciudadanas de Allievi. Eso indica, claro está, que se trata de aproximaciones cuyo fin es evocar los originales, y no de obras cuya realización estuvo directamente a cargo del artista (como ocurría, por ejemplo, en el Renacimiento o, más recientemente, con los muralistas mexicanos). En consecuencia, lo que se intenta es remedar, hasta donde lo permiten las circunstancias, la idea y el clima de lo que plasmó el autor. La magnitud de la escala y la diferencia de técnicas obligan a un trabajo de imitación.
Dibujante del hombre
No es ocioso destacar que Allievi (Esquel, Chubut, 1954) es un dibujante muy personal. Por su perfección, gran parte de lo que realiza parece propio de la fotografía. Un extremoso sentido de la realidad preside la minuciosidad con la que describe a los seres que representa. Aparentemente imparcial, arma las escenas con un fin: que quien las vea pueda imaginar una historia. Su poder de sugestión estimula el pensamiento con aparente candidez, pero su espíritu crítico pone en ellas lo necesario para que el espectador crea descubrir por cuenta propia lo que en realidad es inducido.
El eje temático es el hombre, representado de un modo tan preciso que podría confundirse con el del ilusionismo hiperrealista, aunque, en rigor, la postura del artista se aleja de esa corriente. Allievi procura crear un clima que nada tiene de trivial, pese a la inocencia supuesta de las escenas. No podrían vincularse sus trabajos ni con los de John de Andrea, ni con los de Duane Hanson ni, mucho menos, desde luego, con las ceras de Madame Tussaud.
Los dibujos muestran al hombre en situaciones especiales: a veces, interpretando solitariamente algún instrumento de viento al borde del mar. En otros casos, en escenas al aire libre de familias que posan sobre un frío fondo edilicio sin árboles y sin pájaros, con total conciencia de que son retratadas. Estos personajes podrían ser inmigrantes en un escenario actual, pero presentados de manera atemporal. Las ropas no dan referencias de un momento determinado. En suma, Allievi interviene desde una actitud que intenta ser neutral pero que, precisamente por eso, tensa enigmáticamente la profundidad de las escenas.
También trabaja con cajas, dentro de las cuales monta dibujos recortados. Estos, como cualquier dibujo de minuciosa factura, están realizados sobre superficies planas. Por lo tanto, el volumen de aquello que representan es virtual, pero su instalación en diferentes planos determina que el espacio que ocupan sea tan real como las sombras que proyectan. La incorporación de elementos corpóreos hace el resto y contribuye a combinar lo virtual y lo real en diferentes niveles espaciales. Allievi acaba de presentar con éxito una muestra individual de diecinueve dibujos, en Praxis de Nueva York.