Fragmentos de lo real
El arte actual más fecundo es el que dialoga con los desechos de la modernidad; prueba de ello son las muestras de Passolini, Esnoz y Dipierro
En su último video, Madonna relee a ritmo de vértigo la estética dance de los años 70. Ese vértigo y esa relectura se apoyan en un pedido de disculpas. Ante la cámara, Madonna dice: "Sorry; lo siento; perdóname" . La disculpa tiene que ver con la historia que el video cuenta; pero también -y fundamentalmente- es una disculpa por tener que volver a citar. Es una reflexión sobre el fondo y la forma del arte contemporáneo: no se puede hacer otra cosa que releer. "Lo siento, sorry, perdóname " , pero ésto es lo que hay.
Como Keith Haring, Maurizio Cattelan y Damien Hirst (en el mundo de las artes visuales), Michael Jackson (en el campo musical) y Manuel Puig (en el terreno literario), Madonna es de los pocos artistas globales que comprendió cabalmente la transformación gigantesca que operaron The Beatles y Andy Warhol en la cultura contemporánea. En la obra de Warhol, de los Beatles, de Jackson, de Puig y de Madonna, el pop no es un mero estilo o un movimiento estético: es la esencia de la cultura (musical, visual y literaria) de nuestro tiempo.
El arte actual tiene con el pasado una relación ambigua y fecunda: lo critica al integrarlo y lo transforma al recuperarlo. El arte contemporáneo más fecundo es el que dialoga con los desechos de la modernidad. Esto es especialmente visible en las muestras de tres artistas argentinos, que están exhibiendo en este momento: Alberto Passolini, Manuel Esnoz y Marcolina Dipierro.
La muestra de Esnoz se titula A pedazos . Pocas veces un título fue tan explícito y tan problemático a la vez. Casi cada uno de los cuadros que pintó Esnoz podría llevar ese título. Su obra es una reflexión constante sobre la dificultad de representar hoy "lo real". O, mejor dicho: una reflexión que surge de la imposibilidad de creer en las imágenes acabadas, las que sueñan con representar un mundo ordenado y completo.
Apelando a distintos procedimientos y citas visuales (desde el puntillismo de Seurat al trabajo con la imagen fotográfica, al estilo de Polke, y desde el imaginario del cine independiente a la imaginería pop de la historieta masiva), Esnoz parece decir todo el tiempo lo mismo: ya no vemos más que una suma caótica de fragmentos. Esa suma de delirios y restos sin sentido no termina cerrando. Nunca.
Las imágenes de Esnoz están siempre abiertas a un más allá de lo visto. Fundan así una utopía poética. En ese territorio soñado, la mirada ha perdido su inocencia, pero ha ganado un saber que se parece a la alegría.
(En Dabbah-Torrejón, Bustamante 1187, hasta fines de mayo.)
Passolini es un artista irónico. Su muestra se titula Bad y la referencia a la canción de Michael Jackson no es gratuita: la obra del rey del pop (y el pop como rey del sentido contemporáneo) está presente en cada uno de los cuadros de esta exposición.
En el cuadro Pas de Duchamp (Fuente) se ve una reproducción de la Mona Lisa, tirada en el piso de un baño público y orinada por varios chicos malos. En el tríptico ...really, really bad aparecen los pies de Michael Jackson enfrentando un montoncito de caca de perro, que finalmente pisa y lo hace resbalar. En Carrie y sus misóginos , Passolini opone el film de De Palma a los "solteros" del vidrio de Duchamp. En Dink (double income, no kids) enfrenta una estereotipada parejita gay (en cuyos rasgos se adivinan los rostros de los artistas Leo Chiachio y Daniel Giannone) con la obra sesentista Familia obrera , que Oscar Bony expuso en el Di Tella. Entre el título y la representación de cada cuadro, Passolini desliza un relato humorístico y una compleja reflexión crítica sobre la cultura actual. Es un discurso visual que no pontifica (como hace el conceptualismo, que se ha transformado en el academicismo de nuestro tiempo). Passolini no habla: sonríe. Y canta.
La abstracción de Marcolina Dipierro lucha por salirse del cuadro. De manera muy diferente a las búsquedas de los concretos en la década del 50 (que fue el último avatar del modernismo), las sutiles construcciones de Dipierro parecen inquietas sobre la tela. Se diluyen, como si el agua o el aceite las disolviera.
Esas imágenes, que se niegan a contar una historia, necesitan del movimiento, de ese movimiento catódico que sólo es capaz de registrar el video. En ese espacio virtual, las líneas se convocan y se repelen, formando figuras alucinatorias. Hay en esta obra una ironía sin malicia. Es pura danza pop , pero callada.
(Ambas muestras en Zavaleta Lab, Arroyo 872, hasta el 28 de abril.)