Fragmentos sobre un territorio
A mediados de los años ochenta, dice Jorge Fondebrider en las páginas iniciales de Versiones de la Patagonia, el comentario de una arqueóloga lo introdujo en una pesquisa tras los pasos de Jemmy Button, el indio yámana que en 1830 Robert FitzRoy llevó a Inglaterra para que conociera los rigores de la civilización y que trajo de vuelta, pasado un año, en el viaje que hizo con Charles Darwin como naturalista incipiente. Fondebrider leyó, entrevistó, compaginó: de todo ese cúmulo de datos y de miradas --muchas veces parciales, contradictorias-- surgió, dice, la idea de escribir no una novela histórica que tomara partido por una versión acerca de Jemmy Button sino un relato que, al incluir todas las versiones acerca del personaje, narrara justamente la imposibilidad de contar la historia de Button. Esa superposición de miradas con la que trabajó en aquel libro que nunca fue publicado funcionó, más de una década después, como disparador de Versiones de la Patagonia, un libro en el que Fondebrider se propuso hacer "la presentación de los hechos que conforman la historia patagónica, a partir de las distintas versiones que existen de los mismos."
Para abordar los distintos temas de los que se ocupa el libro, el autor recurre a textos de diversa índole y de distintas épocas: versiones de historiadores (preferentemente aquellos que han trabajado con documentos de primera mano, como Clemente Dumrauf y Armando Braun Menéndez); análisis de académicos contemporáneos (el de Luis Alberto Borrero acerca del poblamiento patagónico o el de David Viñas acerca de la relación entre la Argentina y Chile respecto del espacio patagónico); el relato de un explorador (Antonio Pigafetta, aceptado como el primer cronista de la Patagonia); la crónica de un pionero (Abraham Matthews, uno de los integrantes del primer contingente de inmigrantes galeses que llegó a Chubut en 1865); el decreto de un supuesto excéntrico (el francés Orélie Antoine de Tounens, que en 1860 se autoproclamó Rey de la Araucanía y la Patagonia); el diario íntimo de Julia Rouquaud, que testimonia la intemperie a la que el gobierno central dejaba librados, a fines del siglo XIX, a todos aquellos que intentaban asentarse en el Sur.
Este eclecticismo demuestra que trabajar con versiones simultáneas, superpuestas, contradictorias puede dar buen resultado cuando se trata de un solo personaje, tal como Fondebrider lo pensó con Jemmy Button. Pero una narración de esa índole, cuyo mayor interés reside en su paradójico poder de postular un relato imposible a partir de su capacidad de contarlos todos, no funciona en Versiones de la Patagonia porque, para empezar, menos de cuatrocientas páginas para resolver casi cuatrocientos años de historia patagónica no permiten contarlo todo. El libro incurre entonces en omisiones --en un orden conceptual: no explicita que los diecinueve tópicos que se eligieron como representativos de la historia patagónica no la abarcan toda ni fundamenta tampoco cuál es el criterio por el que fueron elegidos ésos y descartados otros, a lo que se agregan omisiones más puntuales, por ejemplo, la ausencia del estudio de Roberto Casamiquela cuando se trata del origen del topónimo "patagonia"-- o incurre en aseveraciones simplificadoras ("Los pueblos, como todo, duran un tiempo y después desaparecen o se transforman en otra cosa. Como ejemplo, basten los incas... Algo similar les pasó a los mapuches, quienes, después de haberles pasado por encima a los grupos que simplificando llamamos pampas y tehuelches, sufrieron lo mismo por parte de los blancos"). Versiones sobre la Patagonia pierde el rumbo cuando apuesta, tanto desde su planteo como desde su tono, a la exhaustividad y, en cambio, cumple una función cuando se lo lee avanzando al azar sobre aquello de lo que está hecho: su aspecto fragmentario.