Los intelectuales del mundo y LA NACION. Hanif Kureishi: "En tiempos difíciles se necesita más cultura"
El novelista paquistaní analiza el islam
LONDRES.– “Una complicada excusa para no trabajar, perder el tiempo, y, básicamente, no servir para nada.” Así tomaron los conocidos de Hanif Kureishi la decisión que anunció a los 14 años en el Paquistán de sus ancestros: quería ser escritor.
Hoy, bordeando los 50, es considerado la voz por excelencia de los paquistaníes en Inglaterra, así como el escritor sobre temas de raza y religión cuyos trabajos (sobre todo su primera novela, “El Buda de los suburbios”, ganadora del premio Whitbread) inspiraron a artistas de todo el espectro cultural. Y cuyas obras de la década de los 90, como “El álbum negro” (1995) y el cuento corto y subsiguiente película “Mi hijo el fanático” (1997) ya son considerados clásicos en la temática del fundamentalismo islámico.
“Pero en ese entonces no interesaron a mucha gente. Nadie le daba importancia al islam radicalizado. Pensaban que los jóvenes que yo describía eran unos excéntricos que se podían obviar. Sólo más tarde el tema quedó en el centro del debate, a pesar de que había sido condenado a muerte mi amigo Salman Rushdie. Eso fue, justamente, lo que me llevó a explorar el tema”, dice el escritor en diálogo con LA NACION.
La entrevista se realiza en las oficinas de sus agentes literarios, en el coqueto barrio de Notting Hill. A pesar de su fama de impuntual, Kureishi llega a la cita un cuarto de hora antes. Y, contra su fama de "chico malo" de las letras británicas, es increíblemente atento.
"¿Un café? ¿Una copia de mi último libro? ¿Es usted de la Argentina? ¡Quiero ir el año próximo! Ustedes han llevado al teatro varias de mis obras, como «Intimidad» y «Cuando la noche comienza», por Gabriela Izcovich, y el interés es recíproco. Quiero investigar un poco más su fascinación por el psicoanálisis e ir a un partido de fútbol", suelta, mientras pide un café instantáneo y, rápidamente, arregla un par de asuntos con sus representantes.
Sólo cuando se le comienza a preguntar por su obra ("El cuerpo" y "Soñar y contar" acaban de aparecer en castellano) deja de parecer hiperkinético. Su voz es entonces pausada y profunda. Kureishi es de esas personas a las que se les puede aplicar perfectamente el cliché de que perfora con la mirada.
Pero detesta parecer heroico respecto de su papel en las letras de las minorías asiáticas en Occidente: "Nunca tuve la idea de que se podía escribir sobre el racismo. Yo estaba en el colegio y me pateaban por ser de otro origen, y de pronto me di cuenta de que no era solamente mi problema personal y que había palabras para describirlo", señala.
Kureishi es considerado uno de los cronistas más lúcidos de las relaciones humanas, y a pesar de obras que causaron escándalo, como "Mi bella lavandería", la historia de amor entre un inmigrante paquistaní y un skinhead, protagonizada en el cine por Daniel Day Lewis, o la explícita "Intimidad", asegura: "Puedo haber sido un salvaje en algún momento, pero ahora soy un burgués". Se muestra dispuesto a hablar tanto de los grandes problemas de las civilizaciones como sobre sus hijos y la televisión.
-¿Cuánto lo afectaron, a la hora de escribir, las noticias sobre el fundamentalismo islámico a partir del 11 de septiembre de 2001?
-No me afectaron particularmente. Yo escribí sobre los problemas del islam mucho antes de las Torres Gemelas, en novelas como "Mi hijo el fanático", "El álbum negro" y una serie de ensayos, y luego perdí el interés. Sí afectaron, claro, al mundo, cómo el mundo ve a los musulmanes y al islam. A mí lo único que me interesa es que los musulmanes tienen que cuidarse a sí mismos para asegurarse de que su religión no se convierta en la religión de los fundamentalistas. El fundamentalismo islámico es una mezcla de slogans y resentimiento. Funciona bien como un sistema de autoridad que reprime el deseo, pero asfixia a esa fuente de vida humana también. Por supuesto que en los Estados islámicos, como en Occidente, hay gente hambrienta de libertad mental y política, y por supuesto que la mayor parte de los musulmanes no son extremistas. Esa mayoría tiene que reflexionar sobre qué islam quiere y sobre el modo de construirlo. Acabo de llegar de Bradford, en el norte de Inglaterra, donde está la mayor comunidad de paquistaníes del país. Allí di una serie de charlas. Es gente que odia la idea de que "islam" y "fundamentalismo", o "islam" y "ataques suicidas" sean considerados las mismas cosas. Es gente que ama a Dios, que cree que eso es bueno y que los hace, básicamente, muy buenas personas.
-¿Qué misión debe cumplir la gente de la cultura?
-La misión de la cultura es dar el espacio para pensar sobre Bush, el liberalismo, el imperialismo, el islam, estar del lado de la gente que se rehúsa a dejar de opinar, a ser intimidada. Hay que debatir hasta sobre las palabras que se usan. La "guerra contra el terror", el "eje del mal": hay que deconstruir estas ideas todo el tiempo. Para eso existe la cultura: para debatir las ideas y conceptos que nos rodean. Y necesitamos más cultura en un momento como éste, no menos. Necesitamos medios de comunicación, cine, literatura y teatro más profundos y con preocupaciones éticas. Los debates esenciales sólo pueden desarrollarse en el espacio que da la cultura. Son su materia prima y demuestran cómo la cultura se opone tanto a la dominación del materialismo como a la del puritanismo. Si tanto el racismo como el fundamentalismo disminuyen la vida al reducir al otro a una abstracción, porque así es más fácil atacarlo, el esfuerzo de la cultura debe ser mantener al otro vivo, describirlo y celebrarlo en su complejidad.
-¿Cuál es el papel del escritor de ficción?
-Lo único que puede hacer es mostrar cómo los individuos, sus personajes, viven los grandes acontecimientos históricos. Yo no escribiría una historia sobre el bombardeo en Irak porque es una situación muy complicada, que cambia día tras día y para la que es mejor una perspectiva histórica. Pero, definitivamente, escribiría una historia sobre alguien que está preocupado por la guerra en Irak, que teme estar viviendo en un mundo más peligroso. Si no podemos evitar que los individuos crean lo que quieran sobre el otro y proyecten sus fantasías en él, al menos escribiendo podemos contribuir a evitar que los prejuicios se cristalicen hasta volverse una parte aceptable de la cultura.
-¿Qué son exactamente estas fantasías que se proyectan?
-Como el racista, el fundamentalista trabaja sólo con la fantasía. Por ejemplo, están quienes consideran que Occidente es puramente materialista y Oriente puramente religioso. La idea del fundamentalista sobre Occidente, como la idea del racista sobre su víctima, es inmune a cualquier contacto con la realidad. La fantasía del otro también es siempre sexual: Occidente es una orgía sin dios, de copulación inmoral. Si los negros fueron demonizados por los blancos, ahora los blancos son demonizados por los musulmanes militantes. Tienen algo de las parejas que se llevan mal pero que no pueden limitarse a dejar al otro solo: tienen que atacarlo...
-Además de escribir, usted enseña a que otros lo hagan. ¿Por qué?
-Desde comienzos de los años 80, cuando comencé a colaborar con el taller de teatro joven del Royal Court, he desarrollado algún tipo de taller de escritura. ¿Por qué lo hago? Cuando lo pienso, recuerdo un comentario del director cinematográfico Stephen Frears cuando le preguntaron por qué daba clases en una escuela de cine. "Porque nunca nadie me hace las preguntas que me hacen los estudiantes", contestó. Cuando los escritores reconocidos envejecen es fácil que se vuelvan cínicos o se pierdan en sus propios pensamientos o proyectos, rechazando el contacto con cualquier persona distinta de ellos, sin querer cambiar. El taller con jóvenes es una buena cura.
-¿Cuáles han sido sus mejores maestros?
-Los mejores maestros que he tenido, empezando por mi padre, son aquellas personas que saben comunicar su pasión. Si se ponen a hablar de arquitectura, uno de inmediato quiere ser arquitecto. Por eso lo que la gente necesita no es "una buena educación": son buenos maestros. Los maestros son padres sustitutos cuya vocación es despertar su misma pasión en los demás. Cuando uno logra identificarse con esa pasión es que la mejor educación tuvo lugar. A mí, personalmente, me gusta enseñar porque creo que es importante que si uno sabe algo se lo pase a los demás. Sólo cuando uno enseña se da cuenta de lo que sabe y de lo que no sabe. Me interesa el aprendizaje en sí, la psicología que hay detrás de él, porque de chico yo tuve muchos problemas en la escuela: me quedaba estancado y nada me hacía avanzar.
-Incluso lo echaron de la primera universidad a la que asistió...
-En realidad, lo que pasó fue que comencé una relación con una mujer y, aprendiendo cómo es estar con alguien, me olvidé de las clases. Fue una experiencia muy educativa, reconozco, aunque claro, muy traumática para mi padre. No es que descrea de la educación formal: luego retomé mis estudios y terminé la carrera de Filosofía, que también fue fundamental. No es que me interesen las respuestas (si las había, no me las acuerdo), pero sí me interesan las preguntas de la disciplina. Por ejemplo, el tema de si ser bueno te hace feliz es central en la vida de todo hombre. Pero mi interés está sobre todo aplicado a la religión, en particular al islam. Para un musulmán, ser bueno es obedecer a Dios. ¿Pero qué pasa cuando esa máxima deja de servirte, cuando hay un conflicto entre tu deseo y el deseo que ves como divino? ¿Qué hacer entonces? Lo bueno de ser escritor es que uno no tiene que tener la opinión final. Que a través de los personajes puede ir ensayando distintos puntos de vista, distintas vidas. Pero nada se me hubiese ocurrido de no haber estudiado filosofía.
-¿Por qué dice que si bien antes fue un salvaje ahora es un burgués?
-Vivo con mi mujer y mis hijos y sería absurdo que me comportase como un chico de 25 años. Soy burgués y hace falta ser burgués para ser escritor. Cualquier estereotipo contrario es pura fantasía. La mayor parte de los escritores es gente que trabaja muy duramente. Quizá se emborrachen por la noche, pero a la mañana siguiente están sobrios sobre el teclado. Además, hay dos aspectos en la tarea de escritor: la inspiración y ponerla sobre el papel, y luego, toda la parte de la que no se habla, la parte comercial, dar entrevistas, promocionar libros, asegurarse de que haya traducciones a otros idiomas. Si uno tiene que mantener una familia no puede estar corriendo como un salvaje por ahí.
-¿Ahora lee mucho?
-Mi mujer me dijo el otro día: "Te he conocido por años y años y nunca te he visto leyendo un libro". La verdad es que no leo mucho ahora. Si hojeo algo son ensayos, nunca ficción. Si uno se pasa todo el día escribiendo una novela, para distraerse lo último que quiere leer es una novela. Yo solía leer mucho, amaba a los libros. Todavía los amo, en teoría. Pero creo que perdí mucho tiempo leyendo libros en solitario. Ahora disfruto de otras cosas, que, además, me inspiran. Conversar con la gente y mirar a mis hijos crecer están a la cabeza entre esas cosas. No leo a Dostoievski antes de acostarme. Estoy seguro de que alguna gente lo hace, pero a mí lo trivial me gusta porque me vacía la cabeza, y una vez que uno tiene la cabeza vacía empieza a entretenerse con las cosas que lo rodean. También me encanta leer los diarios.
-¿Qué escritores latinoamericanos le gustan?
-Mi generación fue muy influida por los escritores latinoamericanos. Sobre todo por Vargas Llosa, García Márquez, Fuentes y Borges, aunque a mí, personalmente, Borges fue el que menos me influyó, porque nunca estuve muy interesado en la literatura que habla de sí misma. En cambio, García Márquez me cambió la vida, porque nos dijo que la literatura no estaba muerta y que podíamos volver a contar historias. Historias cada vez más grandes y más vibrantes, romances, con magia. Nos guió de nuevo a la narración y yo le sigo estando agradecido.
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