Historia de mafias en dos orillas
¿Cómo se planta en el lenguaje, la geografía y el tiempo un escritor argentino de sesenta y tantos años que ha vivido los últimos casi treinta en España y recorrió en su juventud buena parte de América latina? Lázaro Covadlo ha logrado fundir con sagacidad toda esa experiencia fermentada en el caldo de cultivo de su imaginación (aunque en esta novela, concebida y publicada en España, se sienta en la necesidad de aclarar, por ejemplo, qué es una villa miseria y no qué es un chándal).
Pero tal vez la mayor apuesta estilística de esta historia de mafiosos de dos orillas no esté en la elección de una lengua española múltiple ni en el intento de reflejar la múltiple geografía del mundo iberoamericano, sino en el manejo de un tiempo también múltiple. En efecto, Bolero se construye casi permanentemente sobre la confluencia de distintos tiempos, lo que, por supuesto, instaura en el relato una linealidad que no coincide estrictamente con la linealidad cronológica de la historia. El recurso es más marcado y decisivo en el comienzo de la novela, su uso disminuye notoriamente en el medio y recobra importancia hacia el final.
El "presente" narrativo, el corazón de la historia, transcurre en la España de los años noventa. Allí se ha reagrupado una banda mafiosa, liderada años atrás en Buenos Aires por un español exiliado en épocas tempranas del franquismo, que durante su periplo antes de establecerse a orillas del Río de la Plata había incorporado incluso a un caribeño. Cuando sus negocios sucios amenazaban con llevarlo a una cárcel argentina, Aníbal Iturralde regresó a su país natal, reconstruyó su banda, ascendió en la escala de sus negocios y sus actividades adquieren ya suficientes visos de legalidad. Entonces, "importa" desde Buenos Aires a un antiguo hombre suyo para que se ocupe de hacerle de guardaespaldas a su único hijo Víctor, aparentemente huérfano de madre, y para que lo instruya en defensa personal.
El protagonista de la historia es el guardaespaldas "argentino" Víctor Olsen, en realidad de oscuro origen, un duro blando que siempre intenta escapar de los sentimientos que puedan ligarlo demasiado a una persona, o más bien, a una mujer. Su tocayo adolescente, afecto como él a la lectura y con inclinaciones literarias que se manifiestan en un diario íntimo pleno del arrebato sentimental propio de su edad, desacomoda inopinadamente las piezas del tablero interior de Olsen, al punto que éste llega a guardar las espaldas del muchacho desde la máxima proximidad posible.
Antes y después e incluso durante, el currículum de Olsen está jalonado por algunas buenas mujeres que lo han acompañado en sus reticencias. Hay una secretaria de Iturralde que será vehículo para el descubrimiento de un pasado también con nombre de mujer, y hay en el futuro una chilena que lo acompañará en diversas ciudades después que él deba huir de España, y volver a huir tras un retorno relámpago, cuando el muchacho ya convertido en capo mafia lo convoque en nombre de un pretérito bruscamente interrumpido. Y hay también amigos salvadores, como el falsificador Bodoni y la Bestia Elizalde quien, en una de sus apariciones, le da pie a Covadlo para lucirse con el humor negro, que tan bien desplegó en varios de sus libros anteriores, entre ellos Agujeros negros (cuentos), saludado hace unos años por varios miembros de la plana mayor de la literatura española actual.