Intrigas policiales bellamente ilustradas
José Bonomi y El Séptimo Círculo. La espléndida exposición, curada por Ricardo Valerga y Patricia Nobilia en el Museo Larreta, exhibe las portadas pintadas por el artista para la serie de Emecé creada por "Biorges" y las que realizó para otras editoriales. También, el muñeco de casi tres metros de altura que Oliverio Girondo hizo desfilar por Buenos Aires para promover uno de sus libros
Era imposible no identificar sus portadas en las mesas de las librerías, así como era imposible no asociarlas con las intrigas policiales. En casi cuatro décadas, de 1945 a 1983, José Bonomi realizó más de trescientas ilustraciones para El Séptimo Círculo, de Emecé. La colección fue concebida por Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares en un momento en que el género policial era considerado una lectura sin valor literario. Fue precisamente esa serie de novelas, con esas tapas, la que terminaría por consagrar la noble condición del género.
La espléndida exposición José Bonomi y El Séptimo Círculo en el Museo Larreta, curada de modo impecable, con imaginación y sobriedad, por Ricardo Valerga y Patricia Nobilia, debería ser visitada por todos los lectores que frecuentaron los misterios de esos libros. Se exhiben no sólo los originales de las portadas pintadas por Bonomi para la serie creada por "Biorges" sino también las que el ilustrador hizo para otras colecciones de la misma editorial como Novelistas Argentinos Contemporáneos, Piragua, Las Puertas de Marfil, y las de otras editoriales. Además, pueden verse óleos, acrílicos, grabados, técnicas mixtas, dibujos y una sorpresa: un muñeco de casi tres metros de altura, el Espantapájaros, que Oliverio Girondo hizo desfilar en 1932 por las calles de Buenos Aires en una carroza fúnebre para promover su libro Espantapájaros(al alcance de todos) (Ed. Proa). El muñeco de cartapesta recrea el personaje que Bonomi pintó para la tapa del libro. Representa a un pedante académico, de guantes blancos, capa roja, galera y monóculo.
Por el azar de los aniversarios, este año se conmemoran el centenario del nacimiento de Adolfo Bioy Casares y los ciento y un años del nacimiento de Bonomi. Éste nació en Cosenza en 1903, pero a los tres años, sus padres emigraron y se radicaron en Buenos Aires. Con el tiempo, José se hizo ciudadano argentino. En una de las vitrinas, se exhibe el pasaporte que da fe de esa nacionalización y también una credencial de "periodista extranjero" (giornalista straniero), de 1969, otorgada por la Ferrovia dello Stato, con la que se obtenía descuento en los pasajes de tren en Italia. De todos modos la influencia italiana se hizo sentir en la formación de Bonomi, que comenzó sus estudios de pintura en Buenos Aires con el profesor florentino Francesco Parisi y los continuó en la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón.
En 1921, el joven estudiante empezó a colaborar con la revista Jockey Club y más tarde con Plus Ultra. En 1924, ilustró La Venus calchaquí, de Bernardo González Arrili, y en 1926, pasó a trabajar con la editorial Gleiser donde, entre otras portadas, hizo la de Lunario sentimental (segunda edición), de Leopoldo Lugones. Su estilo de esa época no tiene nada que ver con el geométrico que desplegó en El Séptimo Círculo. En la década de 1920, la estética de Bonomi estaba emparentada con la de Aubrey Beardsley, con ciertas variantes locales y tardías del art nouveau, como la de Alejandro Sirio, pero también con precursores de la transición al art déco como Paul Iribe, y con Demetre Chiparus. Bonomi adoptaba con seguridad el estilo que mejor convenía a los textos que debía ilustrar y que leía con mucha atención. Por ejemplo, cuando hizo portadas para el grupo de Boedo, las imágenes oscilaban entre el realismo socialista y el expresionismo.
La calidad de Bonomi tuvo un reconocimiento en 1925, cuando ganó el primer premio en el Salón de Pintura y Grabado. Ese mismo año, entró a trabajar en La Prensa y alquiló un taller, que compartió con el escultor español Pepe Lorda. El taller estaba en una vieja casa en la avenida Belgrano al 500, al lado de los estudios de los pintores Emilio Centurión y Jorge Larco y de los escritores Leopoldo Marechal e Ilka Krupkin. De esa vecindad, nacieron los vínculos que Bonomi estableció con otras figuras de aquel período: Emilio Pettoruti, Xul Solar (que le hizo una carta astral exhibida en la muestra), Raúl y Enrique González Tuñón, Nalé Roxlo, Norah Lange y César Tiempo.
Bonomi viajó por primera vez a Europa en 1927. Recorrió España, Francia e Italia. En Madrid, asistió a las tertulias literarias del Café Pombo y de la Granja del Henar, en las que brillaban los dos Ramones, del Valle Inclán y Gómez de la Serna. Ortega y Gasset lo invitó a realizar su primera muestra individual en los salones de la Revista de Occidente, que tuvo muy buenas críticas. Era inevitable que en Francia frecuentara al llamado grupo argentino de París. Guiado por Horacio Butler, Héctor Basaldúa y Alberto Morera exploró Montparnasse y Montmartre.
Para El Séptimo Círculo, Bonomi optó por una visión que lo emparentaba con el cubismo y que, en algunas oportunidades, era casi abstracta. Las líneas rectas, la composición en cruz, la combinación de dos colores más el blanco y el negro hacían que las tapas se reconocieran con facilidad. Si se reeditaba un título, Bonomi no repetía la portada de la primera edición; creaba otra nueva. Así procedió, por ejemplo, con Evvie, de Vera Caspary. En sus comienzos, las ilustraciones de la colección eran viñetas; después los dibujos se hicieron bidimensionales, más geométricos y con un uso acentuado de la simetría. Una de las portadas más hermosas dentro de ese estilo es la de El aleph, que el artista hizo para Piragua.
Bonomi formó parte del primer grupo de plásticos argentinos que se desempeñaron como escenógrafos. En 1936, hizo la escenografía de La discreta enamorada, de Lope de Vega, dirigida por Antonio Cunill Cabanellas en el Teatro Cervantes. Un año después, la de Cyrano de Bergerac, de Rostand, y en 1957, la de Los mellizos, de Plauto, entre muchas otras. En algunos de esos trabajos, se advierte un aire de familia con los del francés Christian Bérard. Ese mismo parentesco se aprecia en un arlequín que fue la tapa de un número de la revista Lyra. En los óleos y grabados que no eran fruto de un encargo, Bonomi pasaba de un estilo a otro con una versatilidad asombrosa. La estación, por ejemplo, recuerda a los personajes expresionistas de Otto Dix; y, sin embargo, en el manejo de la luz, en la composición, hay algo que no cambia.
En la muestra, también se exhiben fotografías, un breve documental y las cartas que el artista le escribía a su mujer. Una vez al año, casi siempre para Navidad, Bonomi, profundamente enamorado de su esposa, María Esther, le escribía una carta en la que le hablaba de lo que había pasado en esos doce meses y de los recuerdos de un pasado más lejano. Evocaba, por ejemplo, el primer viaje que hizo a Italia con ella, en 1949. Florencia, Siena, la Toscana toda aparecen en esos escritos como un testimonio del amor que Bonomi sentía por el trabajo bien hecho de sus predecesores. Su tradición era la de los talleres florentinos; a ella, volvía en sus resúmenes anuales, como quien vuelve a la patria del espíritu.
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