Invenciones filosóficas
En La tarjeta postal , texto de 1980, Jacques Derrida invitaba a pensar la filosofía como "un inmenso castillo de tarjetas postales" y sostenía que "un gran pensador equivale siempre un poco a una gran oficina de correos". El eco de esas palabras del filósofo francés se percibe en Situaciones postales , texto finalista del Premio Anagrama de Ensayo 2002, en el que su autor Tomás Abraham alcanza una cumbre en su producción. Allí logra dar cuerpo a algunas ideas en las que trabaja desde hace años -particularmente las de "tensiones" e "invenciones filosóficas"- y avanza en la concepción de la filosofía por la que siempre ha apostado: problemática, desestabilizadora, inquietante.
El material con que Abraham trabaja está constituido, fundamentalmente, por cartas: entre el escritor ruso Vladimir Nabokov y el crítico literario norteamericano Edmund Wilson, por un lado, y entre Hannah Arendt, una de las principales filósofas del siglo XX, y Mary McCarthy, la escritora a quien Arendt confió sus textos póstumos, por otro. Pero, como el cartero-filósofo de Derrida, Abraham no se contenta con administrar la correspondencia sino que a partir de ella construye situaciones en las que la voz de los corresponsales recobra su vitalidad. "En estas situaciones postales -afirma Abraham- los autores no intercambian en sus cartas sólo información, una objetividad manipulable, sino concepciones del mundo de las que se sienten autores y responsables, puntos de vista éticos y estéticos con los que valoran y sancionan, identidades que se forjan y con las que penetran, descartan y absorben, los elementos de la vida."
El libro está organizado a partir de la presentación de una serie de tensiones en las que los intelectuales presentados -devenidos "personajes conceptuales", en el sentido de Deleuze- ponen en juego sus pensamientos. Tensiones surgidas tanto de la competencia como del afecto, tanto de la envidia como de la solidaridad, y que permiten situar a los autores en relación con su contexto, ver contra qué y a favor de qué produjeron esos pensamientos, qué se propusieron y, finalmente, considerar qué pueden seguir provocando.
Además de las tensiones entre Nabokov y Willson -que alcanzan un punto culminante cuando Wilson cuestiona la traducción que Nabokov realiza del Eugenio Oneguin de Pushkin-, y Arendt y McCarthy, merecen destacarse otras, establecidas por el autor: Nabokov-Thomas Mann, Nabokov-Richard Rorty, Nabokov-Gombrowicz ; Wilson-McCarthy; Arendt-Heidegger; Arendt-Foucault.
El concepto de "invención filosófica" es introducido hacia el final de la Primera Parte. Abraham cita a un crítico húngaro, Gyuri Kellemes, quien fija un criterio firme para distinguir al escritor de ficciones del filósofo: "El escritor es alguien que piensa frases. Miente, su pacto con el lector no es el de mentira-verdad sino el de placer-displacer"; el filósofo, por el contrario, "no miente, su pacto con el lector es el de mentira-verdad de modo excluyente". Sin embargo, el propio Kellemes encuentra, tras analizar la polémica entre Nabokov y Wilson, elementos que cuestionan su criterio. Esto lo lleva a plantearse una serie de preguntas corrosivas: "¿Qué pasaría si la escritura teórica mintiera? ¿Qué nuevo estatuto tendría la mentira en la escritura teórica? [...]. ¿Podremos hablar de invenciones filosóficas?"
Estas preguntas, que pueden dar lugar a extensas discusiones, producen un efecto inmediato en relación con el texto, porque invitan a pensar qué pasaría si el autor, filósofo, decidiera no sólo formular estas preguntas sino realizar aquello que sugieren, introduciendo la mentira en este mismo ensayo. La alarma se acrecienta cuando, al releer las referencias a Kellemes, se advierte que son excesivamente vagas (sus artículos no han sido reunidos en un libro sino que se encuentran publicados en un diario de Budapest desaparecido en el año 1995), cuando se intenta ampliar sus datos en una biblioteca o a través de Internet y su nombre no aparece ni en los catálogos ni en los buscadores electrónicos. Por supuesto que esto no demuestra la inexistencia de Kellemes; siempre cabe la posibilidad de que el autor tenga en su biblioteca personal los ejemplares del Diario de la Mañana de Budapest.
En la Segunda Parte, Abraham se presenta como el sobrino de Arendt y McCarthy. Pero, ¿es el autor quien habla o un narrador creado por él? La pregunta, que no tendría sentido si se tratara de un texto de ficción, puede resultar más que relevante tratándose de un ensayo, especialmente si se acepta el criterio de demarcación de Kellemes (o Abraham). En las páginas dedicadas a él se lee: "la filosofía es cada vez menos discurso y más efecto. Es la resonancia que queda del silencio provocado por una frase que detiene el saber. Por eso Nabokov, por eso Pessoa. Para inocular el gen de la ficción en la filosofía no se debe adosar una leyenda, una alegoría o un mito ilustrativo a una construcción filosófica, sino hacerlos intervenir en el mismo armado de la construcción teórica".
A partir de estos elementos, la tensión trasciende a los intelectuales estudiados y se proyecta hacia el lector. Se puede caer en una relectura paranoica, policíaca, en la que se intente constatar todas las informaciones brindadas por el autor-narrador por temor a ser engañado. Camino arduo y poco menos que estéril, ya que no parece haber mentiras en el texto que puedan traicionar a los autores abordados. Es que, en rigor, más que de mentira debería hablarse de un empleo inteligente de recursos ficcionales en la presentación de problemas filosóficos; procedimiento que, por otra parte, ha sido utilizado por figuras de la talla de Kierkegaard, Nietzsche, Derrida -en el texto a que aludíamos al principio- o Borges.
Colocado en las fronteras del ensayo filosófico y de la ficción -y sugiriendo, acaso, la abolición misma de dicha frontera- Situaciones postales brinda, entonces, una aproximación al pensamiento y la vida de Nabokov, Wilson, Arendt y McCarthy y, al mismo tiempo, invita a involucrarse con ellos en una experiencia filosófica.