Irma Vep, heroína surrealista
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Las series, para suerte de los espectadores más pausados, tienden hoy a reducir su duración a lo que en viejos tiempos televisivos se llamaba miniseries. Ocho capítulos tiene Irma Vep, la reciente entrega del director de cine Olivier Assayas, que ya antes había abordado el formato en la imperdible Carlos (sobre “Carlos, el chacal”, el terrorista que causó estragos en la Europa de los años setenta). En versión reducida Carlos se convirtió en película. Irma Vep (se puede ver en HBO Max) hizo el camino inverso: la película del mismo título, que Assayas estrenó en 1996, reencarnó ahora en serie, aunque lejos está de ser una copia expandida de sí misma.
"En Musidora, los surrealistas no vieron solo erotismo, sino también un adelanto de la libertad futura"
No es una serie para televisión, objeta ofendido René Vidal, el director de ficción, sino una película en partes, de la misma manera que –puede imaginarse– habrá dicho R.W. Fassbinder hace décadas de su Berlin Alexanderplatz. La distinción de Vidal, sin embargo, no solo sirve para enmarcar los cambios que se dieron en el cine en tiempos de streaming audiovisual. También explica el hechizo extraño que produce la nueva Irma Vep, con su sensibilidad irónica. Someterse a un rápido sprint puede ser contraproducente. Más que seguir avanzando, a veces surge la inclinación de repetir uno de sus capítulos, máxima herejía para un formato que apuesta de manera casi irrestricta por la adicción como fórmula.

La serie de Assayas se trama en varios planos. Por un lado, está el presente: el set y los días de filmación, en la línea de La noche americana de Truffaut, con actores, técnicos, productores, y una serie de relaciones afectivas contemporáneas. René Vidal (un neurótico y adorable Vincent Macaigne) pretende volver a filmar los episodios de Les vampires (sí, ya al principio de cine había series) que Louis Feuillade (1873-1925) realizó hace más de un siglo. De modo que los capítulos de la serie no solo se permiten exhibir escenas de aquellas copias mudas en blanco y negro, sino también mostrar su escenificación actual. A ese cine dentro del cine, se agregan las referencias a la Irma Vep previa, que filmó Assayas, pero también Vidal (con lo cual el Vidal de entonces, el gran Jean-Pierre Léaud, sería un álter ego del director-personaje). No falta tampoco la ligera incursión fantástica: con su indumentaria de terciopelo bien pegada al cuerpo, similar a la de las protagonistas anteriores, también Mira, la Irma de hoy (Alicia Vikander), se las ingenia para espiar y trasvasar paredes.
Vidal es, claro está, un poeta del cine, vale decir un idealista, un director a destiempo, de esos que tienen su “visión”. Tiene además, para aumentar el desencuentro con su época, una musa: Musidora, la actriz de la Irma Vep original. O tal vez convenga decir que son tres: también califican para eso su exmujer (la actriz de la versión previa, en realidad Maggie Cheung, exesposa de Assayas), a la que añora con una melancolía que bordea la alucinación, y, de manera más voluntariosa, menos espectacular, su protagonista actual.
Querer reinventar una musa hoy promete conflictos. El ingenuo Vidal enfrenta, de hecho, una breve rebelión de corrección política de algunos de su troupe. Su obsesión con Musidora y los films de Feuillade son, sin embargo, una reivindicación del viejo encantamiento del cine y del papel que las mujeres cumplieron en él. Irma Vep no es un vampiro (a pesar del anagrama de su nombre), sino miembro de una sociedad secreta, una banda de hampones. Su vestido de Gatúbela (el anacronismo refleja una de sus imitaciones), fue parte de su éxito turbador allá lejos en el tiempo.
Los surrealistas, que pensaban que más que el arte había que cambiar la vida, la convirtieron en uno de sus estandartes. En Irma Vep y en Musidora vieron no solo erotismo, sino también un adelanto de la libertad futura, la que André Breton rastraería de manera fantasmal en Nadja. Esa amorosa dialéctica con el pasado es uno de los atributos de la nueva Irma Vep, de su insólita delicadeza a contracorriente.
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