La primera encíclica de Benedicto XVI. La caridad tiene una dimensión política
El documento apunta al bien común
Al dirigir su mirada al amor, la primera encíclica de Benedicto XVI orienta su brújula a la dimensión fundamental de la existencia humana, que es, consecuentemente, el núcleo central de la vida cristiana. En el documento, breve y conciso aunque enormemente rico y sugerente, pueden encontrarse numerosas vertientes de agua viva que fluyen a la manera de fuentes para la reflexión, pero también constituyen un llamado movilizador.
Una de ellas, que el Papa plantea de un modo muy vivo, es -junto con la expresión de la sexualidad de la persona-, la perspectiva social, generosamente dispensada por la Iglesia a lo largo de su historia. Pero el amor, como muestra el documento, no tiene zonas prohibidas, sino que se despliega en toda la vida. Por eso también posee, aunque parezca un tanto forzado decirlo, una dimensión política, cuya importancia se percibe si se tiene en cuenta que algún pontífice anterior la ha definido como una forma privilegiada de la caridad, y que en el ámbito de la convivencia apunta a configurar una sociedad no solamente justa, sino más humana.
Una misión social
El Papa lo sabe y lo ha dicho: pocas cosas hay en el mundo que se hayan falsificado tan cínicamente. El amor es más que un sanador de la autoestima o incluso un resorte del cambio. La organización de la vida social no es una ingeniería política, como parecen querer empecinadamente entenderla los hombres de la posmodernidad. Ninguna sociedad es una colmena social, pero sería una visión reductiva ver en el amor sólo el aceite de la convivencia.
Las malogradas teologías de la liberación, aunque erraron en querer convertir la fe en política, mostraron que esa fe no es un mero sentimiento subjetivo, sino que la construcción del Reino de Dios, misión básica de los cristianos en su vida terrena, se expresa individual y también socialmente. La fe tiene además una dimensión política, sin la cual queda convertida en una caricatura de sí misma.
El Reino de Dios es el ideal de una nueva sociedad digna de la persona, cuyo corazón es una fraternidad enraizada en un fundamento divino, que implica una defensa del hombre y de sus derechos, pero que no se agota en ellos. La encarnación de Jesucristo significa que no hay lugar para la alienación, sino que Dios eligió al hombre mismo como paradigma de la plenitud humana.
Pero la justicia -recuerda el Papa-no basta, porque la persona alcanza esa plenitud en el amor. Este primado de la caridad, en cuanto opción fundamental del creyente, no puede hacer de ella una virtud abstracta y ahistórica. Como expresión del amor cristiano, la opción preferencial por los pobres es una concreción de ese primado que los cristianos han de atender si no quieren traicionar su propia fe.
Exigencia de la fe
La caridad política es un amor a las personas que se hace concreto en la construcción del bien común de la sociedad. Hay una caridad asistencial, que consiste en dar un pez a quien tiene hambre, y hay una caridad social, que es enseñarle a pescar, pero hay también una caridad política, que desde la fe mueve a un empeño para organizar una sociedad en la que todos puedan encontrar un lugar para ser más.
Esto no es un bello ideal utópico, sino una exigencia que tenemos como seres humanos, y en el que la fe cristiana se prueba como tal. Lo que es utópico es esperar la solución de la ingeniería social, de las recetas constructivistas, de las ideologías locas de la razón, de los fundamentalismos liberticidas, de los relativismos fragmentadores o de los autismos espiritualistas.
Siempre es posible hacer las cosas mejor: el hombre, tan débil, es sin embargo capaz de bien. La fe define, pero solamente el amor puede restituir el hombre a sí mismo. Sólo la caridad puede cambiar, poco o mucho, pero también completamente a alguien. Es la respuesta que se nos pide a un llamado divino, y eso está en nuestras manos.
El autor es profesor de la Universidad Austral y miembro del Consejo Argentino para la Libertad Religiosa.