"La cultura puede ayudar para reconstruir una identidad aniquilada"
Afirma que, en la base del problema institucional del país, hay una crisis del pensamiento
Escribió en el diario francés Le Monde, mientras en Buenos Aires todo era convulsión, que "restaurar el equilibrio en una sociedad que en realidad no existe, porque no cree en su propia integridad, es un truco que ningún mago puede realizar".
El escritor Alberto Manguel no había sido tan reclamado por los medios locales hasta el momento en que desnudó -en un artículo que el diario francés tituló "La Argentina no existe más"- que nuestra identidad nacional se volvió tambaleante porque el país "dejó de creer" en sí mismo.
Este argentino, nacionalizado canadiense y residente en París, es un reconocido crítico del suplemento literario de The Times y un articulista habitual de Le Monde. "Gracias a los militares, en la Argentina del nuevo milenio es imposible usar las palabras honesto, decente, veraz sin un dejo de sarcasmo", afirmó.
Durante un reportaje con LA NACION, el autor de "En el bosque del espejo" (Editorial Norma) dijo: "En la base de esta crisis institucional de la Argentina hay una crisis del pensamiento que tuvo como dogma los derechos del hombre, propuestos por la Revolución Francesa. La dictadura militar se encargó de aniquilar ese dogma. Las voces lúcidas de los pensadores que deberían servir de guía están ahogadas en un coro que dice "yo, yo, yo"".
Sin acuerdo, el derrumbe
-¿Cómo intentó comprender lo ocurrido en la Argentina?
-Los únicos elementos que me sirven para tratar de entender el mundo son mi experiencia, que no es mucha, y los libros, que son demasiados. Ambos me enseñan que ningún grupo humano, ya sea una familia o una sociedad, puede existir sin el común acuerdo de sus integrantes. Se trate de la familia de Hamlet o del reino de Francia, en el siglo XVIII; el final es previsible la primera vez que alguien infringe ese acuerdo y nadie protesta.
-¿Es explicable la situación argentina a partir de una crisis del pensamiento?
-Sí. Desde los primeros escritos de Moreno o Rivadavia el pensamiento argentino tuvo como dogma los Derechos del Hombre, como el acuerdo básico para fundar una sociedad justa. Pero esos derechos con mayúsculas se convirtieron en el derecho singular de hacer rancho aparte, de salvar el propio pellejo y que los demás revienten. Pero no todos los argentinos, por supuesto, tienen como filósofo de cabecera al Viejo Vizcacha. Sin embargo, sus consejos parecen haberse convertido en el credo de la maltrecha sociedad argentina.
-Usted dice que la Argentina ha dejado de creer en sí misma. ¿Cómo se recrean los lazos de una sociedad y sus dirigentes con una credibilidad rota?
-Chesterton dice que no hay esperanza para una sociedad cuando el pronunciamiento de "matar está mal", en boca del presidente de la Corte Suprema, es considerado un deslumbrante epigrama. Hoy, en la Argentina, exigir honestidad a los dirigentes políticos parece novedoso e ingenuo. Recuerdo una tira de Quino, al comienzo de la dictadura, en la que Mafalda se preguntaba: "¿Y lo que nos enseñaron en la escuela?" No sé qué se puede hacer para que la noción de honestidad se vuelva obvia. Quizás el ruido de las cacerolas contra la injusticia sea un comienzo.
-¿Cree usted que ese quiebre de la credibilidad conduce a la disolución de algunos rasgos distintivos de nuestra identidad?
-Muchos de esos rasgos distintivos han cambiado gracias a ese quiebre de la credibilidad. Sin embargo, queda esa curiosa inteligencia que llamamos "viveza criolla". Es un arma de doble filo. En la literatura, su encarnación es Ulises, que para Homero fue un héroe astuto, y para Dante, un réprobo embaucador. En este último tiempo, esa "viveza" parece justificar el juicio de Dante: sería bueno que pudiese usarse para sobrevivir a los desastres, como imaginó Homero.
-Dice usted que se puede llegar a un entendimiento del mundo a través de las palabras. ¿Por qué están tan mal las cosas, entonces?
-La respuesta está en ese "puede". Entender al mundo depende de nuestra inteligencia y de nuestra voluntad, no de los esfuerzos de la literatura. Hay momentos en que todo libro es como Casandra, que dice la verdad ante oídos sordos.
-Si la cultura no es capaz de brindarnos recursos pacíficos para resolver nuestros problemas, ¿cuál es el rumbo?
-Nunca he dicho que la cultura no pueda brindarnos soluciones, sólo que éstas son raramente evidentes. La cultura puede ayudar para reconstruir una identidad aniquilada, una necesaria fe en el poder de esa identidad, un sentido de quiénes somos y de quiénes podemos ser en el mundo futuro. He conocido muy pocos países con mayor cultura que la Argentina. Un artículo en LA NACION, por ejemplo, puede citar a Cicerón, a Quevedo o a Gramsci y suponer que el lector no estará perdido. Pero en Canadá o en Estados Unidos tales referencias requerirán siempre aclaraciones.
-¿Qué les recomendaría leer a los argentinos?
-Puedo decir cuáles son algunos de los libros que me traen sosiego. Para mí, reflejan otros mundos tan absurdos como la Argentina, Alicia en el país de las maravillas , de Lewis Carroll; El equilibrio del mundo , de Rohinton Mistry, y A.G. en la ciudad de X , de Tibor Dery. Y me permiten creer en un mundo mejor, La comedia humana , de William Saroyan; El ángel de la señorita Garnett , de Sally Vickers, y El Quijote .
-¿Cómo se puede interesar a los chicos en la lectura que los acerque a la comprensión de los otros?
-Convertirse en lector es como enamorarse: nadie puede hacer que ocurra. Y cuando ocurre, nadie puede explicarlo.
Perfil
Trayectoria: el escritor Alberto Manguel nació en Buenos Aires en 1948, pero se radicó en Canadá en 1985, donde se nacionalizó.
Su obra: "Una historia de la lectura" (1996) alcanzó gran éxito y fue traducida a más de 25 idiomas. Es autor de "Noticias del extranjero"(2001). Colaboró con LA NACION a principios de los 70.