Dejemos las cosas claras: si me hubieran dicho que parte de la performance Estás conduciendo un dibujo era dejar que me lleven a pasear en moto con los ojos vendados hubiera dicho de antemano que eso no era para mí. Pero no lo sabía. Aclarado este punto explico lo formal: en el marco de la Bienal de Performance que termina hoy se está presentando esta experiencia de la cual no se podía contar mucho para evitar spoilear su entramado.
La propuesta pertenece a Lisandro Rodríguez, un artista escénico que desde hace años viene profundizando sus búsquedas, llevándolas a zonas de un potente valor en el mapa de la experimentación. A Lisandro le gusta andar en moto, mucho tiene que ver con esto. El libro El cuaderno de Bento, del crítico de arte y escritor John Berger, fue otro aliado para imaginar la acción. "Berger plantea un paralelismo entre el acto de pilotear una moto y el de dibujar. Esta experiencia desarrolla esta unión. La propuesta es simple: el artista (conductor) lleva a un espectador (pasajero) a realizar un recorrido en moto con un fin específico (realizar un trámite pendiente; entregar una carta; visitar a una persona, un lugar o, simplemente, pasear por la ciudad). El cuerpo del performer se ofrece como catalizador de un movimiento eterno de cuerpos. Un pacto de confianza: llevar/acompañar. Una unión momentánea. Estabilidad y movimiento", la presenta el artista en la página de la Bienal.
A la hora de subirme a la moto performance –de algún modo hay que denominarla– opto por hacer un recorrido. Para eso había que llenar un formulario apuntando el día, hora y lugar del kilómetro cero. Lisandro me pasa a buscar por casa que está a pocas cuadras de donde él tiene su sala Los vidrios (ex Elefante Club). "Llegué", me escribe por whatsapp. Me pone el casco, el chaleco, firmo un papel en el que me hago cargo de no sé qué y sin mediar muchas palabras salimos. Mi paseo en una mañana de sol consiste en recorrer la costa del Río de la Plata desde Ciudad Universitaria hasta esa zona marginal y mágica de los viejos areneros ahora con paredes pintadas por diversos muralistas.
Concluida esa etapa hacemos parada en la zona del Planetario. Me enciendo un cigarro. Silencio (o apenas algún comentario al pasar). Pienso: "hermoso paseo en moto". Ni más. Ni menos. Entonces él me dice algo así: "ahora te voy a tapar los ojos con un pañuelo, te voy a poner unos auriculares con música y vamos a salir a dar vueltas. Si te sentís incómodo me lo hacés saber y paramos". Con un pañuelo marrón me cubre los ojos, me acomoda el casco, me pone los dos auriculares de donde suena música de Diego Vainer, me ayuda a subir a la moto y a andar, pero sin ver por dónde. Viento en la cara, sensaciones extrañas y el desplazamiento hacia un lado y al otro imaginando que ante cada parada en un semáforo más de uno debe estar observándonos. Pero yo estoy a ciegas, observando mi propia película.
Por momentos los dos cuerpos tienen algo de pincel que dibuja líneas sobre la cuadrícula/lienzo de la ciudad en un acción definida por la proximidad de los cuerpos, la confianza y hasta un extraño estado de sumisión pactada. Dos veces Lisandro me toca la rodilla como señal de estar pendiente, presente. No digo nada. Tampoco devuelvo el gesto. Ante una frenada varias veces mi casco choca contra el suyo porque no tengo sentido de la anticipación. O lo perdí o lo dejé soltar. Supongo que seguimos por Palermo, pero no lo sé.
Lisandro tiene una moto Yamaha Tenere 250 Cc. Berger tenía una Honda CBR 1100. En el libro, Berger apunta: "uno conduce la moto con los ojos, con las muñecas y con la inclinación del cuerpo. Los ojos son los más exigentes de los tres. La moto sigue y gira hacia aquello en lo que éstos están fijos. No sigues a tus pensamientos, sino a tus ojos". Yo no manejo, conduce Lisandro. Él es el que hace que yo siga a mis pensamientos y no a mis ojos. Como si fuera un médium.
El vehículo se detiene. El moto/performer me ayuda a bajar y me pide que lo tome del hombro para iniciar una caminata. Sabe, o intuye, que estoy algo mareado. Lo estoy. Camino varios metros en medio de un paisaje sonoro saturado. "Acá te podés sentar. Cuando quieras te sacás la venda. Yo voy a estar por acá", me dice. El pasaje del movimiento en la moto a la quietud es un tanto perturbador. Pasan unos minutos, ni sé cuanto, poco importa; y me saco la venda porque me vienen una cantidad de imágenes que no logro procesar. Sorpresa: estoy en la escalinata de la puerta principal del Teatro Colón mirando plaza Lavalle en pleno mediodía. Alguna gente me mira. Yo tengo ganas de esconderme. Algo de eso escribo en un papelito que está a mi izquierda junto a una botella de agua y una barra de cereales. A los pocos segundos aparece Lisandro. A los segundos en Tribunales explotan unas bombas de estruendo. ¿Es parte la acción final? No, es una manifestación. Fin.
En estos 19 días este talentoso director y dramaturgo realizó 30 "entregas performáticas". Recorrió algo más de 800 kilómetros. Llevó a alguien al psicólogo, visitó la la tumba de una poeta y trasladó a una persona al odontólogo porque tenía una muela en las últimas. Una persona le pidió dar vueltas por la ciudad porque se crió en un barrio privado, otra quiso conocer su nuevo barrio y varios le pidieron pasear por donde él decida porque estaban aburridos. Hubo finales en una calle impersonal, en el puerto y en pleno microcentro. Nadie detuvo el viaje con los ojos cerrados. Él sí tuvo que detener sus "repartos" unos días y reprogramarlos: es que tanto andar en moto le generó una inflamación de testículos. Nunca hubiera imaginado una reacción de este tipo, pero sucedió. Arte y vida. Con el registro fotográfico de estos días, con sus propios estudios médicos, con los mapas de los diversos recorridos, con la experiencia de trabajo de andar en moto 10 horas por día, con el registro del estado de situación de su moto y con los testimonios de los acompañantes Lisandro Rodríguez hará una muestra que de cuenta de todos estos relatos en movimiento. Una especie de archivo de la moto/performance.
Estás conduciendo un dibujo radicaliza la línea de propuestas inmersivas que utilizan a la ciudad como espacio escenográfico. Desde la reflexión de decidir qué tipo de recorrido hacer y por donde hasta el simple recorrido en moto trabaja la línea de un fuerte pacto entre las partes. Y con el mínimo, y tajante, gesto de un pañuelo tapando los ojos tiene la contundencia de convertir a Buenos Aires en una ciudad ausente, en una ciudad onírica; hasta que, ante otro gesto tan mínimo como tajante, "despertarse" ante la mirada de los otros. Un dato en contra: termina hoy y los últimos viajes por la ciudad ya están acordados. Habrá que esperar que madure el archivo de estos 800 kilómetros performáticos.
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