Vida cultural. La guerra que sigue dando lecciones
Si la notable película de Tristán Bauer "Iluminados por el fuego", premiada el sábado último en el Festival de Cine de San Sebastián, no puede verse sin las emociones anudadas en la garganta, el libro "Malvinas, diario del regreso" (Sudamericana), que el periodista Edgardo Esteban escribió con la colaboración de Gustavo Romero Borri y en el cual se inspiró el film, no puede leerse sin lágrimas.
Al concluir la lectura del libro, el lector no queda indemne. La sensación que permanece es la de que aún hay una conciencia colectiva por reconstruir, olvidos que asumir y mucho perdón por pedir en nombre de la memoria. Fue un triunfo de la cultura, la imagen que recorrió el mundo cuando el narrador chileno Antonio Skármeta, integrante del jurado que presidió la norteamericana Anjélica Huston, entregó el premio al cineasta argentino.
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En la soledad de su trinchera húmeda y helada en las islas Malvinas, mientras olía la muerte, el soldado Edgardo Esteban no soñaba, a los 18 años, que su historia sería conocida y reconocida internacionalmente en un festival de cine 23 años después. Su libro tuvo una primera edición, titulada "Iluminados por el fuego", a la que Esteban incorporó el capítulo del regreso, cuando en 1999 volvió a las Malvinas en el primer vuelo que se restableció con las islas desde Chile.
Esteban, corresponsal en Buenos Aires de la cadena norteamericana Telemundo y ex presidente de la Asociación de Corresponsales Extranjeros en el país, escribió con la intención de exorcizar sus fantasmas y restañar las heridas que le dejó aquella contienda bélica en la que sufrió el abuso de sus superiores, conoció la solidaridad de otros adolescentes como él y perdió la frescura de su juventud.
Desde el prólogo, Esteban deja claras las cosas tal como la vivieron los sobrevivientes que regresaron al continente: "La sociedad combatió a los ex combatientes dándoles la espalda, obligándolos a la marginación, al olvido de sí mismos y, en muchos casos, al suicidio. Además de ser los grandes derrotados, los que volvieron parecían haber sido los grandes culpables de una guerra en la que lucharon, obligados o no, por su patria".
El testimonio es vívido, doloroso, necesario. Aunque su memoria privilegia los recuerdos de la solidaridad y el apoyo que se prodigaron aquellos soldaditos inexpertos, Esteban admitió que las imágenes de aquellos días de 1982 son para siempre imborrables.
Hoy, cuando ve a sus tres pequeños hijos, reitera, como en su doloroso testimonio: "Sé que valió la pena esta lucha por resurgir, por no dejarme vencer, o por entregarme en algún momento al suicidio. En instantes difíciles, uno piensa que se ha quedado sin un motivo para vivir. Hoy, en lugar de desesperarme, busco la fe en Dios, un consuelo en el que aprendí a refugiarme durante la guerra".