La historia y la ficción
NO todo está tan mal en el mundo de la cultura si la trilogía novelística titulada Aléxandros , del italiano Valerio Massimo Manfredi, figura en las listas de best sellers . Lo merece porque se trata de una historia completa del héroe macedonio, detallada, sólida y amena; porque, pese a desarrollarse en tres volúmenes, no pierde interés en ningún momento, y porque su autor ha logrado equilibrar las exigencias de la historia con las libertades de la novela.
Manfredi es un especialista en el tema, conoce a su personaje en profundidad, y no sólo ha leído todo lo posible acerca de él sino que también ha recorrido los lugares donde se desarrolló la gesta alejandrina para descubrir su topografía, sus características climáticas y paisajísticas, los riesgos y facilidades que debieron de ofrecer a un ejército invasor. Esto le permite describir con autoridad batallas, sitios, tomas de ciudades, y costumbres que -en ciertos casos- no han variado mucho entre el ayer y el hoy.
Las fuentes literarias han sido las más serias y confiables: Plutarco, Diodoro Sículo, Arriano y Currio Rufo, con anécdotas -muy conocidas algunas, como la del encuentro entre Alejandro y el cínico Diógenes- extraídas de Plinio, Valerio Máximo, Teofrasto, etc. Manfredi menciona a muchos autores más, sin olvidar a Demóstenes y Aristóteles, tan cercanos a la vida de Alejandro, el primero como enemigo y el segundo como maestro.
Con su pasmosa erudición, hubiera podido abrumar al lector. Sin embargo -y ése es uno de sus méritos mayores-, se ha contenido y nos brinda una lectura fácil y directa, la mejor manera, sin duda, de llegar al conocimiento. Las citas a pie de la página son pocas, atinadas y necesarias.
Tres tomos, tres etapas
El primer tomo se titula El hijo del sueño porque efectivamente, en el momento de concebir a Alejandro, su madre, Olimpia, soñó que la penetraba un dios (Zeus-Amón) con forma de serpiente. Pero el niño fue también hijo de los sueños de su progenitor, Filipo de Macedonia, quien lo educó para que gobernara su país, y depositando en él todas sus ilusiones de padre y monarca. En este tomo desfilan la infancia y la adolescencia de Alejandro, las guerras de su padre y su enemistad con las ciudades libres griegas que se oponen a la dominación macedónica. Filipo desea liberarlas del yugo persa, pues son los persas quienes cobran tributos a esas ciudades, especialmente en la costa asiática. Pero también desea -y Alejandro hereda este deseo- invadir Asia y vencer definitivamente al tirano oriental.
Están en la novela Aristóteles, su maestro, los compañeros de infancia, que lo seguirán a lo largo de su campaña y de su vida, su adorada hermana Cleopatra, el caballo Bucéfalo y el perro Peritas, que también lo acompañarán siempre. Pero está además, dominante en el fondo, la imagen aterradora de Olimpia, madre ambiciosa dedicada a los cultos orgiásticos de Dionisos y capaz de cualquier cosa para salvaguardar el trono de su hijo. El volumen culmina con el asesinato de Filipo durante las bodas de su hija Cleopatra, crimen atribuido falsamente a un amante del rey que habría actuado por celos. Aunque el enigma nunca se resuelva del todo, es Aristóteles quien, casi a la manera de Sherlock Holmes, se encargará de investigarlo desde aquí hasta el final del tercer tomo. Detalle poco creíble pero que aceptamos como novelísticamente válido.
Las arenas de Amón , segundo volumen de la saga, contiene las primeras grandes conquistas de Alejandro en Asia, frente a su gran enemigo Memnón de Rodas, mercenario al servicio del Gran Rey persa, Darío. La lucha de dos inteligencias se presenta en las distintas estrategias de las que se vale cada uno. Gracias a la diversidad de estas estrategias, las descripciones de distintos asedios como los de Halicarnaso, Tiro o Gaz están muy lejos de resultar monótonas. Apasionantes son las investigaciones del autor sobre las tácticas de guerra terrestre o marítima, y también sobre las técnicas para construir gigantescos aparatos de guerra. Y una prueba para la actualidad: cuando existe voluntad política de hacer las cosasÉ las cosas se hacen.
Memnón será asesinado y Alejandro no podrá enfrentarlo mano a mano, como hubiera querido. Pero se enamora de su viuda, Barsine, y descubre en Egipto -donde funda Alejandría- que es también Hijo de Amón, como el sueño de su madre preanunciaba.
En la tercera y última parte, El confín del mundo , Alejandro sigue penetrando en Asia y consigue vencer a Darío en Gaugamela, aunque sin enfrentarlo. Darío es asesinado por sus propios compatriotas, Barsine muere trágicamente y Alejandro desposa a la hija del difunto rey persa: Estatira. Pero también se casa con la salvaje y bella Roxana. Manfredi soslaya con prudencia otros amores verosímiles atribuidos a Alejandro, en especial con Hefestión, su compañero de infancia y de armas, y luego con el bellísimo eunuco Bagoas, devenido literariamente célebre como "el muchacho persa".
Siguen las batallas y, por fin, el viaje a la India con un ejército ya cansado y Alejandro mismo agobiado por sus heridas y sus fantasmas, entre los cuales no deja de amenazar el de Olimpia, su madre. Aclaremos que el macedonio "adopta" otras madres en su recorrido; una de ellas, la progenitora del mismo Darío. La muerte del héroe es conmovedora.
Se encuentran en la obra algunas concesiones a Freud, pero nada anacrónicas pues están en boca de uno de los adivinos de la corte. Infinidad de detalles curiosos y divertidos amenizan todo el tiempo la lectura. A ello debe sumarse una observación especial: descripciones de ciudades, paisajes, asedios y batallas están bien realizadas. Pero cuando el autor intenta describir un momento erótico, cae en una solemnidad casi sacramental, llena de lugares comunes: decididamente cursi. Y hay "lunares" que generalmente se atribuyen al traductor, pero que también conciernen a los correctores (¿podrán desaparecer en próximas ediciones?). Para citar sólo dos: en varios casos es groseramente notable la falta de concordancia entre el sujeto en singular, aunque compuesto, y el verbo en plural. Además, este Alejandro suele sentarse "en" la mesa en lugar de sentarse "a" la mesa. No, no son minucias, y un trabajo tan importante como el de Manfredi no las merece.