La lección de una gran fotógrafa
A fines de los años 70 y principios de los 80, los jóvenes fotógrafos de entonces descubrimos que había grandes maestros de la fotografía. El más prolífico y talentoso a nuestros ojos era Henri Cartier-Bresson. Luego venían los miembros de la legendaria agencia Magnum, de París. Creíamos que no había nadie más de quien aprender.
En nuestra ignorancia, magnificada por la escasa circulación de publicaciones, no sabíamos que en la Argentina también vivían grandes maestros de la fotografía que estaban produciendo una obra admirable.
En aquella época, cuando era fotógrafo de la revista de LA NACION, una tarde fui a retratar a Annemarie Heinrich, a quien no conocía ni de nombre. Cuando entré en su estudio, en el sótano de un local de la avenida Callao, ella me recibió muy cordialmente. En ese instante sentí la emoción de que algo iba a cambiar en mi relación con el maravilloso mundo de la fotografía.
Annemarie no sólo me recibió como a un colega, sino que me mostró su estudio y me contó cómo hacía esos delicados retratos de las celebrities de la época, mientras yo miraba arrobado foto tras foto. Luego de ese primer encuentro, pude acceder a toda su obra y conocí a sus hijos, Alicia y Ricardo, que además de ser grandes fotógrafos han sabido conservar y divulgar la extraordinaria obra de su madre.
Hace pocos años tuve el privilegio de fotografiar los álbumes de trabajo de Annemarie. Carpetas enormes donde ella anotaba con precisión la cantidad de veces que una foto había sido encargada, recopiada o enviada a un salón. Esta información iba siempre acompañada por una copia pequeña de la foto en cuestión más los datos técnicos necesarios para imprimir el mismo original, una y otra vez, siempre igual.
Tuve esos álbumes un buen tiempo en mi casa, gracias a la generosidad de Alicia y Ricardo. Una tarde me di cuenta de que habían pasado unas cuantas horas y yo seguía mirando sus fotos, sus anotaciones al margen, las indicaciones al impresor. Annemarie, a quien ya hacía tiempo que no veía debido a sus problemas de salud, me estaba dando su gran lección final: la demostración de que la obra de un gran fotógrafo se hace con dedicación a cada una de sus fotos, con amor a la técnica y la confianza en su increíble capacidad de describir, la constancia y la persistencia de hacerlo de la misma amorosa manera toda la vida, como un acto de fe.