La palabra dada
Una fórmula que lo era casi todo: “Palabra de honor” o “Te doy mi palabra”. Ahora, suena como el “Había una vez…” de los cuentos infantiles. Antes, la palabra tenía tanta importancia como los papeles. También la firma gozaba de un valor supremo; aún es así, pero por un tiempo. La misma firma que hoy aprueba “A”; mañana, impone lo contrario de “A”. En cambio, el hombre de honor estaba dispuesto a dar su vida para cumplir con su palabra.
En la actualidad, se dice que nadie resiste un archivo, es decir, el decurso de la palabra dada y la firmada. Ambas están sometidas a la volubilidad de los intereses, las alianzas y las traiciones. Lo vemos en la historia política argentina, particularmente en la de los últimos años, qué digo, de los últimos días. No es un fenómeno nacional; es universal. Hoy el valor de una palabra o de una firma no queda destruido por la palabra de otro, sino por las fotografías y los videos propios o ajenos. La imagen es el documento irrefutable. Bueno, eso creíamos; porque se puede “intervenir” una fotografía y también la voz grabada. No hay verdad que no pueda ser desmentida por una falsedad tan “auténtica” como la moneda de un falsario virtuoso. ¡Vida, oxímoron de una palabra!