Opinión. La vitalidad del sistema republicano
Por Adalberto Rodríguez Giavarini Para LA NACION
El singular y saludable ejemplo de vitalidad del sistema republicano que ejecutó la jueza Elena Liberatori, al adoptar la medida cautelar de suspender la exposición de fundamentalismo antirreligioso que se convocaba desde un espacio público -solventado por los ciudadanos contribuyentes- merece ser apreciado, porque preserva el respeto a los valores de la mayoría de nuestra población, a la vez de recordarnos que los márgenes a la expresión pública no son otros que los que la ley dispone para cualquier habitante.
El principio de legitimidad establece que las políticas públicas deben poder justificarse ante todos los ciudadanos, aunque no todos ellos las compartan. Este consenso mínimo republicano es lo que no se tuvo en cuenta en la desgraciada situación creada.
Tal como lo reflejaron la defensora del pueblo, Alicia Pierini -que destacó que "en el mes de Navidad se agravian los sentimientos cristianos"-; el rabino Abraham Skorka, quien con buen juicio sostuvo que "cuando la crítica se manifiesta mediante la ofensa pierde su efectividad", o el alerta "contra la cristianofobia" que atestiguó Víctor Ramos, representante argentino de SOS Discriminación Internacional que dirige Nelson Mandela. El hijo de Jorge Abelardo Ramos heredó la contundencia paterna, al refrendar que la muestra "es discriminatoria e incita al odio religioso".
La falta de un consenso mínimo motivó que los curadores advirtieran expresamente a los visitantes al Centro Cultural Recoleta que las obras tenían características capaces de lesionar sentimientos religiosos, justamente el bien jurídico a preservar.
Como creyente considero reconfortante el manifiesto acompañamiento de la comunidad judía y musulmana. Hecho que confirma que en nuestra sociedad los valores cívicos son en estos días fuertemente sostenidos e impulsados desde la religiosidad y las organizaciones civiles.
Ojalá que, de ahora en adelante, nuestros representantes actúen guiados por la razón pública, de manera que los fanatismos no sean subsidiados por el erario. Como señaló Albert Camus: "No hay que esperar al juicio final: éste ocurre diariamente", puesto que nuestras acciones son las que definen quiénes somos.
Hoy los poderes del Estado tienen la oportunidad de demostrar que representan e interpretan cabalmente a la soberanía y a la conciencia popular. Un nuevo capítulo para la preeminencia del bien común, que es patrimonio universal de las personas justas, está en juego.
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