Las manos
Están las hileras de pescado, desde ya: la postal de una jornada como tantas en un mercado de Sinjai, Indonesia. Pero si hubiera que definir el eje alrededor del cual gira toda esta imagen, habría que concentrarse en una mano. La mano del vendedor –no sabemos si, además, en otras horas del día, también oficia de pescador– carga uno de los bienes a ofrecerse y se intuye –simple observación de quien alguna vez fue a una pescadería– lo hinchado, curtido, trabajado, incluso lastimado, de las manos de quienes trabajan entre el hielo y la aspereza del alimento que aún no lo es. “La grasa de la puerca tierra” escribió John Berger en un poema que aludía al trabajo campesino, ese territorio cuyo eje también son las manos. Herramientas callosas, desmedidas, que se abisman en la tarea de verter “sopa para nuestros días/sueño para la noche/años para mis hijos”.
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