Límites y fantasmas en escena
El diálogo de los personajes dramáticos, del que nace la belleza, es también el diálogo de la razón y la luz con las tinieblas
lanacionarAlguna vez habrá que hacerse una pregunta: ¿qué hacemos con la gente que está alrededor de nosotros? Porque el maltrato no es únicamente patrimonio de la violencia explícita. Puede haber maltrato en el silencio, en el rechazo, en la omisión. Y La forma de las cosas , la pieza de Neil Labute dirigida por Daniel Veronese, más que contar la historia de dos parejas de jóvenes o intentar reflejar algunas de sus miradas sobre el mundo, se ocupa de los límites a los que deben someterse los seres humanos para no convertir al otro en lo que no es o en lo que no desea. Porque si la palabra suscita fantasmas, como sostiene Aristóteles en De anima , no es desacertado afirmar que es el teatro el lugar por excelencia para dialogar con esos fantasmas. En La forma de las cosas una mujer joven y atractiva convierte a un muchacho humilde en lo que ella quiere que sea. Él ocupa el lugar del esclavo y ella el del amo. Entro ellos no existió el amor. La relación fue un diálogo de fantasmas. Y un diálogo de fantasmas es un diálogo velado por construcciones simbólicas. El otro no existe como tal. Cada uno ve lo que quiere o puede ver.
Lo que es inadmisible es que un director no perciba cuáles son los fantasmas que se despliegan en el escenario. Porque La vuelta al hogar , de Harold Pinter, no tuvo escasa repercusión de público por las interpretaciones del elenco, o por alguna debilidad del texto. Si bajó de cartel -al margen del alto precio de las entradas, que es común a todos los teatros comerciales- fue porque el director Alejandro Maci no percibió que la mujer que llega con el hijo de ese padre violento y delirante que interpretó Arturo Puig, no es un personaje definido y de contornos reconocibles, es lisa y llanamente un fantasma, que puede ser una prostituta que el hijo encontró a la vuelta de la esquina o, lo que es más inquietante, la propia madre que regresa después de muerta. En esa criatura, interpretada por Agustina Lecouna, está la potencia de toda la obra. Si el espectáculo falla en ese aspecto el derrumbe de todo el andamiaje de la puesta en escena resulta inevitable.
El otro tema es la cuestión del límite. Porque hay límite hay razón. En el arte el límite lo determina la forma. En Tito Andrónico , una de las obras más cuestionadas de Shakespeare, lo que espanta es la mutilación a la que es sometida Lavinia, la hija de Tito Andrónico. Pero aun allí, donde los hechos exhiben lo siniestro hasta la médula, el verso del genial bardo se impone como el límite de lo que podemos soportar, que no es otra cosa que la definición de belleza que sugirió Rilke, el autor de Elegías de Duino .
El teatro se ocupa, precisamente, de fantasmas y de límites. ¿Qué otra cosa es Albina , la obra de Mónica Salerno que se ofrece en el Teatro del Pueblo, que un universo de límites y fantasmas? La acción transcurre en una casa donde las ventanas nunca se abren. O se abren apenas y con el único fin de que las hermanas Kowalski espíen a los bárbaros. La autora lo ha dicho con claridad: " Albina se despliega sobre los límites de un mundo animal y poético en un suburbio que limita con la nada". El espectáculo, de rara belleza, se impone también por las logradas interpretaciones de Luciana Mastromauro y Tatiana Sandoval.
Ocurre a menudo en el teatro que los fantasmas y los límites se encarnen en el cuerpo del actor. Si por algo hay que destacar La noche que Larry Kramer me besó , de David Drake, que se ofrece en el teatro Antesala, no es por el texto, bastante mediocre, sin duda, sino por la excelente actuación de Javier Van de Couter. Y lo más importante no es lo que el protagonista dice sobre el sida y la homosexualidad, lo central es que cuando él besó a Larry Kramer todo cambió y nadie supo comprenderlo y, mucho menos, acompañarlo con amor.
Regresamos a la pregunta inicial: ¿qué hacemos con la gente que está alrededor de nosotros ? Nada si no comprendemos que en el teatro, como en la vida, todo es cuestión de límites y fantasmas. La tarea del espectador de teatro es la de tratar de conectarse con los fantasmas que habitan el escenario. Con asombro, pero también con enorme placer, descubrirá que entre los fantasmas de las tablas y los propios no hay distancia alguna. Ellos dialogan sin que nadie los convoque.
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