El mundo de los agentes literarios. Los aliados más poderosos de los escritores
Se han convertido en protagonistas ineludibles del mercado editorial; son los que sostienen el peso de la relación editor-autor, mientras los escritores se dedican al misterioso proceso de la escritura. Mueven contratos por millones de dólares, compran y venden derechos de autor, circulan en las ferias de libros más importantes del mundo y sondean los nuevos mercados en busca de lectores para sus representados. Son los agentes literarios, que, erigidos ya en protagonistas de la industria editorial norteamericana, han crecido sensiblemente en importancia en el mercado hispanohablante durante los últimos 15 años.
Cuenta la leyenda que la multimillonaria escritora británica J. K. Rowling gastó zapatos e ilusiones con su original del primer volumen de Harry Potter bajo el brazo, a la espera de que algún editor descubriera al niño mago. Fue de rechazo en rechazo hasta que un agente literario de nombre llamativo, Christopher Little, consiguió colocarlo en Bloomsbury. Lo demás es historia conocida.
Tanto se ha disparado el protagonismo de los agentes literarios en el mercado de lengua castellana, que, hace dos años, la Feria Internacional del Libro de Guadalajara inauguró un espacio exclusivo para ellos. Allí negocian con los editores contratos de originales, traducciones y derechos de autor.
Hay agentes literarios para todos los gustos. Incluidos aquellos que consiguen vender la obra más reciente de su representado y la siguiente -o las siguientes- cuando éstas aún son cabos sueltos en la cabeza del autor. Cobran por sus servicios entre el 10% y el 30% del contrato del escritor. Las cifras son inimaginables cuando se trata de nombres como Gabriel García Márquez, Salman Rushdie o la mismísima Rowling.
Por su primer libro un autor suele no recibir anticipo económico. Varios de los consultados señalan que la tirada inicial suele ser de 1500 ejemplares y el primer contrato, del orden de los $ 4500. Sobre esa cifra, el agente cobra sus estipendios.
Presencia en expansión
La agencia más tradicional en el escenario local ha sido International Editors, de Nicolás Costa. Luego apareció la del ex editor Willie Schavelzon, quien dejó Buenos Aires para radicarse en Barcelona, cuna de la famosa agente literaria Carmen Balcells, hoy retirada. Balcells generó una expansión de la actividad en el mercado hispanohablante (ver nota aparte). En la Argentina, considerada un mercado periférico más inclinado a la importación que a la exportación editorial, la actividad de las agencias no ha prosperado como en México o Brasil.
El ex agente literario Julio Acosta, hoy dedicado a la provisión de contenidos editoriales, reflexiona: "Cuando el territorio se torna global, cobra importancia un agente literario dedicado full time a la difusión de una obra, a ofrecer y vender derechos de autor. En la Argentina, ser agente literario es como trabajar de intérprete entre un sordo y un mudo. Hay algo más grave que la gripe aviaria: la sordera de un editor. Con más editores de raza, como Gloria Rodrigué [que acaba de dejar Sudamericana] y Ricardo Sabanes [Grupo Planeta], podría haber más agentes, aun dentro de un mercado limitado".
El escenario editorial ha cambiado a la luz de la concentración operada en la década del 90. Sobre todo, en la Argentina. Desde España, Schavelzon dice a LA NACION: "La rotación de los editores es el problema más acuciante de la actualidad en el mercado mundial. Eso hace que, finalmente, el agente literario sea el único interlocutor y la relación más estable que tiene el autor".
Por su parte, la ex socia de Schavelzon en Buenos Aires, la agente literaria Mónica Herrero, pone el asunto en contexto: "En la década del 90, muchas editoriales pequeñas e independientes dejaron de existir. Otras fueron absorbidas por grupos extranjeros. Esto generó un cambio cualitativo en la relación editor-autor. Los editores, cuyo número se redujo, ya no tenían tiempo de construir una relación satisfactoria con los autores y leer originales. Los escritores comenzaron a sentirse más solos. Eso favoreció el protagonismo de los agentes literarios".
¿Es el agente literario un colaborador o una piedra en el zapato del editor? Mientras los escritores agradecen aliviados, los editores reaccionan con mesura al hablar. El editor Luis Chitarroni, de Sudamericana, precisa: "Como aliado, un agente literario favorece por igual al autor y al editor. Como obstáculo, provee de falsas expectativas a uno y otro, y provoca una reacción en cadena recíproca de fracaso y decepción. Su presencia en el mercado editorial ha crecido por la delegación de responsabilidades. Ello agiganta tanto al presunto benefactor, como restringe el horizonte imaginario de los que aquí medramos".
Para Julia Saltzmann, editora de Alfaguara, el agente es "sobre todo un colaborador, ya que facilita la transacción comercial y no interfiere en el diálogo sobre la cuestión literaria. Pero puede ser un obstáculo cuando desconoce las diferencias entre los mercados y usa la misma vara para medir sus pretensiones".
El reconocido escritor Mempo Giardinelli comparte con el narrador Leopoldo Brizuela los servicios profesionales de Schavelzon. Para el primero "un agente literario es un socio. Uno puede tener diferencias, pero siempre está al lado del autor. Entre 1981 y 1994 estuve con Carmen Balcells, de Barcelona. Luego con Laura Dail, de Nueva York. Siempre he mantenido trato con los editores a través de mis agentes".
Brizuela expresa: "Quizá la impresión sobre el nuevo protagonismo del agente reside en que viene a restablecer un equilibrio de poderes, para que el autor pueda subsistir con la mayor dignidad e independencia posible. Un agente literario es un hombre de negocios que trabaja con un mercado poderosísimo. El único protagonista es el libro".