Los años no vienen solos (por suerte)
¿Qué consejos le darías a esa persona que fuiste hace 10, 20 o más años?
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Estuve hablando con mi amigo el médico Jorge Guillén, que acaba de cumplir 85 años. Me contó que está en un momento precioso de la vida y, por eso, se me ocurrió preguntarle qué consejos le daría al hombre que fue 25 años atrás. Me inspiraron su lucidez y su cordialidad. ¿Qué me aconsejaría, ahora que siento que tengo mucha vida vivida, un hombre que me lleva un cuarto de siglo de ventaja? ¿Qué más sabe? ¿Qué más descubrió? Es indiscutible que, salvo excepciones, hacia los cuarenta empezamos a comprender cómo es esto de vivir. Y lo primero que descubrimos, después de cuatro décadas, es que nunca vas a terminar de entender, que nadie tiene todo claro, que vivir es aprender lecciones todo el tiempo.
Así que quise pedirle unas palabras. Ya saben. A veces uno mira hacia atrás y le parece mentira haber desperdiciado tanto tiempo en aquella tontería; no haberse atrevido a correr un cierto riesgo o haber cometido la estupidez de correrlo; haberse angustiado tanto por una nimiedad, o, quizá peor, no haberle prestado más atención a alguien que luego, un mal día y sin aviso, ya no estuvo más.
Así que junté coraje y le pregunté qué consejos le daría a esa persona que fue 25 años atrás. Después de todo, muchas veces me encuentro pensando en las recomendaciones que le haría a ese muchacho que fui un día y al que me gustaría zamarrear un poco para que abra los ojos y viva de otro modo, un modo que hoy creo que es mejor.
Pero debo anotar aquí, al margen, pero muy en serio, que la vida es también eso: equivocarse. Por ejemplo, transitar una década de amarguras insensatas e injustificadas, y, de ese modo, que podría parecer siniestro y que sin embargo es el único que tiene la existencia para aleccionarnos, sufrir una pérdida irremediable. No hay mejor maestro que lo irreparable, y no hay nada más irreparable que el tiempo.
Así que el primer consejo que me viene a la mente ahora, al escribir esta introducción, y con el que seguramente estará de acuerdo este querido amigo mío, es: equivocate. Cometer errores adrede es una bajeza. Pero evitarlos es imposible. Hay un futuro allá adelante en el que te vas a arrepentir de un número de cosas. Que no te desvele tanto lo que podrías hacer mal, sino lo que no estás haciendo. Es muy cierto que lo que realmente duele es arrepentirse de lo que no hicimos, no de lo que sí hicimos. Ese es el segundo consejo.
Pero Jorge me obsequió otros más importantes. Uno es el de aprender a ver el vaso medio lleno. Más tarde o más temprano aprendemos que los problemas nunca se van a terminar, y que lo que nos define (o define nuestra felicidad) es la forma en que los atravesamos, los experimentamos, los resolvemos. El otro nombre de problema es oportunidad.
“Date los gustos ahora”, me recomendó. Vivimos en una cultura que privilegia el hacer en lugar del disfrutar. Ambos pueden ser lo mismo, concedido. Pero siempre tenemos más temor de postergar el deber que el regocijo. De corazón, piénsenlo de nuevo.
Tal vez lo más conmovedor que me aconsejó fue vivir el ahora. Sí, el celebrado, impreso, reimpreso, trillado, estampado, citado y vuelto a citar carpe diem del poeta Horacio. Difícil de comprender cuando uno es muy joven y todo es futuro. Pero a medida que pasa el tiempo te das cuenta de que cuando el futuro llega se convierte en presente. Está muy bien proyectar. Es muy humano. Soy de hacer planes, y me encanta que se realicen. Pero cuanto antes empiecen a vivir el ahora, mejor.
Dejo para el final algo en lo que coincidimos con Jorge, una suerte de consejo sinfónico que surgió de la charla. No podés saber lo que va a pasar, y la vida toma sus propias decisiones. Así que no te enrosques. No te anticipes más de lo estrictamente necesario. En lugar de eso, ante semejante enigma, dadas las innumerables posibilidades del destino, la actitud más sabia es la de hacer el bien. Sin mirar a quién.
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