Los muchachos de la esquina
:quality(80)/cloudfront-us-east-1.images.arcpublishing.com/lanacionar/3DAQV65CKVBKZGTAED5GKD64CU.jpg)
Pasaba todos los días o tal vez no, pero se sentía así, una actividad de siempre. Como el funcionamiento de un cuerpo. Él vestía con lo que tenía, camisas de mangas cortas y pantalones con cinturón, aún era de día, pero la mayor parte ya había transcurrido y tomaba de su casa de la calle Rivera al 700, una casa alargada, con celosías en cada cuarto, con cuartos que daban al patio, con un patio de faroles con vidrios verdes y violetas y plantas sin dedicación, un banquito bajo de madera oscura para llevarlo consigo. El rumbo era uno solo. A sus 70 años, sacaba del galpón del fondo ese objeto que quizás había montado él mismo porque era un hombre simple y porque esas cuestiones solían resolverse entonces de esa forma, con las manos, y abandonaba la casa por la única salida que tenía. Según el clima esquivaba o no a su esposa –que montaba una guardia barrial en la puerta, con la puerta abierta porque en la década del 80 en esas calles de Lomas de Zamora las llaves no eran cuestión a tener en cuenta– y caminaba hacia la esquina de Alvear.
Allí dejaba el banquito, sobre baldosas despegadas, y se sentaba. De lejos se veía pequeño, el asiento casero lo dejaba casi a ras del suelo, con las rodillas por encima de su cadera. Parecía un hombre sabio e indefenso, igual a un niño con juguete. Y tampoco estaba solo. Eran varios los que lo veían llegar, lo esperaban, lo imitaban en la pose, la postura, entre el olorcito dulce que a veces salía de la fábrica de vainillas ubicada a metros de esa esquina, la misma que tiempo atrás aparecía, cada tanto, abarrotada de chicos y de chicas porque regalaba las galletitas rotas que no podía empaquetar para vender. En ese punto del barrio, como una fuerza luminosa que alimentaba el aire, se juntaban unos pocos, los muchachos. Así les decía el resto.
Y hablaban por horas. Y no tenían distracciones. Se conocían desde la escuela, habían crecido juntos tal como se esperaba y creado sin pretensión, en esas pocas cuadras que nunca abandonaron, una historia que contar. Tal vez discutían de política, de fútbol, mucho del club Banfield, de automovilismo. Quién sabe. Ya nadie puede saber. Quizá se quejaban de la familia, de alguna que otra pelea con los hijos, las hijas, refunfuñaban por sus parejas, amas de casa, eso único que podían ser las mujeres de la época, en ese conurbano añorado y sofocante. Seguro el nombre de Juan Domingo Perón formaba parte de la charla porque la esposa de él (que varias veces, mientras pasaba el rato en esa esquina, cuidaba de su nieta que aprendía a andar en bicicleta) admiró al general hasta morir. Y murió mucho después.
Antes de la cena él regresaba. Tomaba el banquito que sin dudas podría quedarse firme en ese punto del mundo y no sentir peligro, pero la cosa también era el traslado, verlo irse, verlo volver, con la madera tibia de escudo. Era una hazaña. Seguro la comida ya estaba lista y a partir de ese instante lo que ocurría se replicaba en cada casa de cada uno de esos muchachos, que alguna que otra tarde lucían boinas, con esa previsibilidad que corta la piel hasta la carne. Luego los días volvían a pasar. Como los pájaros.
Hoy el banquito está en la casa de aquella niña que hacía equilibrio en una bicicleta rosa mientras él vivía. Porque eso era la vida. Ella, casi 40, lo guarda como recuerdo. Lo mira y piensa en las horas que estuvo sentada sobre el respaldo del sillón que usaba ese hombre en el living, mientras miraba televisión en blanco y negro y ella le peinaba el cabello que él ya había peinado temprano. No era una actividad con sentido, pero qué sentido puede hacer una persona de 7. Hoy el banquito no es banquito, es un adorno que se lustra con paño anaranjado. Un rincón con brillo, bien a la vista, como una victoria.
Más leídas de Cultura
El origen de las palabras. Qué quiere decir ananá, de dónde viene el aguacate y por qué el chicle es una goma masticable
Movida en el Fondo Nacional de las Artes. Mariana Enriquez deja la dirección del área de Letras y la reemplaza Florencia Abbate
Éxito en Venecia y Nueva York. Llegó "Mamá luchona”: un tótem de barro y 300 huevos inspirado en la madre de Maradona se instala en el microcentro
Arte y artesanías de todo el país conviven en una casa histórica de Palermo Chico
Últimas Noticias
El monstruo que dibujó Borges. Una criatura tiránica con cabezas de Perón, Mussolini, Hitler, Marx, y otros estudios "marginales"
Desde el jueves. El Festival Azabache se muda de Mar del Plata al barrio porteño de San Telmo
Arte y tecnología. El Malba se sumará a la oferta gratuita de Google Arts & Culture
Arte y artesanías de todo el país conviven en una casa histórica de Palermo Chico
El origen de las palabras. Qué quiere decir ananá, de dónde viene el aguacate y por qué el chicle es una goma masticable
Pequeños libros, grandes encuentros
Catalejo. Indignante
La historia detrás de la foto. Ingenio
Éxito en Venecia y Nueva York. Llegó "Mamá luchona”: un tótem de barro y 300 huevos inspirado en la madre de Maradona se instala en el microcentro
Ahora para comentar debés tener Acceso Digital.
Ingresá o suscribite